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Domingo

Una duquesa contra el odio

El racismo no solo está enraizado en la familia real bri- tánica. Desde que Meghan Markle se casó con Enrique de Inglaterra y se convirtió en la duquesa de Sussex, un sector de la prensa inglesa y las redes sociales se convirtieron en incansables máquinas de odio.

Fue en vísperas de la Navidad del 2017 y fue un gesto pequeño pero punzante. La reina Isabel había invitado a Meghan Markle, en ese entonces novia de su nieto, el príncipe Enrique, al almuerzo familiar anual en el Palacio de Buckingham. Era un evento muy esperado que fue opacado por la presencia de la princesa María Cristina Kent, quien lució un broche que a algunos les resultó ofensivo: una joya que representaba el busto de un joven negro con una corona de piedras preciosas.

En las redes sociales se comentó que la princesa –conocida por sus atisbos racistas-- lo lució para incordiar a Meghan, una guapa y divorciada actriz estadounidense de origen birracial, cuya piel, al parecer, no encajaba en los “estándares” de la rancia familia real e incomodaba no solo a Kent sino a otros de sus miembros.

Pasado este trago amargo, Meghan y Enrique se casaron en la primavera de 2018 y tuvieron una breve luna de miel con la familia real, la prensa y los simpatizantes de la monarquía. Sin embargo, la cordialidad fue fugaz pues, tiempo después, los que no la querían como sucesora de la Casa de Windsor echaron a andar una maquinaria de odio que incluyó misoginia, clasismo y racismo en un solo combo.

Meghan se convirtió en la comidilla de los tabloides que a coro compartían historias sobre como había hecho llorar a su cuñada Kate Middleton el día de su boda; que la reina le prohibió usar las joyas de la princesa Diana; o que se sentó en un lugar que no le correspondía en una cena. Fueron estas las portadas más inofensivas sobre ella si las comparamos con aquella de The Sun en la que se la retrata al lado de un plátano.

Era evidente que a un sector de los medios británicos el racismo se le escurría sin vergüenza. En un programa televisivo de la BBC, por ejemplo, se presentó un avatar de Meghan en 3D. Era oscuro y resaltaba sus facciones. Cuando nació Archie, su primer hijo, un comentador radial tuiteó el retrato de una pareja de la mano de un mono con el encabezado: ‘El bebé real sale del hospital’.

En las redes sociales, los trolls acuñaron los hashtag #maggotmarkle (gusano Markle) y #Megxit, que fue el grito de guerra de los odiadores que la querían fuera de Buckingham. Se crearon cuentas de Facebook llenas de fotos detalle de las imperfecciones de su piel, o poniendo su rostro al lado del de Michael Jackson. “Ella desea ser blanca”, fue el comentario de una hater.

Herencia supremacista

Lo confesado el domingo pasado en la entrevista con Oprah Winfrey ha confirmado, además, lo que ya se sabía: que en el corazón de la monarquía británica late con fuerza la semilla del racismo.

Markle –quien junto a Enrique renunció a su título real en 2020 y se fue a vivir a California, Estados Unidos– dijo que mientras estaba embarazada, algunos parientes de su esposo le comentaron preocupados sobre lo oscura que sería la piel de su hijo y que no obtendría la seguridad social ni el título nobiliario. También confesó que en un momento se sintió tan desolada que consideró el suicidio y que pidió ayuda psicológica a un alto miembro de la realeza, pero se la negaron porque “no sería bueno para la institución”.

“Es bueno ver de dónde vino nuestra supremacía blanca original y cómo la madre patria la abraza hasta el día de hoy”, tuiteó el documentalista Michael Moore sobre la entrevista de Oprah, ensayando una hipótesis de la herencia racista que arrastra Estados Unidos, que, recuerda, desciende de ese “reino que trajo esclavos aquí hace 400 años”.

La entrevista con Oprah ha hecho temblar a la casa real británica, que se apuró en responder que las confesiones de los duques de Sussex serán abordadas en privado: “Aunque algunos recuerdos pueden variar, se tomarán muy en serio”, citó el comunicado real.

Periodista en el suplemento Domingo de La República. Licenciada en comunicación social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y magíster por la Universidad de Valladolid, España. Ganadora del Premio Periodismo que llega sin violencia 2019 y el Premio Nacional de Periodismo Cardenal Juan Landázuri Ricketts 2017. Escribe crónicas, perfiles y reportajes sobre violencia de género, feminismo, salud mental y tribus urbanas.