Si aún no entiende la gravedad de lo que está ocurriendo en nuestro sistema judicial y es de aquellos que piensan que destituir a todos los miembros del CNM es un 'golpe caviar', tal vez usted, como Jonathan Swift, se ha quedado en el siglo dieciocho,En Los viajes de Gulliver, el maravilloso libro de Jonathan Swift, hay un capítulo en el que el personaje central, en su visita al país de los nobles Houyhnhnms, una especie de caballos inteligentes que no conocían el concepto de la mentira, trata de explicarles sobre esa curiosa “sociedad de hombres educados desde su juventud en el arte de probar con palabras multiplicadas al efecto, que lo negro es blanco y lo blanco negro, cobrando por esa actividad”. Obvio, no habla de otra cosa que de los abogados. En una sátira implacable sobre el derecho y la justicia en occidente, Lemuel Gulliver (el viajero protagonista de la novela) explica cómo funcionan nuestras leyes: “Por ejemplo: si mi vecino quiere mi vaca, paga a un abogado que pruebe que debe quitarme la vaca. Entonces, yo tengo que asalariar a otro para que defienda mi derecho (…) Ahora bien; en este caso, yo, que soy el propietario legítimo, tengo dos desventajas. La primera es que, como mi abogado se ha ejercitado casi desde su cuna en defender la falsedad, cuando quiere abogar por la justicia —oficio que no le es natural— lo hace siempre con gran torpeza, si no con mala fe. La segunda desventaja es que mi abogado debe proceder con gran precaución, pues de otro modo le reprenderán los jueces y le aborrecerán sus colegas, como a quien degrada el ejercicio de la ley”. Sobre los magistrados, nuestro personaje no es más benévolo: “Los jueces son las personas designadas para decidir en todos los litigios sobre propiedad, así como para entender en todas las acusaciones contra criminales, y se los saca de entre los abogados más hábiles cuando se han hecho viejos o perezosos; y como durante toda su vida se han inclinado en contra de la verdad y de la equidad, es para ellos tan necesario favorecer el fraude, el perjurio y la vejación, que yo he sabido de varios que prefirieron rechazar un pingüe soborno de la parte a la que asistía la justicia a injuriar a la Facultad haciendo cosa impropia de la naturaleza de su oficio”. Sí, ya sé que a estas alturas se está preguntando qué tiene que ver Swift con nuestros tiempos (¿de verdad no se ha dado cuenta?), pero siga leyendo y verá por qué no necesitamos cambiarle una coma a su descripción de los jueces: “Cuando defienden una causa evitan diligentemente todo lo que sea entrar en los fundamentos de ella; pero se detienen, alborotadores, violentos y fatigosos, sobre todas las circunstancias que no hacen al caso. En el antes mencionado, por ejemplo, no procurarán nunca averiguar qué derechos o títulos tiene mi adversario sobre mi vaca; pero discutirán si dicha vaca es colorada o negra, si tiene los cuernos largos o cortos, si el campo donde la llevo a pastar es redondo o cuadrado, si se la ordeña dentro o fuera de casa, a qué enfermedades está sujeta y otros puntos análogos”. Bueno, tal vez a estas alturas ya se habrá dado cuenta de la fascinante similitud con lo que estamos viviendo estos días. ¿Aquello de discutir no sobre el fundamento de la verdad, sino sobre detalles irrelevantes no le recuerda un poco a aquello de “¿la niña ha sido desflorada?” o, peor aún, a quienes, al conocerse los audios de la corrupción, chillaron: “¡Son chuponeos ilegales!”? Pero, lo más importante es que, en efecto, tal como está concebida la justicia en países como los nuestros, afecta directamente a la gente común, por culpa de jueces que no persiguen la justicia, sino el arreglo bajo la mesa, la triquiñuela, la ambigüedad y la jerigonza incomprensible con lo que, como dice Gulliver en otro párrafo extraordinario, “buscan confundir totalmente la esencia misma de la verdad y la mentira, la razón y la sinrazón, de tal modo que se tardará treinta años en decidir si el campo que me han dejado mis antecesores de seis generaciones me pertenece a mí o pertenece a un extraño que está a trescientas millas de distancia”. Por eso, la corrupción del Consejo Nacional de la Magistratura nos incumbe a todos. Si ellos, funcionarios putrefactos, son quienes eligen a los jueces y fiscales que tendrán que decidir si nuestras vacas o chacras (símbolo de todo aquello que nos interesa defender) son nuestras o de cualquiera que los soborne, ¿tenemos alguna garantía para sentir la más mínima tranquilidad sobre la estabilidad de nuestras vidas, nuestras familias o nuestros bienes? No voy a explayarme más. Si aún no entiende la gravedad de lo que está ocurriendo en nuestro sistema judicial y es de aquellos que piensan que destituir a todos los miembros del CNM (como ocurrió el viernes en el Congreso, tras la presión del presidente de la República, presionado a su vez por la opinión pública) es un “golpe caviar”, tal vez usted, como Jonathan Swift, se ha quedado en el siglo dieciocho.