El concierto del último poeta maldito del Perú: Luis Hernández
Poesía. La música fue el corazón de la obra de Luis Hernández, el enigmático poeta de Jesús María. Mitad de Viaje ha publicado un EP que musicaliza por fin los versos del también médico que quería aliviar el dolor.

Alguna vez vivió un hombre con el corazón marcado por la música y caminaba por Lima “herido por la espalda”. Fue poeta y dejó de publicar sus versos para escribir y dibujar con plumones de colores en cuadernos que regalaba a sus amigos o a quien le cayera bien. Luis Hernández Camarero (1941-1977) fue poeta y médico porque decía que la poesía y la medicina eran lo mismo: ambas servían para aliviar el dolor.
La poesía de Lucho se extendía por la cotidianidad, entre parques, cines de barrio y esquinas, y llegaba hasta las orillas del mar, como una tierna caricia o un golpe que te podía dejar ‘enfermo’ de pena, sin embargo, era la música el lugar central en su vida. "Mi primer amor fue la música. Mi segundo amor fue el amor a la música. Mi tercer amor fue humano", escribía Lucho, a través de Shelley Álvarez, el solitario y perdido pianista, en Una impecable soledad.

De culto. Poeta Luis Hernández y su sobrina Techi. Foto: Familia Hernández Camarero
“Lucho no entendía la poesía sin música y era propio de su naturaleza rítmica, melódica”
LUIS es el EP que Mitad del viaje (integrado por Javier López Torres y Frank Edgar) estrenó en el Teatro Británico el pasado sábado 1 de febrero y musicaliza —¡por fin!— los versos del último poeta maldito del Perú. Los hernandianos, nostálgicos y memoriosos, disfrutaron de canciones como “Agüita salada”, “Charlie Melnick” u “Orilla”. El concierto contó con la participación de Elisa Tokeshi y Daniela Prado, y tuvo el apoyo de la editorial independiente Pesopluma.
Lucho no entendía la poesía sin música, are una característica de su naturaleza rítmica, melódica. Luis La Hoz, amigo del poeta, cuenta en el documental La soñada coherencia. Vida y obra de Luis Hernández que entre los años 60 y 70 viajó a Chanchamayo con Lucho y otros amigos, y vivió casi un año en unas hectáreas de su familia. En medio de la selva, La Hoz le preguntó a Hernández si escribía poesía y Lucho, levantó el brazo y señaló hacia los árboles, y respondió, como quien dice algo evidente: “¿Acá?, por supuesto que no, ni se me ocurre”. En esos meses, Lucho fue feliz y “solo ponía música”, cuenta La Hoz: “Entre los árboles puso un montón de parlantes y a las siete de la mañana ponía Mozart o Bob Dylan o The Beatles en toda la selva. Era una maravilla”. Durante la estadía, Hernández también atendió a los campesinos y solo pedía chocolates, cigarros o piscos como parte de pago.
Durante el concierto, la voz del enigmático poeta nuevamente nos habló, con las pausas repentinas y el mismo sarcasmo rampante, en la grabación de una entrevista realizada por Nicolás Yerovi, el gran promotor de la obra hernandiana y quien recopiló los poemas de todos los cuadernos de Lucho en Vox horrísona, en agosto de 1975: “Io nato acita di Lima, Perú, el 18 de diciembre de 1941”. Sin embargo, el concierto también presentó la voz de Betty Adler, el gran amor de Hernández.
“Durante el concierto, la voz del enigmático poeta nuevamente nos habló, con las pausas repentinas y el mismo sarcasmo rampante”
López Torres, cantante de Mitad del Viaje, conocía a Betty Adler desde que era un universitario y entabló con ella una amistad a lo largo de los años. Tras componer las canciones, visitó a Adler y le cantó: “Hoy el agüita salada, no es de la mar, es de tanto querer, de tanto llorar”.
El verso, cuenta Betty, se le ocurrió cuando caminaba con Lucho por la playa, antes de que partiera a Argentina para tratar un grave desequilibrio emocional. Hernández decidió entonces incluir el bello y triste verso en la edición de Vox horrísona, con la cita: “Betty, Agua Dulce, febrero de 1977”.

Vox horrísona (2024). Imagen: Pesopluma
Javier se aferró a la composición de las canciones para alejar el dolor de la muerte de su esposa. “El proceso de recomposición de todo este disco fue justamente en mi año más doloroso, del proceso de luto— cuenta López—. Y lo único que me salvaba era el trabajo, yo soy profesor, y la música”.
Hernández falleció el 3 de octubre de 1977, en Argentina, y está enterrado en el cementerio El Ángel de Lima, con el epitafio: “Solitarios son los actos del poeta, como aquellos del amor y de la muerte”. Y los hernandianos solo podemos decir, como su famoso verso: no mueras más, Lucho, con su añil claridad.