Domingo

Carlos Enrique Freyre: “Para ser una sociedad de iguales, el Perú debe vencer a la cordillera”

Freyre trabaja actualmente en una nueva edición del libro “En honor a la verdad”, la versión oficial del Ejército sobre su participación en la guerra contraterrorista.

EJército. Freyre trabaja actualmente
en una nueva edición del libro En honor a la verdad, la versión oficial del Ejército sobre su participación en la guerra contraterrorista.
EJército. Freyre trabaja actualmente en una nueva edición del libro En honor a la verdad, la versión oficial del Ejército sobre su participación en la guerra contraterrorista.

La sorpresa persigue al teniente coronel EP Carlos Enrique Freyre. Cada vez que se presenta como escritor y oficial del arma de infantería, sus interlocutores reaccionan con asombro, como si ambos oficios fueran incompatibles. Alguna vez pensó que aquello era cosa solo del Perú. Pero también le ha pasado en Chile, y en España. Esa misma sorpresa se puede ver hoy en su rostro, cuando le pregunto si existió la posibilidad de que se enfrentara en el campo de batalla al protagonista de su primera novela de no ficción. La respuesta a esa interrogante es sí. Ambos, narrador y personaje, en un momento de la primera década de este siglo, sirvieron en bandos opuestos. Freyre como oficial destacado en el VRAEM. Aquiles, como combatiente de Sendero Luminoso. El tiempo quiso que se vieran las caras años después. Aquiles buscó a Freyre para que contara su historia, la de un chico asháninka secuestrado por una columna senderista que escapa para convertirse en soldado. El libro, El miedo del lobo (Alfaguara, 2021), es el relato crudo de una parte de la guerra contraterrorista que no conocemos, pero además es la historia de una amistad inesperada y el testimonio de una vocación nacida entre el rigor y las armas.

¿Cómo se construye una novela cuando tu personaje principal está herido de bala en una cama de hospital?

Eso no es lo peor, lo peor es que en ese momento yo ya había empezado la novela y él no estaba herido. Él tiene una trayectoria. Había escapado de Sendero, luego había sido soldado, sargento, suboficial, y siguió una línea de carrera militar técnica. Y en plena construcción de la novela, un día lo llamo y tenía el teléfono apagado. Como yo sabía en qué unidad del Ejército estaba, pensé que estaba en operaciones. La siguiente vez que lo vi, su foto estaba en un diario. Estaba él, en la cama de un hospital, el general Astudillo y el ministro de Defensa. Así que fui al hospital. Fue una sensación extraña.

Ese ataque contra la patrulla de Aquiles, tu protagonista, fue en 2018, en el gobierno de Martín Vizcarra, ¿para esa fecha ya tenías muy avanzada la novela?

Más o menos. Eso fue cuando murió el camarada Basilio. Creo que ya estaba por la mitad, por lo menos tenía todo el relato de su experiencia en Sendero, aunque había recortado algunos detalles.

“Conozco la violencia, la he visto de cerca (...) Y si alguien quiere entender los límites del dolor, puede leer la novela, o conocer a Aquiles”.

“Conozco la violencia, la he visto de cerca (...) Y si alguien quiere entender los límites del dolor, puede leer la novela, o conocer a Aquiles”.

¿Y de qué trata exactamente la novela? ¿Del crecimiento y decadencia de los hermanos Quispe Palomino como cabezas de Sendero en el VRAEM; de la increíble historia de un niño asháninka secuestrado por Sendero y que luego se vuelve soldado; o de un astuto joven enamorado que convence a un narrador para que escriba su historia?

A mí me parece una historial brutal. Yo conozco la violencia, la he visto de cerca. Sé cuáles son los límites de los seres humanos para resistir, física y psicológicamente. Y si alguien quiere entender los límites del dolor, puede leer la novela, o conocer a Aquiles. Él se ríe. No siento que él tenga una carga de rencor, trata de vivir el día a día, de salir adelante. Ahora está complicado, porque no se ha recuperado de la herida de bala y lo han incorporado al Cuerpo General de Inválidos del Ejército. Y ese pase, entre que te cortan el sueldo y te pagan la pensión que te corresponde, es largo. Pasas como cinco meses sin un cobre. A mí su historia me pareció sorprendente. Fue asistente personal de terroristas conocidos, como Feliciano y José. Conoció a Alipio. Como información me servía mucho. Pero además es un increíble ejemplo de supervivencia. Además, creo que cuando hay mucha data histórica, cuando te hablan de las miles de personas que mató Sendero, todavía sigue siendo un dato abstracto. Pero cuando conoces a alguien que estuvo allí, es diferente. De hecho, sientes un apego, ahora somos amigos.

