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Una capitana en el mar de Grau

Casandra Silva fue la primera mujer al mando de una patrulla guardacostas de la Marina de Guerra. Esta capitana de corbeta rompió el techo de cristal, ascendió y tuvo bajo su mando un buque y a 34 hombres.

La embarcación estaba preñada con droga. El verano pasado, a mediados de marzo, un grupo de guardacostas de la Marina de Guerra intervino una bolichera pesquera en el mar de Lambayeque, balneario de Chérrepe. Camuflados en la bodega de la embarcación, entre las redes y el pescado, los agentes encontraron treinta y cinco bultos de cocaína, “ladrillos”, como le llaman en el argot policial.

El destino final de los 1.850 kilogramos de droga, según confesaron los delincuentes, iba a ser Ecuador. Fue una operación de alto riesgo. Con mucho cuidado, los guardacostas siguieron paso a paso las indicaciones de su superior, que les hablaba a través de un handy talking (una radio).

Al otro lado de la comunicación, la capitán de corbeta Casandra Silva (38) calculaba cada movimiento con frialdad y resolución. Se trataba de narcotraficantes, estaban armados y un paso en falso podría haber desatado un fuego cruzado. Sus hombres estuvieron en peligro, pero al final todos salieron ilesos.

“Solo la experiencia te permite tomar decisiones. [En esa situación], yo no podía mirar atrás y preguntar qué hago, yo estaba al mando, no podía pedir consejos a nadie. Eché mano de lo que he aprendido en estos veinte años de carrera”, dice la comandante Silva, que en enero del 2018 se coronó como la primera oficial de La Marina al mando de un buque patrullero guardacostas, el BAP Río Cañete, una embarcación de dimensiones considerables cuya misión es custodiar nuestro litoral.

Tenía bajo su tutela a 34 guardacostas que, al igual que los policías en la tierra, tienen la función de patrullar, hacer operativos y, en su caso, interceptar embarcaciones sospechosas en altamar.

Aquella vez que dieron el golpe a los narcotraficantes siguieron el protocolo habitual. Zarpó un grupo de efectivos a bordo del bote RHIB –una pequeña embarcación anexa al buque– para cumplir con lo que sería una inspección rutinaria: verificar si los pescadores tenían sus papeles en regla, si cumplían con las normas de seguridad, si no estaban pescando más allá de las millas permitidas.

No se imaginaron que estarían frente a delincuentes de alto calibre que, se supo después, eran integrantes del temible Cartel de Sinaloa.

Fue la situación más tensa vivida por Silva y sus subalternos durante el año y medio que fueron los centinelas de nuestra costa, de Tumbes a Tacna. También fue la mayor incautación de droga realizada por una unidad de guardacostas en altamar. Y estuvo dirigida por una mujer.

Casandra Silva, la “señora”, como la llaman, deja este julio el comando del BAP Río Cañete y vuelve a tierra firme. La visitamos para hacer un balance de su experiencia.

Su nombramiento como cabeza de una patrulla guardacostas es síntoma de los aires progresistas que se respiran en La Marina, una institución esencialmente masculina que, parece, está virando el timón nombrando a mujeres en puestos importantes.

Llamémosle "la capitana"

Deberían llamarla capitana de corbeta y no capitán de corbeta. La nomenclatura de la Marina todavía no se adecúa a las nuevas integrantes de su élite. Y es que esta institución de las Fuerzas Armadas está conformada mayoritariamente por hombres.

Para hacernos una idea: solo el 10% de las oficiales son mujeres, solo hay 248 frente a 2.391 oficiales hombres, y solo unas cuantas han llegado a ocupar puestos de mando.

"Hay jefas de departamento de logística, pero no hay directoras, mucho menos almirantes, como sí pasa en otros países", dice la comandante Silva.

Ella es una de las pocas oficiales que ha roto el techo de cristal y ha ocupado un alto puesto. Pero la capitán de corbeta no atribuye esta estadística al machismo o a la discriminación. Asegura que las oficiales de la Marina están avanzando lentamente porque recién en los noventas, en 1996, la Escuela de la Naval del Perú (ESNA) admitió a mujeres en sus filas.

Por esos años, Casandra Silva era una muchacha de Pueblo Libre que solía pasar los fines de semana con su familia en la playa de La Punta. En 1999 se decidió e ingresó a la ESNA y fue integrante de la segunda promoción femenina.

"Quería servir a mi patria, mi papá era policía y eso me incentivó", dice la comandante, quien quedó impresionada la primera vez que vio a los cadetes inmóviles como estatuas haciendo la guardia Grau. "Quería ser tan disciplinada como ellos", pensó.

"Las mujeres [de La Marina] estamos en proceso de crecimiento –añade–. Mi promoción se recibió en el 2003 y, como cualquier profesional, tenemos que acumular experiencia para ser autoridad".

En la pirámide del cuerpo naval, ella está en el grupo de oficiales superiores, a cinco peldaños del grado más alto de la Marina, el de almirante.

En los interiores del BAP Río Cañete, un cuadro con los retratos de los almirantes de los últimos años, todos hombres, le recuerda por qué fue noticia que le designaran el “timón” de un buque guardacostas:

"Aún somos pocas, pero poco a poco iremos escalando. La Marina nos está dando las oportunidades", dice Silva.

Aplazar los planes

Mientras recorremos el BAP Río Cañete, que acaba de regresar de la bahía de Ilo y por estos días está anclado en el Puerto del Callao, Silva menciona con ironía que el único obstáculo que recuerda de sus días de cadete fue el periodo menstrual.

"Comía limón para que no me viniera la regla porque había natación al día siguiente. Era complicado. A algunas compañeras les daba unos cólicos terribles y los instructores les exigían igual, les decían que eso era parte de la mujer, pero hay mujeres con diferentes condiciones, ¿no?", dice la comandante.

Incorporar a una mujer a un puesto de mando en la Marina también implicó un cambio positivo en el trato a los subalternos. Eso piensa la oficial de logística Francesca Maldonado, la única mujer que acompañó a Silva durante los dieciocho meses que duró su misión en el BAP Río Cañete: “Si bien hombres y mujeres tienen la misma capacidad de liderazgo, la mujer, en este caso la comandante, tuvo más tino y comprensión para tratar los asuntos personales de la tropa”, dice.

Casandra Silva reconoce que aplazó ciertos momentos de su plan de vida para convertirse en la primera comandante de una unidad de guardacostas. Uno de esos momentos fue la maternidad: “Entre ser mamá y mi carrera, preferí mi carrera, y no me arrepiento. Sabía que si quería cumplir este reto tenía que estar embarcada casi dos años. Con un hijo no habría sido posible, y al final, la que se quedaba sin sueños sería yo”, confiesa en un arrebato de sinceridad.

Ya en tierra firme, dice la capitana, tomará decisiones. Esta semana fue relevada en el comando del buque. Su nuevo reto será la jefatura de Medio Ambiente de la Dirección General de Capitanías y Guardacostas. Sueña con que dentro de unos años una mujer llegue a ocupar el más alto puesto de la Marina de Guerra, el de almirante. Pero, claro, se tendrá que adaptar la palabra al femenino para decirlo en forma correcta: almiranta.

Periodista en el suplemento Domingo de La República. Licenciada en comunicación social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y magíster por la Universidad de Valladolid, España. Ganadora del Premio Periodismo que llega sin violencia 2019 y el Premio Nacional de Periodismo Cardenal Juan Landázuri Ricketts 2017. Escribe crónicas, perfiles y reportajes sobre violencia de género, feminismo, salud mental y tribus urbanas.