Cuando los nazis y japoneses ganaron la Segunda Guerra Mundial, según Philip K. Dick
La novela “El hombre en el castillo” de Philip K. Dick sirve de inspiración para la homónima serie que ya es uno de los picos narrativos del siglo XXI.
De las muchas series que se esperaban con expectativa en lo que va del siglo que corre, una de las más difíciles, no a nivel de Cien años de soledad de Neftlix, fue la adaptación de una novela de Philip K. Dick. La expectativa estaba más que justificada con El hombre en el castillo. El equipo de guionistas de Amazon sí la iba a sudar. No se trataba de una empresa nada menor.
No es la primera vez que se ha intentado adaptar esta novela ucrónica. El hombre en el castillo de Philip K. Dick es una versión al revés de las secuelas que trajo el acontecimiento más traumático del siglo XX: la Segunda Guerra Mundial. Dick especula sobre una realidad en la que los alemanes y japoneses ganan la guerra y se reparten el territorio estadounidense. La zona del Atlántico es para los alemanes y la del Pacífico para los japoneses. Basta esta referencia para tener una idea de lo complicada que sería su adaptación a la gran pantalla, de todo el material conceptual que tendría que atomizarse, un arduo trabajo que ni siquiera garantizaba el éxito del producto final.
Por ello, el espacio natural para que la novela gozara de una adaptación óptima, era la serie, la que, por lo menos, le brindaría la garantía de respetar las ideas de esta. Gracias a su formato, es que accedemos a una historia que no defrauda a la novela que la inspira y ostenta los suficientes méritos para abrirse camino sola, sin depender de su (gran) sombra literaria.
Sus directores, David Semel y Daniel Percival, responsables de esta empresa que contó con Ridley Scott en la producción, salieron bien librados con la ayuda medular de un eficiente equipo de guionistas, apostando por la sencillez lineal y escogiendo actores como Rufus Sewel, que encarna a John Smith, el Obergruppenfuhrer, personaje que sostiene prácticamente toda la trama.
Estamos en 1962. Los estadounidenses deben adaptarse, a las buenas o a las malas, a las costumbres de los invasores. En este escenario, y en onda con los contextos represivos, hay movimientos sociales que luchan por su independencia, pero del mismo modo personas a las que no les afecta la administración japonesa. Una de estas personas, es Juliana Crain (Alexa Davalos). Juliana lleva una vida normal, pero todo cambia cuando su hermana Trudy es víctima de la Kenpeitai (policía militar de Japón), pero antes de morir, ella le entrega un rollo de película en donde se muestra el siguiente escenario: los aliados ganaron la guerra a los alemanes y japoneses. Trudy iba a encontrarse con una persona a la que llaman el hombre en el castillo, que está reuniendo todo tipo de material audiovisual parecido. Juliana se dirige Cañon City, Colorado, en donde, se supone, está el hombre al que su hermana iba a ver. Pero Juliana no está sola: hay agentes dobles, comandos nazis y ministros japoneses aterrados ante lo que pasará si Hitler muere. Hitler tiene Parkinson. Además, es la oportunidad perfecta para que japoneses o alemanes se queden con la otra parte del territorio norteamericano ocupado. Una bomba atómica es la solución.
El mundo de Philip K. Dick es misterioso y lúdico. Hay novelas y relatos suyos llevados a la gran pantalla con arrollador éxito (Minority Report de Steven Spielberg y Blade Runner de Ridley Scott, por ejemplo), pero esta novela necesitaba del soporte de la serie. La serie El hombre en el castillo tiene cuatro temporadas. Vale la pena verla o volverla a ver. No decepciona, suscita opiniones encontradas, como las novelas de Philip K. Dick.