¿Cuándo viste por primera vez a Aquiles?

Yo estaba en España y me llegó su mensaje. A los escritores, tanto como a los periodistas, les llegan muchos de estos mensajes, de gente que quiere contar una historia, pero resulta que el 95% de ellos son desechables. Pero él me dio unos datos interesantes. Luego nos citamos en Barranco. Empezamos a conversar. Él cree que las personas que están alrededor de la actual cúpula del autodenominado Partido Marxista Leninista Maoísta son esclavos, que pueden mejorar su calidad de vida si llegan a ser mandos medios. Y es increíble, porque se acostumbran a ser esclavos.

Tratemos de definir a Aquiles. ¿Es un arrasado?

Es que él pasa por varios espacios, primero es un arrasado (un niño asháninka secuestrado); luego va a ser un pionero de Sendero, un muchacho adoctrinado; luego comienza a ser un militante. Lo que él me cuenta es que se sentía contento cuando lo iban ascendiendo, porque le creían que estaba con ellos. Pero eso mismo le preocupaba, porque si lo agarraban el Ejército o las rondas, era difícil que lo perdonaran.

¿Y qué piensa él de sí mismo?

Él se considera un combatiente. “Yo soy un combatiente capturado por estos malditos terroristas que engañan a la gente”. Esa es frase suya.

¿Cuándo estuviste destacado tú en el VRAEM?

Yo he estado en varias ocasiones, de distintas maneras. En el 2014-2015, trabajé orgánicamente en algunas unidades del VRAEM, pero antes ya había estado allí. El 2001 estuve en una división de la sierra, Pampas-Tayacaja. Al año siguiente, el 2002, me cambiaron a una unidad de combate, en Lima, pero que iba y venía de lo que ahora se llama VRAEM. Allí es donde yo conocí Valle Esmeralda, Alto Chichireni, etc.

¿Existió la posibilidad de que Aquiles y tú se encontraran en bandos distintos en el escenario de la guerra?

Lo hemos conversado. Aquiles tiene problemas para expresar los tiempos, eso me costó en la novela. Hay cosas que él piensa que ocurrieron en un año, o un mes, pero hay que precisarlas. Por ejemplo, hay una muerte de policías, unos sinchis, a los que les contaron que había droga y que se encontraron con una concentración de Sendero. Yo llegué después de eso, a ese mismo lugar, donde murieron los policías. Y Aquiles me dice que también estuvo allí, con Sendero. No es que estuviéramos en veredas opuestas, pero fue como si yo estuviera en San Borja y él en el centro de Lima, claro, con la diferencia de que allá es el monte.

Esa reunión de la que hablas está en el libro, es una concentración muy grande de mandos de Sendero.

Claro, lo que pasó es que llegaron los policías, se reunieron con un teniente del ejército, y él les dijo que cruzando el río Chichireni todos estaban con Sendero, que no fueran para allá. Qué pensarían los policías, la cosa es que avanzaron. Aquiles, también lo recuerda, desde el otro lado. Él dice que cayó una granada. Cogió su arma y vio que Alipio ya respondía.

¿Y qué piensas de esto? Por un cruce de acontecimientos pudieron estar frente a frente.

(Hace un mohín) Sí, es raro. Es la pimienta de la novela. Pero no es la primera vez que pasa. Una vez escribí para IDL un relato sobre Madre Mía, el protagonista contaba que había una ametralladora de Sendero que les estaba dando duro, él manejaba un lanzacohetes. Él dice que una noche apuntó a la ametralladora y le dio. Al año siguiente conoció a un arrepentido al que le faltaba un brazo. Ese arrepentido guiaba a su patrulla. Cuando se pusieron a conversar, se dio cuenta que el arrepentido era el de la ametralladora. Eso pasa. He conocido historias de arrepentidos que han terminado pasando Navidad con los oficiales que combatían, o que se han hecho compadres.

Hay muchos relatos crudos en las memorias de Aquiles. Pero algo que sorprende es que en los campamentos de Sendero la gente debía permanecer en silencio por temor a ser asesinados. El nuevo estado de Sendero quería a ciudadanos mudos.

Sí, los secuestrados tenían miedo de sus debilidades. Cuidaban mucho sus piernas, porque sabían que si no podían caminar los iban a matar. Si murmuraban o hacían un gesto de desagrado los iban a matar. Podían matarlos por cualquier cosa.

Los enfermos estaban condenados a muerte.

