Cultural

Hugo Coya: “Trato de poner al Perú en el contexto de los sucesos mundiales”

El escritor y periodista acaba de publicar su primera novela, El último en la Torre, en la que narra el hecho real de que un peruano, acusado de espía, fue la última persona ejecutada allí durante la Primera Guerra Mundial.

La novela de Coya revela por qué este personaje histórico se involucra en la Primer Guerra Mundial. Foto: difusión
La novela de Coya revela por qué este personaje histórico se involucra en la Primer Guerra Mundial. Foto: difusión

Desde Londres, una pareja de amigos le envió un mensaje por WhatsApp. Venía acompañado de una fotografía sobre un cartelito del museo de la Torre de Londres, que visitaban como turistas. En la foto, el cartelito refería que la última persona fusilada en la Torre de Londres era un peruano.

La Torre de Londres, que era un palacio real fundado en 1066, había devenido con los siglos en fortaleza y prisión. Así también lo fue durante las guerras mundiales, un lugar donde se ejecutaban espías.

Hugo Coya se inquietó. Cómo así, como decía el cartelito, la vida de un peruano había acabado allí, fusilado como espía al servicio del Estado alemán, durante la Primera Guerra Mundial. Inició un trabajo de investigación que, quizás, le animara a escribir un pequeño artículo o una crónica, no más. Después, cuando avanzó en sus indagaciones, se dio cuenta de que tenía en la mano la punta del hilo de una gran madeja. El peruano fusilado se llamaba Ludovico Hurwitz y Zender, de ascendencia judía. Había nacido en el Callao, puerto del que partió hacia Europa en 1914. Según los datos, su ruta fue Nueva York, Liverpool, Newcastle, donde fue detenido. Luego llevado preso a la Torre de Londres y fusilado el 11 de abril de 1916. Para certificarlo, en Londres una tumba lleva su nombre.

Para explicar quién era este peruano, cómo así se hizo espía, Hugo Coya ha publicado su primera novela El último en la Torre (Planeta). En realidad, una novela que, más de un siglo después, hecha luz verdadera sobre el caso de Ludovico Hurwitz.

Le voy a disparar en el pecho, ¿usted se ha convertido en un espía de espías?

(Risas) Bueno, no todos mis libros son de espías, porque lo de Estación final son víctimas del Holocausto...

Lo digo por las pesquisas que hace para sus libros. Además, este es el segundo sobre espías, después de El secreto de Elvira.

Ah, bueno, eso sí. Este es mi séptimo libro y mi primera novela. Una constante de mis libros es tratar de poner en los grandes acontecimientos universales o mundiales, situar en contexto, la participación peruana que poco o nada existe de investigación o no se ha realzado. Siempre está en la periferia en los grandes acontecimientos o sucesos mundiales.

¿Es una vocación traicionada?

Si yo hubiera podido estudiar Historia o optar por una segunda profesión, hubiera elegido la de historiador. Entonces, esa vocación de historiador la compenso con el periodismo y la literatura.

Este libro es una novela, ¿pero pudo ser un libro de no ficción?

Todos mis libros anteriores son de no ficción. Esta es la primera novela publicada. Mi conflicto sobre este libro era si debía llamarlo novela o una crónica ampliada. ¿Qué es lo que ocurre? Pues algunos hechos expuestos no pueden ser debidamente verificados o corroborados. Por un tema de honestidad con el lector, este libro es una novela histórica porque algunos elementos han sido ficcionados para entender cada uno de los acontecimientos que han sido debidamente comprobados. Si trazamos una línea, cuánto hay de ficción y cuánto de realidad, te diría que un 90% son hechos que existieron. Los personajes interactuaron, muchos de los diálogos que se registran ahí, los documentos que se mencionan o las situaciones se forman de una investigación previa debidamente verificada. No lo inventé.

¿Cómo así tiene noticia del caso Ludovico Hurwitz?

Mira, te lo cuento porque son de esas cosas que me ocurren nuevamente, aunque suene a cliché. Detesto los cliché, pero lamentablemente es así. Una pareja de amigos viajó a Inglaterra de turistas y fue a visitar la Torre de Londres, en donde hay un museo. De pronto les llamó la atención que en uno de los letreritos que ponen en los museos decía que la última persona fusilada en La Torre durante la Primera Guerra Mundial es un peruano. Y me envía la foto por Whatsapp con un comentario: “Este es el tipo de historia que a ti te interesa”.

Hugo Coya.

