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Thalía Mallqui: la indomable

Adora las series coreanas, evita las peleas, y huye de las cucarachas. Pero en el colchón se transforma. La luchadora Thalía Mallqui, plata en 48 kilos estilo libre, estuvo a punto, con su metro cincuenta, de tocar el pico del medallero el último jueves, en Toronto. Aquí su historia.

Thalía Mallqui: la indomable
Thalía Mallqui: la indomable

Fotografía: Team Perú

Quince segundos separan a Thalía Mallqui (28) del oro. Nadie tiene que avisarle nada, en el recinto deportivo de Mississauga, en Toronto, Canadá. Ella lo sabe, y se arroja, con vehemencia, sobre Genevieve Morrison, el fideo canadiense, dos cabezas más que ella, de malla roja. Thalía consigue sujetar su tobillo izquierdo y se aferra, con la ansiedad de un moribundo a sus últimos segundos de vida, de un hambriento a un bocado, de un guerrero a su último pedazo de gloria.

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Parece que va a voltearla. Y faltan cinco. Y los canadienses se quedan mudos, y los peruanos, del otro lado de la pantalla, nos excitamos porque es posible. Pero la gigante borra nuestro entusiasmo de un brochazo: la atenaza con sus tentáculos, inclinándola hasta que se consumen los tres segundos finales. Expulsa un airecillo por el susto, y le da unas palmadas al lomo de la peruana que luego de incorporarse se arrodilla y cierra los ojos. Puñetazo al suelo, y rabia, en ese odioso instante, cuando el árbitro levanta el brazo rival.

Thalía lloró después. Solo paró cuando le colgaron la medalla de plata. Y eso. Su entrenador Nilton Soto (42) y el resto de la delegación intentaron animarla, con la verdad. “La tuviste ahí”, “No debieron quitarte el punto”, “Mereciste ganar, negra”. Ella continuó expulsando coraje. Por los ojos y la boca. Los analistas destacaban su remontada de cuatro a cero abajo, y su metro y medio para hacerle frente a la campeona local de prontuario intimidante: 12-8 a la estadounidense Alyssa Lampe en cuartos de final, y 6-0 contundente a la cubana Yusneylys Guzmán en semifinales. En un gimnasio de Surco, Abel Herrera, su pareja, se mordía la lengua y golpeaba un saco de Muay Thai. En su casa de Villa María del Triunfo, Oziel, su único hijo de seis años, asentía junto a su tío, con la serenidad de un veterano.

Las primeras caídas

Thalía Mallqui es una luchadora tardía. Arrancó, luego del colegio, cuando su madre la llevó al complejo Yáhuar Huaca, y le pidió que escogiera entre la halterofilia (levantar pesas) o la lucha. Dos disciplinas gratuitas que por lo menos la sacarían del periodo de ociosidad –según su mamá– que continúa luego de la etapa escolar. Su padre, un boxeador amateur, no puso ninguna objeción. A los 17 años, cuando los deportistas están casi moldeados, Thalía comenzaba a fajarse sobre el colchón.

Practicar karate y kung-fu le dio ciertas nociones. Su primer entrenador, David Cubas, lo supo rápidamente: tenía madera. Y la convenció de que con tackles y derribos podía estudiar una carrera profesional. Consejo que, de alguna manera, siguieron sus cuatro hermanos menores, quienes también se dedicaron a la lucha, aunque con menor fortuna.

Ingeniería Química en la Universidad Nacional del Callao fue la elección. Carrera que, a pesar de sus esfuerzos, ha debido dejar en varios semestres por campeonatos de fuste. Como el de ahora, los Juegos Panamericanos 2015.

El objetivo era tan claro y estimulante, que Thalía se preparó a conciencia. A pesar de no contar con el apoyo de ningún auspiciador ni tener un entrenador personal se entrenó, con rigurosidad. Nilton Soto, instructor del equipo nacional desde el 2013, comenta que mientras la canadiense Genevieve Morrison se alistó en Europa y Japón tres meses antes de Toronto 2015, los luchadores peruanos, salvo una minigira en el centro de rendimiento Cerro Pelado, en Cuba, no tuvieron competencia alguna entre mayo y junio, meses claves y definitorios.

A pesar de ello, los resultados son alentadores y sorprendentes: de las ocho medallas que Perú ostenta hasta el cierre de esta edición, tres provienen de la lucha libre. Mario Molina, bronce en grecorromana 66 kilos, y Yanet Sovero, bronce en estilo libre 58 kilos.

Sovero es pareja de Soto desde hace 13 años. Cada vez que pierde es mejor no acercársele. Las frases de aliento le rebotan. O inclusive la irritan en lugar de consolarla. En el caso de Thalía hay que escuchar su desfogue.

Familia de luchadores

Durante tres años, desde el 2008 hasta el 2011, Thalía se dedicó exclusivamente a la maternidad. El médico le recomendó que abandonara el deporte, debido a una cesárea. Corría el riesgo de que la herida se abriera. Dos años como mínimo fue la sentencia.

Cuidó de Oziel (fuerte en hebreo). Lo amamantó. Disfrutó de sus primeros tumbos. Pero en el 2011 el ímpetu empujó su vuelta. Desde entonces, las medallas y las victorias han llegado sin cesar. Cuatro medallas de oro en el Panamericano 2013, campeona de los Sudamericanos 2012 y 2014, y segundo lugar en los Bolivarianos 2013. Preámbulo de un porvenir promisorio que se consumó en esta semana.

En estos momentos de éxito y sobre todo en los otros la ha acompañado su pareja Abel Herrera (30), un recio andahuaylino que porta igual cantidad de preseas en la lucha, en la categoría 65 kilos. Esta vez le tocó quedarse en casa, viendo la competencia por televisión, por una sanción en apelación. Pero el apoyo ha estado. Siempre. De hecho, a lo largo de estos panamericanos se ha comunicado con ella a diario. Y antes de la final le indicó qué estrategia utilizar.

A Thalía y a Abel los unen tres cosas: la fe (son mormones), la pasión por el deporte, y Oziel. 'Oshi', como le dice de cariño, es toda una promesa. A sus seis años ya ha ganado cuatro torneos infantiles, con niños mayores en peso, edad y estatura. Ambos son sus entrenadores involuntarios.

A una deportista de contacto, que endurece su piel a punta de castigo y de exigentes rutinas de ejercicios, cuesta imaginársela viendo telenovelas o series románticas. Es un prejuicio extendido, ciertamente.

Abel lo devela: Thalía se engancha a las producciones coreanas, lacrimógenas y fresas, y les teme a las cucarachas. Se esconde en su cuarto. Se aferra, esta vez, a sus almohadas.

Es viernes, el día después de la final perdida, y Thalía está tranquila. Me cuenta que aquel instante, en el que le quitaron un punto y que el comentarista no supo explicar durante la transmisión, se debió a una supuesta doblada de dedos, que asegura no cometió. Ventajas de la localía.

“Mis ojos llorosos fueron de rabia. El oro pudo ser mío. Pero ya está. Me levantaré para ganarme un cupo en las olimpiadas Río 2016”, señala. En Lima, 'Oshi' y Abel la esperan con ansias.





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