Domingo

Los fantásticos días de Haydee Cáceres

La primera actriz peruana, reconocida por su reciente protagónico en un filme de corte fantástico y premiada como mejor actriz en Sidney, repasa su camino en el cine y habla del empoderamiento de las personas de la tercera edad.

Haydee Cáceres junto a Julio Wissar, director de Crea, productora. Fotografía: Marco Cotrina
Haydee Cáceres junto a Julio Wissar, director de Crea, productora. Fotografía: Marco Cotrina

Que enfermó de coronavirus a inicios de 2021 y, después de pasar dos semanas tendida en cama, se miró frente al espejo y empezó a gritar: “¡Lárgate de aquí, covid de miércoles, fuera, fuera, fuera!”. Que aprendió a transmitir en vivo en todas sus plataformas sociales, ayudada por un aro de luz y un trípode. Que rompió en llanto al término de una función virtual porque al fin había entendido la tecnología a sus 71 años. Que vive sola desde que murió su esposo, el actor Humberto Cavero. Que le conversa desde entonces al levantarse, a la hora del almuerzo, cuando se va a dormir.

Que, incluso un día antes de que la enfermedad terminal lo deteriorara, él la tomó de las manos, pidió leer el guion de una de las películas que estaba grabando y le dijo: “Ven aquí para tomarte la letra”. Que ha descubierto su afición por la pedagogía (dicta talleres y cursos) y por la escritura de cuentos infantiles. Que pretende reivindicar la tercera edad en un país en el que envejecer arrastra maltrato, marginación y negligencia.

—He dicho todo lo anterior para recordarme las cosas que me tocaron sobrellevar y aun así sigo viva, con esas ganas locas que una tiene cuando es chiquilla —comenta la actriz Haydee Cáceres—. Hace poco conversaba con Humberto (porque le converso, aunque ya no esté) y le preguntaba: ‘¿Ya me quieres llevar?’. Eran esos días en que me atacó el virus. Ahora entiendo que fue una forma de reconocer mi fortaleza, una demostración personal que a los setenta puedo con cualquier cosa.

Es martes por la tarde y Haydee Cáceres ha hecho un espacio en su agenda para contestar el celular, ese aparato al que cada vez comprende mejor (“Yo en tecnología estaba en cero, pero aprendí sola. Mis cuatro hijas me querían ayudar, pero les dije que no, que quería hacer el camino sola para aprenderlo mejor”).

El filme sigue la vida de una mujer de la tercera edad, sin nombre ni voz, cuya única compañía es una hormiga.

El filme sigue la vida de una mujer de la tercera edad, sin nombre ni voz, cuya única compañía es una hormiga.

Son días de reuniones con los padres de sus alumnos y de entrevistas con los medios a propósito del reciente galardón otorgado por el Sci-Fi-London Film Festival a El corazón de la luna, el largometraje de corte fantástico que le dio su primer protagónico en 50 años de carrera. En esta cinta, filmada en 2018, la primera actriz da vida a una anciana cuya única compañera es una hormiga que cobija en su casa, tras rescatarla de la calle, para no sentirse tan triste e incomprendida. M, así se llama ese personaje que no emite diálogos ni se le conoce más identidad, pero que es sorprendida ante la presencia de un robot o “ángel mecánico” que llega a salvarla.

Se trata del primer proyecto producido íntegramente por una universidad peruana, a cargo del director Aldo Salvini. “La película ofrece una visión universal de una gran ciudad en crecimiento que se olvida de mucha gente, que la aplasta. La convierte en seres invisibles para la mayoría”, comenta el cineasta, que eligió como locaciones una calle de Independencia llena de hoteles y luces de neón, una fábrica del Rímac, una mansión antigua de la Universidad de Lima y el cementerio Presbítero Maestro. Una noche, mientras rodaban esa escena en la que M lleva a cuestas un saco de papas —sin que nadie se inmutara ni le tendiera ayuda—, Haydee Cáceres entendió la importancia del cine como canalizador de crítica social.

“Mi papel es una respuesta directa a ese sistema que no deja espacio a la superación. Esta mujer sobrevive en un medio hostil donde reina el egoísmo y la indiferencia —dice—. Ha sido un trabajo muy enriquecedor, con una carga de emociones y sentimientos que no necesita de la palabra. Sin hablar, esta anciana muestra todo su mundo. Pero tampoco pide nada”. Es el trabajo más retador de su trayectoria, en la que se contabilizan una decena de películas —con papeles peculiares como el de doña Francisca en Hasta que la muerte los separe, Trinidad en Contracorriente y Cloti en Utopía—, treinta proyectos en televisión y otros treinta en el teatro, cinco monólogos y una decena de obras infantiles desde que egresó del Instituto Nacional Superior de Arte Dramático.

Hija de un compositor y un ama de casa, Cáceres ha labrado su trayectoria a punta de método, sin aspavientos ni autobombos.

—Quizá por eso mi país no me ha hecho caso suficiente (risas), aunque finalmente la labor es la que define al profesional. Cada vez aprendo más cosas. Ahora quiero estudiar, por ejemplo. A mi edad muchos viven como si fuera el ocaso, pero figúrate que yo me siento radiante, oye. Me siento en mi mejor momento.

* * *

Pasaron tres días desde la primera entrevista. La noticia llega a través de un mensaje de Julio Wissar, director del Centro de Creación Audiovisual de la Universidad de Lima (Crea) y productor de El corazón de la luna. Haydee Cáceres acaba de ganar el premio a mejor actriz en el Festival de Ciencia Ficción de Sidney. Es su primer reconocimiento en el extranjero, donde compitió con la australiana Kerith Atkinson, la estadounidense Carlson Young y la italiana Marta Gastini. Es la única peruana en el certamen. El celular timbra después del almuerzo. Con esa voz acompasada, como si recitara todo el tiempo, Haydee Cáceres se sorprende:

—¡¡Oh, qué felicidad!! Me acabas de dar el anuncio y estoy saltando en un pie.

Dice, entonces, que por fin se le hizo justicia. Que, mediante esta tribuna, pretende empoderar a las personas de la tercera edad.

—También es una oportunidad para voltear a mirar a los actores mayores y no solo a quienes tienen una imagen hegemónica. Es momento de que más integrantes de esta industria brinden oportunidad a los primeros actores, como sucede en otros países. Afuera, los actores de sesenta, setenta años, le dan calidad al producto; aquí, en cambio, los dejamos aparte. A veces, por su puesto, he sentido que me encasillan en personajes. Pero a mí me gustan los retos. Qué será de mí el día en que se me agoten los retos y la curiosidad.