Ladrones se llevaron investigaciones que Coya tenía en su computadora. Foto: La República

La punta del hilo de la madeja.

El letrerito solo decía el nombre y esa referencia. Inmediatamente me pregunto quién es ese señor. Empiezo a buscar en todas las páginas de historia de la época, escribo a mis contactos historiadores, periodistas, que, como yo, han publicado libros sobre la Segunda Guerra Mundial, tengo un círculo bastante amplio sobre el tema.

En Lima rastrea a los Hurwitz...

Sí, empiezo a averiguar entre los amigos de acá y uno de ellos me dice que hay una señora Hurwitz. Y es que Hurwitz es una familia muy pequeñita, de apellido inusual. Alguien me alcanza el correo de esta señora y le escribo preguntándole si sabe algo de Ludovico Hurwitz. Me contesta que era su tío. Era, por cierto, una señora bastante mayor. Después me reuní con ella y su esposo, sin pretensión de hacer un libro sino, tal vez, un artículo. Hablamos horas y me contó lo que sabía. Luego lo que hice fue ir a los documentos desclasificados de Inglaterra. Viajé a Londres.

¿Y se animó a escribir el libro?

No, pero se declaró la emergencia por el COVID-19. En esas horas de incertidumbre confinado, en que te enteras de amigos que mueren y piensas que el próximo puedes ser tú, escribir el libro me ayudó un poco a evadir una realidad que no puedes controlar. Esa situación me impulsó para escribir el libro y acabarlo.

En la novela figuran, además del peruano, un espía uruguayo y otro brasileño, que son reales. ¿Alemania reclutaba espías en Sudamérica?

Sí, lo que ocurría es lo siguiente. Es una táctica bastante común que ahora, sin ánimo de hacer una comparación, pero viene al caso la analogía, es como son los burriers. Si tú ves, son pobres espías, en realidad, aspirantes de espía, porque un espía profesional no incurre en todos los errores que ellos cometieron. Es que probablemente los usaron como peones, como carne de cañón, mientras que los verdaderos, los espías profesionales, cumplían la verdadera misión. Es decir, el uruguayo y argentino eran solo para distraer.

Pero en el caso del peruano no era un espía tipo burrier...

Nooo, era un profesional, como queda demostrado al final de la novela, más profesional que cualquiera de los otros. Los otros podemos decir que eran peones y él un alfil. El peruano tenía una serie de elementos que aparentemente eran inofensivos, pero que, en realidad, escondían mucho más cosas de lo que uno podría imaginar.

Policía y racismo

En el juicio que le hacen al peruano, para apoyarlo está el diplomático peruano Edmundo de la Fuente y de las Casa, ¿existió?

Mira cómo es la historia cíclica. Edmundo de la Fuente es el papá de Elvira de la Fuente, la espía peruana en la Segunda Guerra Mundial y que trato en mi libro Los secretos de Elvira.

No le creo...

Esa reacción que tienes tú la tuve yo. Cuando lo leí, dije, este nombre ya lo conozco. Diplomático peruano, en Londres, por la mismas fechas, pensé, demasiadas coincidencias, pero de repente era el papá, el tío. Pero cuando cotejo datos, sí, era la misma persona, el papá de Elvira. Pienso que el diplomático iba a su casa y habla del caso Hurwitz y que Elvira –que era una niña entonces- igual escuchaba. Y fíjate, ironías, muchos años después ella acepta ser espía.

Por cierto, el policía James Stevenson que investiga a Hurwitz es famoso, incluso por Conan Doyle.

Sí, es un policía que también investiga por alcanzar la fama. Tiene esa vanidad, pero también tenía un antisemitismo y racismo, temas que son constantes en mis libros. Stevenson investigó un crimen de una anciana que ocurrió en 1908 y con ello se condenó a Óscar Slater. Muchos escribieron sobre el caso, entre ellos Arthur Conan Doyle. Y casi 20 años después se descubre que Slater era inocente. Lo habían acusado falsamente solo porque era judío.

¿El gran misterio -no lo voy a decir- es cómo este peruano se involucra en un hecho tan importante de la Primera Guerra Mundial?

Ese es el detalle. Lo que sí queda claro, desde el inicio hasta por el título de la novela, es que es fusilado. Pero, más de un siglo después, la verdad sale a la luz. O sea, la novela, al final, te va a revelar, exactamente, qué, por qué, quién era y qué condujo a esta persona a que se involucrara en todos estos hechos.