Temblor de magnitud 4,8 se reportó esta tarde en Lima
Cultural

Yo maté a un perro en Rumanía

Crítica. La primera novela de Claudia Ulloa Donoso, Yo maté a un perro en Rumanía, innova dentro de la narrativa peruana contemporánea. Se trata de un libro sobre el lenguaje y que trasciende todo tipo de fronteras.

Primera novela. Claudia Ulloa Donoso presenta su primera novela. Foto: difusión
Primera novela. Claudia Ulloa Donoso presenta su primera novela. Foto: difusión

“Los perros hemos sido organismos llenos de palabras. Esto nadie lo sabe, pero ahora lo sabes tú”, dice el primer narrador de la novela de Ulloa. Sorprende y atrapa, pues es raro encontrarnos ante un narrador animal. Si bien sí hay memorables casos en la literatura universal —piénsese en Flush de Virginia Woolf, en el león de Hemingway, en los animales de Lispector o los perros de Cervantes— es raro y casi nada explorado entre los autores peruanos. Ulloa despliega una voz ingeniosa, con una prosa fina, que, en realidad, reflexiona sobre el lenguaje mismo. Me apena que esta voz narrativa no vuelva a aparecer a lo largo de la novela, pero, sin duda, su aparición consolida un gran comienzo.

La novela —al igual que la propuesta del perro narrador— trata esencialmente sobre el lenguaje, sus límites, sus posibilidades, sus variaciones según los contextos cambien. La historia y los hechos resultan en realidad una excusa para que los bien construidos personajes desarrollen una serie de reflexiones sobre la existencia y expongan en sus textos la importancia de lo no dicho, de lo contenido, de la importancia de la entrelínea. En ese sentido, es una novela que excede al lenguaje.

La trama es bastante sencilla. Se trata del roadtrip por Rumanía que realizan dos personajes: una latinoamericana profesora de noruego en Noruega y un exalumno rumano suyo que conduce autobuses y que la invita a dicho viaje. La primera está conociendo esta realidad que el segundo le muestra mientras lleva a cabo dos pendientes: un matrimonio arreglado por papeles y la ceremonia tradicional de su país por la pasada muerte de su padre. Entre ambos hay una pulsión erótica constante, una relación sexoafectiva suspendida, un vínculo castrante de emociones. Nunca se dicen directamente lo que sienten, nunca sabemos qué tipo de vínculo exactamente tienen, si se acuestan o no, si se aman o no, simplemente tenemos sospechas. ¿Cómo? Porque los espacios entre palabras nos lo indican. Lo no dicho da el tono que nos permite inferir lo determinante en la historia de ambos personajes.

Los dos son personajes están muy bien construidos y son complejos. La primera parte nos da a conocer la situación de ella de una manera más distante. Vemos sus conflictos, su adicción a las pastillas y al alcohol, su desinterés por la vida, sus descuidos, y los intentos de él por ayudarla. Es así que Ulloa nos plantea otro límite: el de la vida y la muerte. La profesora está muchas veces muerta en vida y él la dirige por un viaje como una suerte de Caronte que acompaña y dirige a los muertos. Hasta ese momento no conocemos tanto de él, salvo la historia que comparten narrada por ella. Pero, luego, la autora profundiza en el vínculo cuando introduce la voz de él en el siguiente segmento del libro. Este tiene dos narradores. Un fragmento es narrado por la profesora; el siguiente por él. Tenemos los dos puntos de vista sobre los mismos acontecimientos.

Esta técnica permite que el lector no solo tenga dos versiones de la historia, sino que conozca dos maneras de ver el mundo. Y eso ofrece otro de los grandes temas de la novela: las brechas culturales. Él es un rumano que se exilia en una sociedad de primer mundo. Ella, una latinoamericana que hace lo mismo. Siempre el punto de comparación es Noruega, pero ambos son capaces de reflexionar sobre la Rumanía que recorren durante más de 300 páginas. Él ve con distancia a su familia, a su pueblo y sus costumbres. Es un extranjero en la propia tierra. Y ella hace paralelos con su país latinoamericano. Sin embargo, ella no domina el rumano y solo él es capaz de acceder a este universo lingüístico. Se establece otro límite y ella recurre una vez más al lenguaje extralingüístico, al más humano, al más animal. A veces, incluso, parece que ella logra comprender mejor lo rumano sin necesidad del idioma que no domina y que él sí.

Una serie de símbolos ejemplifican la situación que vive ella. El perro negro es un claro símbolo de la oscuridad y depresión que vive. La ciudad gris, la humedad, la carretera que parece no tener rumbo y la corrupción parecen representar el sinsentido que ambos personajes sienten frente a sus vidas en un aparente país en donde todo funciona.

Sin duda, se trata de una novela que ofrece un nuevo horizonte a los narradores peruanos contemporáneos. Yo maté a un perro en Rumanía es una novela fragmentaria, intimista y cosmopolita. Sus temas son extemporales y completamente humanos. Lo principal es el lenguaje, motivo que parece haber sido olvidado por la mayoría de los narradores peruanos contemporáneos a Ulloa. Es un acierto si uno piensa en la narrativa contemporánea actual. El resto de los países de habla hispana son conscientes de ello, pero parece que, salvo contadas excepciones que suelen vivir y escribir en el extranjero, nuestra literatura se ha mantenido escribiendo en la solemnidad de las grandes historias. Sí creo que quizás uno puede distraerse y el libro puede hacerse un poco largo. No hay un hilo narrativo que atrape y que contenga la historia. Quizás pudo haber sido la tensión sexual entre ambos personajes, pero esta no termina de consolidarse como un pilar unificador en la novela. No obstante, la ausencia de una causalidad narrativa que impulse la historia no resulta determinante en el libro. Aun así, se lee bien. Sin duda, estamos frente a una estupenda escritora y un muy buen libro.