Paloma ReañoEditora. Pasó por Penguin Random House, por Buen Salvaje y hoy es editora y socia en Pesopluma.,Paloma Reaño es una mujer feminista, una editora refinada, una lectora compulsiva y una lesbiana sin fisuras. Pero cuando no está editando poemas de Luis Hernández en Pesopluma, cuando no está ejerciendo de librera bilingüe, procurando convencer a alguien de que se compre The Unwomanly face of war, de Svetlana Alexievich, se levanta a las tres de la madrugada desde su autoexilio en España; en pleno invierno recorre la gélida Madrid buscando un maldito bar de latinos en el que pasen un partido de su selección, va con su camiseta de Perú y su vincha, se junta con una decena de migrantes peruanos, casi todos hombres, y ahí resiste, resiste con valor, porque el fútbol para ella también es pasión. Hablemos de la pasión. ¿Juegas partidos con tus amigas lesbianas en la playa semi en bolas? ¿El fútbol es sexy? Siempre me ha parecido que la pelota es como el Aleph de los juguetes porque concentra en sí todos los juegos posibles. Crecí codo a codo con mi hermano y recuerdo una infancia de pichangas en la Residencial San Felipe. Pero los partidos más memorables fueron aquellos de verano, en las canchitas libres de la Costa Verde. Éramos todas amigas de la vida, muchas lesbianas, bastante cracks todas. Y sí, a mí me parece súper sexy la destreza física, me emociona la armonía y la exactitud en el espacio, más si lo estás gozando y hay cervezas frente al mar. Pero ¿cómo siendo lo que acabo de decir que eres soportas todo lo que rodea el fútbol, las barras bravas, el all male panel, la cultura machista? ¿Cómo así fútbol y feminismo? Cada vez lo soporto menos. A veces los comentarios de los chicos cuando están en grupo son de una violencia sexual ya ni camuflada. Ir a un estadio es un ritual que me emociona, pero te tienes que soplar toda la gama de celebración de virilidad hegemónica. En casa o en el cole está la típica discriminación sutil del tipo «el fútbol no es para las niñas», o directamente el «no seas machona», cuando te les escapas del molde. Está en el lenguaje y en la estructura, en la socialización del deporte. Se compatibiliza disfrutando el juego y defendiendo ese disfrute, buscando aliadas, armando equipos, generando espacios seguros para nosotras. Y ganando terrenos en las pichangas mixtas. Hace poco, un artículo de un par de profesoras feministas encendió la pradera porque proponían prohibir el futbol en los colegios españoles en una hipotética “escuela feminista”. ¿Como a la religión, al fútbol y a Nabokov no se les toca? No creo que el problema sea el deporte, como no lo es la literatura a pesar de la mezquindad del canon; ni la espiritualidad, a pesar de las doctrinas religiosas; ni la música, a pesar de las letras del reguetón (placer culpable). Quizá el problema no sea práctica sino la forma en la que lo haces, desde dónde y cómo lo piensas. Por ejemplo, el fútbol femenino en Perú tiene un rollo bastante feminista. Las Ligas Femeninas LF7 organizan torneos con chicas que se han sentido discriminadas y quieren pelotear. Su idea es reforzar en la cancha eso que nos ayuda a lidiar con el patriarcado en la vida: confianza, garra, autoestima, perseverancia, estrategia, equipo. El fútbol monopoliza los patios del colegio. Aunque cada vez hay más niñas que juegan, también hay otros que nos hemos pasado la vida esquivando pelotazos. Claro, lo que hay que romper es la supremacía del fútbol sobre otros deportes, y de los varones dentro de él. Debería ser mixto y no obligatorio. A mí me da rabia ver en los parques a los niños en clara distinción de roles: ellos sudando la emoción del gol, y ellas sentadas charlando, entretenidas, claro, pero siendo espectadoras. Que jueguen todos los que tengan ganas de hacerlo sin que tu género o tu popularidad sea puesta en riesgo ante la mirada ajena. Es un bullying muy machista. Es muy tóxico el bullying hacia los chicos que no les gusta o no son buenos en fútbol; y lo mismo a las niñas, o no se les incluye o se les cuestiona o critica si les gusta. Ahí está el machismo clarito: si eres chico, jugar bien al fútbol es genial, mil puntos, popularidad; si eres chica, esa habilidad, esa ambición, ese goce que son propiedad de la masculinidad, se castiga. ¿Cómo ves a la actual selección, aparte de querer que llegue lejos, crees que pueda hacerlo en el próximo mundial? Para mi generación haber llegado a Rusia ya es haber llegado lejos. Nunca vi a Perú más que repetir la letanía del casi. De hecho, en las últimas tres eliminatorias hemos sido los penúltimos (2006), luego los últimos (2010), y después los antepenúltimos (2014). Una especie de broma cruel. Hasta teníamos el dicho «cuando Perú llegue al Mundial», que era peor que «cuando se acabe la botella de aceite». La selección se ha deshecho de una angustia paralizante. Ir de menos a más sedimenta la confianza. ¿Una frase poética futbolera? Me parece cotidianamente poético eso de que «Messi es un perro», frase de Casciari. También me gusta «goles son amores», por su economía y por ser un tándem de orgasmos. ¿Y jugadas poéticas? Me vienen dos jugadas mágicas: el tiro libre indirecto de Paolo contra Colombia, que debía ser centro y fue gol; y ese pase perfecto, limpiecito, de Trauco a Paolo, que la para de pecho y termina en gol a Argentina. En general, creo que en nuestro juego hay una suerte de privilegio de la «cintura de chato»: ese toque corto, esa frenada en seco pero suave que se manda Cuevita, el Orejas. Hay algo de vals o de caballo de paso ahí. Con la crisis política, con el fujimorismo, con el patriarcado rearmándose, oye, a veces quiero que Perú pierda. ¿Estoy mal? Creo que es importante limpiar corrupción, megalomanías y cinismos; también aliarnos y rearmar la lucha. Pero si lo miramos por el lado amable, eso es un poco lo que ha sucedido en nuestra selección y ha hecho Gareca. Hay un juego de espejos entre el imaginario de nación y las selecciones de fútbol de muchos países. Mucho del ánimo y la cultura de una selección proviene del momento social y político. Haber clasificado tiene que ver con sacudirnos de miedos y recuperar cierta fe en uno mismo y en la comunidad.