Cultural

Ricardo Valderrama, el antropólogo caminante

Homenaje. El etnógrafo cusqueño acaba de fallecer víctima del COVID-19. Entre otros libros, publicó Gregorio Condori Mamani. Autobiografía.

Por: José Carlos Vilcapoma

Cuando todavía no nos habíamos repuesto del dolor que nos causa la partida del antropólogo cusqueño Jorge Flores Ochoa, nos llega otra noticia, igual de dolorosa, de otro gran antropólogo, también cusqueño, Ricardo Valderrama Fernández, que acaba de fallecer víctima del Covid-19.

Valderrama era uno de aquellos que, desde los 22 años, egresadito nomás, prefería el trabajo de campo como el mejor método profesional. Es verdad, a esa edad, en 1968, se fue a vivir a Coripata, un sufrido barrio de Cusco. Allí vivía Gregorio Condori Mamani, y su esposa Asunta, del que hizo un magnífico libro, que mereció decenas de traducciones y un corto de otro cusqueño, Lucho Figueroa.

Conocí a Ricardo Valderrama por voz de John Murra, que todo lo sabía, en el III Congreso Peruano del Hombre y la Cultura Andina. Sabía de sus renovadores y tempranos temas de investigación. Igual, años más tarde, Alejandro Ortiz Rescaniere, en las aulas de la Universidad Católica, admiraba su capacidad etnográfica, y nos ponía de ejemplo de un buen etnógrafo. Tardé algunos años para conocerlo personalmente en el Cusco. Era un hombre de sublime gesto y permanente amabilidad que hacía olvidar al antropólogo rígido de esquemas teóricos. Cuando llegabas al Cusco, siempre iba por el lado amable, sea para ir por un adobo o un café, y su conversación se hacía insuperable. Amigo de casi todos. Si tu estadía coincidía con el Corpus cusqueño, después del Qoyllu Riti, y volvías del Qolque Punku, era de rigor la visita a la feria gastronómica a admirar el chiriuchu, entre otros magníficos potajes. Siempre estaba presto para brindar apoyo documental. Su casa, llena de libros e informes, siempre con la puerta abierta para estudiantes de la Universidad San Antonio Abad o maestros como Tom Zuidema, Juan Ossio, Lucho Millones, Luis Miguel Glave, Jan Szeminski, entre tantos.

Hablar de Ricardo Valderrama es hablar de Carmen Escalante, su esposa; son parte de la dualidad complementaria, como la cultura andina, de espacios simbólicos compenetrados de por vida; como la pareja y el mito, de sentido mágico-religioso. Él nunca estuvo solo, tampoco ella, ni en los más difíciles trabajos de campo, como los que hizo sobre los abigeos cotabambinos, la tierra agreste y de puna, de donde José María Arguedas había aprendido sus carnavales en el Tikapallana.

Carmen recordaba que ella, a caballo, alcanzaba a los cuatreros Victoriano y Lusiku para que Ricardo, libreta en mano, los entrevistara para un trabajo que después publicaron con el título Ñoqanchi runakuna (Nosotros los humanos) (1992). Igual, habían estado juntos en el valle del Colca, en Arequipa, cuando investigaban sobre mitología andina, publicado como La doncella sacrificada (1997). También estuvieron en Huancavelica, en épocas de la violencia de Sendero Luminoso; en Haquira, recogiendo la larga historia de los levantamientos de aquellos yanahuaras.

El amor por el quechua la llevó a Carmen, de la mano de Ricardo, a elaborar y sustentar la tesis en quechua en la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, España. Rugido alzado en armas. Los descendientes de incas y la independencia del Perú fue sustentada en quechua por primera vez en España.

Se ha ido uno de los grandes de la antropología, pero, sobre todo, un gran ser, humano y solidario, siempre, de permanente afecto, que le valió ocupar el cargo, primero de regidor, luego de alcalde del Cusco. De seguro, la iglesia de San Jerónimo, en la que tantas veces ha estado, y de cuyo distrito era natural, guardará su vivo recuerdo y legado, como uno de sus hijos que ha sabido devolverle la fuerza y orgullo quechua a su cultura.