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Cultural

El documental del gonzo

Recomendación. "Gonzo: the life and work of Dr. Hunter Thompson" colma con creces las expectativas de quienes han leído los libros del célebre escritor y periodista norteamericano. En febrero del 2025, se cumplen veinte años de su muerte.

Documental de Alex Gibney sobre Hunter S. Thompson.
Documental de Alex Gibney sobre Hunter S. Thompson.

Leyenda del periodismo, imagen de la que no pocos trataron de emular, sus señas: Hunter S. Thompson (1937 (1939) – 2005). Padre del llamado periodismo gonzo, aquel en donde el periodista es también parte de la historia, según la nomenclatura. Basta esa sola referencia para que se enciendan todas las posibilidades especulativas sobre lo que en realidad significa ser un periodista gonzo.

A menos de un lustro de su muerte, el director norteamericano Alex Gibney presentó, en el año 2008, el documental Gonzo: the life and work of Dr. Hunter S. Thompson. Sin exagerar, se trata de uno de los documentales más sólidos que se hayan hecho en el presente siglo sobre la figura y legado de un escritor. Gibney, consciente de que resulta imposible abordar una vida marcada por la velocidad, el exceso y el espíritu tanático, centra buena parte del documental en los años de gloria y gran producción de Thompson: de 1965 a 1975. Es decir, queda fuera su historial de insuperable matasiete escolar, actitud muy mal asimilada por no pocos seguidores suyos en el mundo. Además, el próximo 20/8 se cumplen diecinueve años de que sus restos fueron disparados por un cañón del tamaño de la estatua de La Libertad y, es algo cantado, ya se vienen preparando los textos respectivos sobre los veinte años de su partida, acaecida el 20 de febrero de 2005.

En el documental, desfilan personalidades como Tom Wolfe, Anita Thompson y Johnny Depp (encargado de la lectura de las crónicas del gonzo a lo largo del documental), y en imágenes de archivo: Richard Nixon, George W. Bush, Martin Luther King, George McGovern, Edmund Muskie, Jann Wenner, Tim Crouse, Óscar Acosta (Dr. Gonzo en Miedo y asco en Las Vegas), Carl Bernstein, Jane Fonda, Osama Bin Laden, Bob Woodward y muchos más.

Más allá de la carga emocional de los testimonios recogidos exclusivamente para el documental, el de Tom Wolfe revela algunas “caleturas”, como el detallito de que le habría sido imposible escribir su mejor libro, Ponche de ácido lisérgico, si Thompson no le hubiera pasado sus grabaciones de los Hells Angels, las cuales fueron medulares a la hora de insuflar nervio al sesentero periplo costero encabezado por Ken Kesey en un psicodélico autobús conducido por el amante del poeta Allen Ginsberg, Neal Cassady. Para Los ángeles del infierno, Thompson realizó innumerables entrevistas a los forajidos motociclistas, y casi siempre dejaba la grabadora prendida. Esas conversas inconfesables sirvieron de inspiración para Wolfe.

La obsesión por la política y el american dream, que tanto obsesionaron y asquearon al gonzo, no podían faltar en el trabajo de Gibney. Thompson no creía en nadie, hacía gala de un odio frenético por todos los que reunían las características de Richard Nixon, como el político Ed Muskie, a quien le arruina la carrera en un artículo para Rolling Stone, en el que da cuenta de la escondida afición de este por la ibogaína. El descargo de Muskie contra el artículo y el periodista es de antología, el rostro desencajado y lleno de ira contenida de quien supuestamente representaba las propuestas de cambio en la previa a la campaña presidencial de 1972, es un ejemplo axiomático de lo que Thompson era capaz de hacer si un político le parecía torcido.

Luego de apoyar a Jimmy Carter en los ochenta, el gonzo optó por refugiarse en su granja de Woody Creek, en Colorado. Concedía pocas entrevistas y continuaba trabajando como freelance para diversos medios. Sin embargo, muchos creyeron que sus setenteras tirrias contra Nixon renacían cuando George Bush padre llegó a la Casa Blanca, puesto que, y más allá de los intereses económicos que Bush representaba, le era inconcebible que alguien que había sido un discutido director de la CIA guíe el destino de la nación más poderosa del mundo.

Sus últimos años estuvieron marcados por una aparente paz. Thompson se dedicaba a su familia, a sus amantes, a sus amigas cariñosas y a practicar tiros a blancos imaginarios en las hectáreas de su granja. Sabiendo que la muerte le podía llegar en cualquier momento (no pocas veces intentó suicidarse), reunió a un grupo de arquitectos e ingenieros para delinear su última voluntad: que sus cenizas sean esparcidas por un gran cañón gonzo de más de cuarenta metros de altura. El cañón costó tres millones de dólares y fue financiado por Johnny Depp.

Pero en las escenas dedicadas al suicidio del escritor, Gibney se muestra pusilánime, como si le hubiera temblado la mano si hurgaba en las versiones razonables que apuntaban a un asesinato maquillado de suicidio, el cual habría sido llevado a cabo por la CIA. Recordemos que Thompson escribió feroces y burlones artículos contra George Bush, a causa de la mentira que tapaba los verdaderos motivos de la guerra de Irak tras el 11 de septiembre de 2001.

Dejando de lado actitudes sazonadas por las leyendas, se extraña hoy plumas afiladas como las de Thompson. ¿Quién como él? Este documental de Gibney sigue vigente porque nos recuerda también que la única verdad, la que queda, es la que se escribe. Hunter S. Thompson cumplió.