Cultural

César Aguilar: “Busco desenmascarar a los políticos”

Caricaturista edita la revista de humor gráfico más longeva de nuestro país, hace 27 años.

La tinta de “Chillico” no perdona. Su trazo se tira abajo a congresistas, políticos y presidentes. Desde los años 90, desde cuando aún era estudiante de la escuela de artes Diego Quispe Tito, del Cusco, César Aguilar, “Chillico”, ejerce el santo oficio de perseguir con su dibujo a dictadores y corruptos.

Así, en su tinta han quedado ahogados Fujimori, Toledo, Alan García, Humala y Kuczynski. Los políticos de hoy, incluyendo el presidente Vizcarra, la pagan caro en el semanario Hildebrandt en sus 13, donde actualmente colabora.

César Aguilar Peña es un cusqueño por adopción. Nació en Abancay, en 1965. “Siempre quise estudiar arte, migré al Cusco y no a Lima porque estaba más cerca. Estoy desde 1983”, contesta a través del WhatsApp.

Pudo ser un artista plástico. ¿Cómo así renunció y terminó como caricaturista?

La culpa la tuvo mi amigo y compañero de estudios Luciano Olazábal, que siempre hacía caricaturas y me contagié. Descubrí que yo también podía hacerlas. Pero no solo eso, también descubrí que la caricatura era un poder y, para mí, un instrumento de justicia.

Cuando “Chillico” intenta explicarse esta vocación por la justicia, se remonta a sus años de infancia.

“Allí encuentro los resortes de mi trabajo, estoy seguro que de allí me viene esa fuerza justiciera de mis caricaturas contra el abuso. Mi hermana y yo vivíamos con mi mamá. Ella trabajaba en el hospital repartiendo las dietas a los pacientes. El hospital era regentado por monjas. Un día se accidentó y casi pierde un ojo, estuvo muy mal y fue a pedir permiso, pero las monjas se lo negaron. Con su ojo hinchado repartía las dietas. Era una enferma más entre los enfermos”, dice “Chillico”.

Aguilar Peña no solo dibuja, sino también es un entusiasta del humor gráfico. Desde hace 27 años publica la revista de humor gráfico Chillico. En su época de estudiante formó parte de un grupo y quisieron ponerle un nombre que no fuera el de un personaje.

“Teníamos tres propuestas: Ninanina (insecto devorador), Pinchincuro (luciérnaga) y Chillico (saltamontes). Descartamos el primero. El segundo era peligroso, las luciérnagas iluminan los senderos y era la época de Sendero Luminoso. Nos quedamos con Chillico”, refiere el dibujante.

Y “Chillico” se llamó el grupo y Chillico la revista que fundaron después entre cuatro amigos.

"Para esa época ya frecuentábamos a intelectuales y políticos. Hicimos una muestra de arte frente a la escuela. Y lo que llamó más la atención fueron las caricaturas. Impactó. Los personajes dibujados venían una y otra vez con distintos familiares a mirarlos. Entre ellos, Daniel Estrada, quien nos dijo: ‘Chicos, publiquen una revista como Monos y Monadas’. Le tomamos la palabra y así apareció Chillico.

“En la revista busco desenmascarar a los políticos, porque para mí, como dice el mexicano Rafael Barajas, ‘El Fisgón’, la caricatura es como un acto de exorcismo, no para liberar sus demonios sino para exhibirlos”, sostiene “Chillico”.

Contra el poder

No pocas veces ha sido denunciado. Una vez, en la plaza del Cusco, hizo una caricatura grande interactiva de Toledo. La gente le indicaba cómo dibujarlo, por ejemplo, ponerle uñas por ladrón o una cinta de Coca Cola. Cuando se fue a almorzar, dejó sus pinceles y la gente agregó al dibujo una esvástica. Fue denunciado.

“Pero me absolvieron -cuenta-. Yo le dije al juez que no era Toledo, sino el virrey ‘Tolero’, pues un artista dibuja sus sueños y fantasías y a veces sus pesadillas”.

Narra que una vez Guillermo Thorndike le propuso trabajar en Lima. Le pagó el avión, hospedaje y viáticos.

“Yo no sabía. Me llevó a la casa de Moisés Wolfenson. Me pidieron que muestre mis caricaturas. Cuando Wolfenson vio el dibujo de Toledo, dijo ‘esta es la portada’. Recién me enteraba que querían publicar una revista contra Toledo. Pero después, cuando vio las caricaturas de Fujimori, dijo ‘¡qué es esto!’, y las arrojó al escritorio y se fue a los interiores”, recuerda el artista.

Al rato salió y dijo, bueno, igual, sigamos trabajando.

“Pero yo me sentía mal, yo había combatido a Fujimori. Para que no me acepten, pedí que me duplicaran el sueldo. Me dijeron que lo iban a consultar. Y ya, cuando estaba por irme, me avisan que aceptaban mi propuesta y que, además, como una tentación, me alquilarían un minidepartamento para que viva en Lima. Pero no, después, en un apartado, me sinceré con Guillermo Thorndike y me regresé al Cusco”, concluye César Aguilar Chillico”, quien sigue descabezando políticos.

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