Hoy, a las cuatro de la tarde, acabado el plazo de votación para el referéndum y segunda vuelta regional 2018 (sí, por si no sabía, hoy se eligen gobernadores en más de la mitad de las regiones del país), cuando todos los canales de televisión lancen su tradicional flasssshhhh electoral, habrá un clarísimo candidato ganador que, para colmo, ni siquiera habrá tenido que hacer un minuto de campaña: el presidente Martín Vizcarra. ¡Pero si el referéndum es sobre las reformas que ha propuesto el presidente!, me dirá usted, siempre atento y avispado lector. Pues claro, aparentemente es así. El día que don Martín Vizcarra anunció la convocatoria para este proceso electoral, lo hizo con la intención de conseguir reformas profundas que nos permitieran gestionar mejor nuestra democracia debilitada por tanto delincuente de cuello blanco, tanto congresista impresentable y tanto partido político adicto a la droga de la financiación dudosa. Sin embargo, opacada por la siempre movida coyuntura política -que cada día nos regaló una nueva estampa, desde la de una curiosamente sonriente Keiko Fujimori entrando a prisión, hasta la voluminosa figura de Alan García saliendo de su frustrado asilo en la embajada de Uruguay, pasando por don Luis Hinostroza Pariachi fugándose muy orondo por la frontera con Ecuador-, este referendo ha pasado a ser más bien una especie de plebiscito con el que la gente ha decidido pronunciarse en torno a la legitimidad del presidente accesitario que terminó reemplazando al demolido Pedro Pablo Kuczynski. Y no solo porque, según las encuestas, la ciudadanía ha decidido que informarse para votar cansa demasiado y, por tanto, optará por hacerlo en el sentido sugerido por Vizcarra cuando salió a denunciar que su propuesta sobre la bicameralidad había sido manoseada y violentada por el fujiaprismo hasta el punto de ser irreconocible, sino porque siente que tiene un pendiente con este presidente que llegó al cargo casi de casualidad, pero que ha demostrado tener más agallas que su predecesor para enfrentar a la corruptela de todo calibre. Si sus propuestas ganan de manera mayoritaria -salvo la frankensteiniana de la bicameralidad, obviamente-, Vizcarra les tapará la boca a quienes le machacan mañana tarde y noche que él no es más que un presidente de relleno, que nadie lo eligió para el cargo (tremenda falacia, porque justamente a un vicepresidente se le elige para reemplazar a un presidente y para ninguna otra cosa más), que es un dictador de tinte chavista, entre otros elogios. Por tanto, puede que las propuestas del proceso de hoy no sean más que un saludo a la bandera y se olviden a la semana siguiente, pero el referéndum en sí servirá como la mayor encuesta de popularidad presidencial que se haya visto. Del presidente Vizcarra, pero también, implícitamente, de sus muchos enemigos políticos. El juego del chupón Don Alan García parece haber perdido, a estas alturas, todo sentido de autopercepción. Si no, no se explica que, después del papelón continental que protagonizó declarándose perseguido político, se le haya ocurrido protagonizar otro, acusando al gobierno de chuponearlo, nada menos que en plena puerta de su casa, a vista y paciencia de decenas de periodistas y con un aparatejo que resultó una antigualla que tiene cualquier canal de televisión. Claro, el escandalete sirvió, entre otras cosas, para sacar el foco de atención del Congreso, donde el fujiaprismo aprobaba una ley que rebaja penas a los partidos políticos en caso de lavado de activos, pero que haya un auto haciendo seguimiento a un investigado que ya ha intentado fugarse, como lo hizo García con su fallido asilo, no debería sorprender a nadie y más bien debería ser una garantía de que no se las picará a la primera de bastos. Lo que queda clarísimo es que el expresidente es capaz de mentir sin freno con tal de aparecer como una víctima de persecución, algo que, por fortuna, ya no le cree ni el más despistado de los peruanos. De hecho, cada vez que abre la boca, la gente desconfía más de él y de sus intenciones, poniéndose casi siempre del lado de aquellos a los que acusa. A este paso, el día que -supuesto negado- un auténtico gobierno dictatorial persiga al doctor García, lo encarcele y lo torture, ya no le creerá ni Mauricio Mulder. Es que, ya todos saben, en boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso. Y en el caso del presidente, ya la gente se ha convencido de que es capaz de mentir hasta cuando se queda callado.