Domingo

Nuevo ciclo aquí en mi sur

“Tuvo que llegar el presidente electo Gabriel Boric, de 35 años, para que empiece a renovarse el personal”.

José Rodríguez Elizondo hoy, domingo 23 de enero de 2022. Foto: composición
José Rodríguez Elizondo hoy, domingo 23 de enero de 2022. Foto: composición

Está claro que en mi país hasta los buenos políticos envejecieron mal. En lo fundamental, porque no se resignaron a promover jóvenes de reemplazo. Tuvo que llegar el presidente electo Gabriel Boric, de 35 años, para que empiece a renovarse el personal.

Los jóvenes designados como ministros, en cuanto paritarios, diversos, con posgrados y en posiciones estratégicas, comprueban que ya empezó el cambio de ciclo político anunciado. En lo oral, su lenguaje es inclusivo a tope, pues sexualizan cada palabra y cada adjetivo. Más importante que eso, aportan (se presume) una nueva mirada para problemas tales como una Convención Constituyente con mayoría para refundarlo todo, un Congreso con mayorías y minorías equilibradas, una delincuencia que desbordó a la policía, demandas étnico-territoriales de autodeterminación, un “principio” de plurinacionalidad que puede socavar el estado unitario, sistemas de salud y pensiones más justos y una pandemia que no da señales de dimitir.

Gabriel Boric es el flamante presidente de Chile. Foto: EFE

Gabriel Boric es el flamante presidente de Chile. Foto: EFE

El resultado dependerá de si esa mirada presunta se fija o no en la socialdemocracia, una de las dos orientaciones que ha mostrado el presidente electo. La otra, dominante hasta el fin de la primera vuelta electoral, fue el socialismo bolivariano, con el puño cerrado contra el “neoliberalismo” y sus “fachos”.

Para ayudar a apostar, bueno es recopilar un poco.

Sobre calles, “fachos” y banderas

Esa “calle” entre comillas, que invocan los actores de primera línea del estallido del 18.10.2019, fue de inicio un concepto democrático. Identifi caba la sensibilidad crítica del ciudadano de a pie, ante la burocratización de la clase política y las inequidades de lo que he llamado nuestro “subdesarrollo exitoso”.

Debido al estancamiento en la mala onda, esa connotación cambió. Tener calle llegó a implicar luchar contra los “fachos”. Un neologismo derivado del fascismo y el nazismo, que se aplica a todos quienes están entre el centro político y las derechas. Culturalmente, sus aplicantes ignoran que el paradigmático fascista Benito Mussolini emergió, en Italia, como un líder socialista y que Adolf Hitler, inspirado en sus ideas, bautizó a su partido alemán como nacionalsocialista.

Creo que el origen remoto de esa evolución estuvo en los asesores soviéticos de la República Democrática Alemana (RDA). Para ellos, tras la derrota en la guerra, los nazis se habrían quedado e infl uido en los gobiernos de Alemania occidental. El nazismo llegó, entonces, a ser sinónimo de capitalismo desarrollado y se convirtió en arma arrojadiza del estalinismo.

Por cierto, los intelectuales serios de la RDA sabían que, una vez integrados al mundo soviético, los ciudadanos de la calle sacaron los parches con la svástica de sus banderas, para izarlas como rojas banderas revolucionarias.

La espontaneidad como método

Rara vez los estallidos sociales son espontáneos. Ya lo explicó Ortega y Gasset cuando definió la opinión pública como “un estado de contagio”. Shakespeare personalizó esa percepción cuando contó que había “método” en la locura de Hamlet.

Aplicado a la política, significa que la acción, supuestamente espontánea de una masa humana, puede cobijar individuos o grupos con un proyecto, una estrategia y un programa. Es un arte que conocen bien los dirigentes políticos estudiantiles y, por accesión, los políticos adultos que pretenden instrumentalizarlos.

Los ejemplos más nítidos fueron esas “manifestaciones” pre y post 18-O, que demasiados periodistas describían como pacíficas, solo porque la gran mayoría protestaba contra el presidente Piñera, los “superricos”, la desigualdad y el “neoliberalismo”. Bajaban el perfil, de manera sistemática, a esos “infi ltrados”, que destruían saqueaban y vandalizaban.

Reflejo fiel de lo dicho es el sinceramiento semántico del reventón supremo. Lo que durante dos años se consignó como “estallido social”, hoy se reconoce como “estallido de la revuelta”.

Terrorismo sin revolución

En su clásico Técnica del golpe de Estado, Curzio Malaparte desmonta las diferencias de método entre Trotsky, Stalin y Lenin respecto a la revolución rusa. Sostiene que, mientras los dos últimos postulaban una huelga general revolucionaria, como detonante, Trotsky tenía en la mira los centros tecno-neurálgicos (agua, electricidad, comunicaciones) y los soldados desmoralizados que venían de una guerra perdida. En definitiva, el éxito habría sido fruto de la complementación entre el golpe técnico, la movilización social y la fuerza de un segmento militar, bajo conducción de una organización política minoritaria pero cohesionada.

Es posible que quienes destruyeron la red del metro, ese 18-O, hayan tenido nociones sobre el tema. Pero, a posteriori, quedó claro que, haciendo de su precariedad virtud, iniciaron una acción revolucionaria sin teoría revolucionaria y sin cuadros profesionales. A sabiendas o no, asumieron la lógica del terrorismo: crear un pánico social, a la mayor escala posible, solo para derribar lo que existe.

Los perros colgados

Cuando hay señales de terrorismo en un país, el primer deber de un gobernante es procesarlas, disponer una estrategia de acción y una estrategia de información. Esto supone, en lo mínimo, una adecuada capacidad de conceptualización política.

Por eso, cuando tras el estallido de 2019 el presidente Piñera dijo que estábamos “en guerra contra un enemigo implacable”, provocó desconcierto incluso en los militares. Lo dramático de la frase chocaba con el soslayamiento de las numerosas señales previas. Tema que, a su vez, reflejaba la carencia de un buen servicio de inteligencia y la tendencia a ignorar que el terrorismo silenciado tenía un paradigma externo, de relieve mundial, en el vecino Perú.

En efecto, a inicios de los años 80, las acciones de Sendero Luminoso solo eran noticia fuera de Lima. El presidente Fernando Belaunde no hablaba de terrorismo pues, según los analistas, le significaba recurrir a los mismos militares que lo habían sacado del poder en 1968. Tuvo que producirse un evento de apariencia exótica, para que el país comenzara a despertar, En diciembre de 1980, en pleno centro de la capital, aparecieron perros colgados con letreros al cuello, en los cuales se leía “Teng Siao Ping”.

Cosa de chiflados, pensaron muchos. Pero de chiflados que así anunciaban la aplicación al Perú de la revolución cultural maoísta. En la revista Caretas, nuestro director Enrique Zileri lo percibió al toque. “Esto es terrorismo”, dijo y dispuso una edición especial sobre el tema, bajo un título alegórico: “La violencia, esa vieja arpía”.

Con todo, el gobierno comenzó a mostrar preocupación específica solo un año después, cuando la prensa mundial ya hablaba de una intensa ola de atentados. La misma que, según cable de AFP, “planteó el problema que enfrentan las frágiles democracias latinoamericanas para evitar la desestabilización extremista”.

La moraleja es obvia y no solo para el presidente Boric: cuando una autoridad democrática enfrenta señales como la de los perros colgados, mirar para el lado no sirve y el “buenismo” ya no vale.

Nota de JRE: Seguiremos conversando en marzo, de vuelta de unas merecidas vacaciones.