Sí. Mira, Aquiles me llamó llorando después de leer la novela. Se acordó de todo. Es que, cómo haces para escribir un testimonio así. Es muy difícil describir algo como eso, no es un relato lejano, no sé, de la guerra con Chile. Estás escuchando a alguien que vio como enterraban viva a su familia, y lo tienes allí, al frente. Lo único que te preguntas es cómo pudo pasar algo así. Yo diría que esta es la novela que más me ha costado escribir, no en términos de estructura, sino por la compenetración que he tenido con Aquiles. Todo lo fui procesando, no solo le hice entrevistas a Aquiles, también me mandó audios y él mismo escribió algo.

Debió ser difícil hablar con Aquiles, porque aprendió a leer y escribir tarde, después de escapar de Sendero.

Pero lee, aprendió a leer por necesidad. De hecho, él dio conmigo porque leyó uno de mis libros.

Desde el Valle de las Esmeraldas

Sí, creo que sí.

Escribiste el libro En honor a la verdad, que es la versión oficial del Ejército sobre su participación en la guerra contraterrorista, ¿qué dice el libro sobre la gente que estuvo prisionera de Sendero y que luego cambió de bando y se unió al Ejército? ¿Qué trato recibieron? ¿Cuántos son?

Lo que pasa es que cuando escribí el libro, te estoy hablando del 2010, más o menos, no tenía esa función. El libro explicaba estadísticamente hasta dónde había llegado el Ejército. Me acuerdo que fui al Comando Conjunto, a un archivo, llevé a dos suboficiales, nos pusimos a contar cuántas patrullas hizo el ejército en ese tiempo. Se hicieron dos millones de patrullas, grandes, de 15 días, otras de 2 días, más breves, en todo el Perú. Estadísticamente yo consideraba que se habían conseguido los objetivos.

Cuentas en la novela que decidiste que serías escritor cuando estuviste destacado en Puno. ¿Por qué?

No necesariamente ser escritor, pero sí escribir. Yo soy una persona que ha vivido entre Lima, Camaná y Moquegua, esos tres lugares han marcado mi infancia. Y recién graduado del Ejército fui a otros lugares, descubrí otro país, nuevo, en temas de idioma, costumbres, creencias, cosmovisiones. Yo creía que valía la pena escribirlo, dejarlo documentado, y no solo en el informe de una patrulla. Siempre pasaban cosas. Por ejemplo, una vez, de patrulla, el hombre que iba en punta, a la cabeza, comenzó a acelerar el paso. Le mandé un mensaje: “¿Por qué te apuras?” Y me respondió lo que era un acuerdo de todos los soldados. “Es que queremos llegar a ver Pobre Diabla”. Quería ver la novela.

Así que conociste soldados noveleros.

Lo son. Por eso sé que es inútil programar una clase a las ocho de la noche. Es inútil, porque son noveleros.

Te he preguntado alguna vez por qué eres escritor, quiero preguntarte ahora, ¿por qué eres un soldado?

Es una forma importante de servir al Estado. Hay personas cuyo destino es el servicio. Antes, lo confieso, para mí era un tema de aventura, de enfrentar miedos, pero ahora es lo otro. Se requieren soldados como se requieren a todas las ramas de las profesiones. Nadie podría decir que no se requieren soldados, eso es imposible.

Cuando hablas de tu formación en la escuela militar dices que muchos oficiales llegaron a ser presidentes de la república. Estos oficiales llegaron a ese puesto por el camino del golpe de estado. ¿Qué les dicen de esas circunstancias en la escuela militar, cómo se las explican?

Es curioso. No se habla mucho de eso. A mí siempre me ha gustado leer y veía que esos oficiales estuvieron en la escuela, en las mismas aulas que yo, pero allí casi nunca se habla de un tema que sea político. Es casi imposible. El régimen de vida en la escuela militar es casi una centrífuga, está la formación, está el entrenamiento, tienes clases de táctica, historia, geografía. Cuando yo estaba en la escuela, tres veces a la semana recibía clases de matemáticas, química, etc. Estabas preocupado en aprobarlas. Y después habían dos días de formación militar. La primera parte era bien técnica, aprendías sobre las armas, su alcance, ibas a las unidades donde estaban esas armas. Entonces, no es una escuela donde se formen ese tipo de opiniones. Y la historia que nos enseñan, tampoco es parecida a la de la universidad. Es una historia con conocimientos tácticos. Por ejemplo, nadie te dice que Napoleón llegó a Italia, te dicen cuál fue la maniobra que usó para derrotar a los ejércitos de Austria y Cerdeña, por eso sabemos que él usaba fintas y demostraciones.

¿Y cómo te sientes cuando escuchas que algunos actores políticos consideran que la solución a los problemas del país es el golpe de estado?

Ya sabes que no puedo opinar al respecto.

De acuerdo. Hay una tradición de hombres de armas que fueron narradores, pienso en Tolkien, que desarrolló todo el universo de la Tierra Media luego de combatir en la Primera Guerra Mundial. ¿Tú sigues a algún narrador que también haya vestido uniforme?

No, pero los entiendo. Lo que sucede es que yo pienso que no era una persona dotada para ser militar. Las capacidades que he obtenido, el estado físico, por ejemplo, naturalmente no lo tenía. Disparo bien el fusil, pero me ha costado. Hay gente que dispara y a la primera le da. En un momento sentí que debía escapar del rigor a través de la imaginación. Imagínate una marcha militar muy grande, de unos 60 kilómetros, con el casco y una mochila pesada, para una persona como yo, que creo que pesaba unos 60 kilos en ese momento. En ese caso, la imaginación te ayuda a resistir. Y entiendo que ellos pasaron por un proceso como el mío, y la imaginación ayuda. Ahora, con el tiempo, ya no necesito escribir para escapar. Ahora escribo disciplinadamente, porque eso es lo que he aprendido. He aprendido a escribir con horarios, y si no puedo por temas del trabajo, recupero esas horas con menos sueño.

Así que tienes un método.

Bueno, leo hasta que tengo que pasar lista. Me levanto a las cinco de la mañana. Ahora la escritura es un tema más profesional. Pero te repito, la imaginación puede ser una forma de resistencia. No es fácil ser un soldado. Yo sufría por algunas cosas. Soy, por ejemplo, muy malo para cosas manuales. No sé clavar clavos. Soy malísimo. O para ponerme el casco, con esas hombreras. Aunque ahora es más sencillo porque hay chaleco. Eso para mí era una tortura. Tenía que practicar mucho. Ahora ya lo sé. Después de tanta práctica puedo ser un ejemplo (se ríe).

El primer crimen de Sendero Luminoso que viste ocurrió en febrero de 1983, ¿es correcto?

Sí, la muerte de un guardia republicano en la embajada de Nicaragua.

¿Cuántos años tenías entonces?

Eso fue el 83, tenía unos 9 u 8 años. Ese día mi papá se fue a jugar fulbito con sus amigos. Yo fui a buscarlo. En eso, se llenó el Parque Castilla con las luces de los patrulleros. Lo primero que aprecié fue la carencia de hostales en Lima. Las parejas que estaban en el parque comenzaron a correr para todos lados. Es que antes, eso era un bosque, no tenía luz. Bueno, yo salí corriendo con unos muchachos y me encontré con la sangre. Me quedé impresionado, nunca había visto algo así. Luego me encontré con mi papá y le conté lo que había visto. Él me dio un cachetadón. Con el tiempo me di cuenta que se había asustado más que yo. Es que era un tema que nos parecía lejano, pero que de pronto comenzó a tocar nuestra puerta. Al día siguiente vi en La República la foto de lo que yo había visto: el charco de sangre.

Era la época policiaca de La República.

Sí, curiosamente, ahora que van a hacer una reedición de En honor a la verdad, me han mandado unos tomos de los recortes de diarios de esa época.

Y todos salen con esas fotos horrorosas de los atentados.

Sí, muy cruentas.

Hay una frase en el libro, cuando hablas de los vuelos en helicóptero sobre el VRAEM. Dice: “Desde el aire, se ve la pelambre verde de la tierra convertirse en un macizo pardo, con sus coronas de nieve como vigilantes, y, más abajo, el reflejo de las calaminas de los pueblitos, como espejuelos”. Esa descripción es más tuya que de Aquiles, ¿verdad?

Sí. Aquiles me describía las cosas que para él eran nuevas, como los carros, son cosas más relacionadas a sus sentimientos. Lo otro es mi mirada. Como he viajado muchas veces al VRAEM, ya sé que voy llegando porque cambia el color de las cosas.

El VRAEM es el lugar en el que las cosas cambian de color.

Yo he aprendido algo que creo que se debe tener en consideración. La Cordillera de los Andes, que es tan hermosa por los matices que le da al Perú, también es nuestra gran muralla. En el Perú, la cordillera termina siendo un muro, que las civilizaciones anteriores a los incas no pudieron vencer. Y la selva recién fue tomada en cuenta por el Estado cuando llegaron los caucheros, en el siglo XX. El Estado recién fijó sus límites en el siglo XX. Y los que hicieron eso fueron soldados, en botes. Hasta ese momento, éramos un país que miraba de frente al mar. Y el gran reto de los peruanos, en este siglo, es vencer a la cordillera, allí recién vamos a tener una sociedad de iguales. Esa debe ser nuestra meta.