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Cultural

El viaje final del pintor José Tola

Homenaje. El artista plástico falleció en la madrugada de ayer tras padecer una enfermedad terminal. Tenía 76 años edad y una trayectoria reconocida en el Perú y el extranjero.

Por: Pedro Escribano

Alguna vez escribí que José Tola era un buen vecino del mar, en Miraflores. Los parapentistas sobrevolaban el edificio en que vivía como ícaros modernos. Quizás esa vecindad del mar hizo que el año 2013 el artista erigiera en el Parque del Libro, cuadra 12 del Malecón Cisneros, una escultura bifronte gigante. La obra se llama El Tiempo y una de las caras mira al mar y la otra, que busca la luz, donde nace el sol.

Desde entonces, el tiempo ha pasado y no perdona, las enfermedades terminales tampoco. El artista José Tola falleció en la madrugada de ayer a consecuencia de un cáncer que venía minando mortalmente su salud. Tenía 76 años de edad. No hay dudas, para la historia del arte peruano quedan sus vivos colores, su arte figurativo que no se desdice de un surrealismo personal. Quedan sus lienzos, sus grabados, sus esculturas, sus hermosos vitrales y, por supuesto, ahora más solo que nunca, a orillas del mar, El Tiempo, su escultura bifronte.

Peregrinaciones

José Tola nació en Lima, en 1943. Alguna vez contó que se descubrió como artista en sus años escolares, pues no había papel que haya sido alcanzado por sus trazos, “me la pasaba garabateando”. Por eso, cuando tiene que decidir una profesión, elige ser pintor.

Pero Lima no era una ciudad de sus afectos, estaba de acuerdo con la sentencia del poeta César Moro, “Lima, la horrible”. Entonces, migrar es la consigna. Se enrumba a España e ingresa a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Allí afiata su dibujo y composición, en realidad se le abrieron las puertas y compuertas de la creación. Y de la vida, pues viaja a Londres, como escribe en su autobiografía, alza vuelo con la música de Los Beatles, Rolling Stones, Bob Dylan. De regreso, pasa por París, la polémica de Sartre y Camus. Y una vez en Madrid, tras cinco años de estudio, recibe su título de artista.

En 1970, regresa a Lima.

El oficio de artista. Contaba que se cerró en un taller en el Centro de Lima, en la avenida Abancay. Es decir, pintaba desde el vientre del monstruo. Y no le fue mal, porque ese año, junto a Tilsa Tsuchiya, Fernando de Szyszlo, Roberto Matta, Fernando Botero, Oswaldo Guayasamín, entre otros, participa en la 1º Exposición de Pintura Contemporánea de los Países del Área Andina.

El camino del arte se le hizo más ancho, fue invitado de honor en la Bienal Internacional de Arte, Sao Paulo y en la III Bienal de La Habana.

Pero José Tola era artista de mundos y submundos propios, personales. De viajes físicos, geográficos y viajes interiores, existenciales.

Su estilo, sobre todo el de sus “monstruos”, fue inconfundible. Sus criaturas, verdes, amarillas, anaranjadas, multicolores, las plasmó en telas, vitrales. Otras veces en grabados y hasta en cerámica.

Pero José Tola no solo fue artista plástico. También fue escritor. Publicó las novelas Puerto para el bien, puerto para el mal y Una historia para guerrero. También el poemario Ego azul.

Pero sobre todo era un artista plástico. En los recientes Juegos Panamericanos Lima 2019, junto a 16 artistas peruanos, participó en una muestra colectiva.

José Tola ha partido. Queda el bifronte El Tiempo para recordarnos su genio y pintura.

“Estepario, no; soy varón rampante” (*)

Tienes una historia de viajes. ¿Eres un nómada?

No, lo que ocurre es que Lima es fea y decidí irme. Después, cuando regresé, esta ciudad me pareció más chata.

Tienes una vocación de autoexilio.

Es que no me interesa esta realidad, es muy engañosa, muy fraudulenta, hipócrita y falsa. Uno descubre que hay valores muy distintos a los de uno.

¿Esta situación de soledad no te ha llevado a un psicoanalista?

(Risas). No, el tiempo lo quiero para mí. Pinto, escribo, escucho música, leo. Lima es una ciudad que no recompensa cuando sales a la calle. No te da nada (...). Prefiero estar en casa. Afuera la gente está amarga, nerviosa, agresiva.

En una nota escribiste “vendo todo, pero no mi alma”. ¿El artista no se vende?

Tampoco complazco. Si te conviertes en artista comercial será triste lo que pintes...

¿Has tenido temporadas en el infierno?

(Risas). He tenido varias.

¿Demonizado?

Yo creo que hay un sufrimiento muy fuerte en todo eso. Es como que viajas al infierno, pero el problema es cómo regresas. Si regresas con las cosas ordenadas en tu cabeza, pues está bien. Pero si regresas con una confusión, un caos, estás jodido. El asunto es regresar con la cabeza bien puesta y empezar a plasmar.

¿Y cómo pintas un cuadro?

Yo me paro frente a la tela y ¡paf!, lo realizo, sin boceto ni nada. Así, directamente. Ahora, cuando hay momentos como un cruce y pierdo un tanto la dirección, boceteo. Es decir, busco, busco, busco (...).

No sales de tu casa, ¿temes convertirte en lobo estepario?

Eso era hasta los 18 años. Ahora soy un varón rampante... (risas).

¿Y tus personajes de dónde vienen?

De las personas que conozco, de las cosas que me atraen...

Para terminar, ¿Tola es feliz o está buscando la felicidad?

Yo creo que más que felicidad el asunto es maravillarse. Eso es lo que más me llena. Cuando estás pintando y de pronto retrocedes para ver el cuadro y observas que está muy bien, ¡carajo!, dices, de dónde me salió todo esto, es una maravilla. Eso para mí es la felicidad. La felicidad está en crear.

(*) La República, 18 marzo del 2006. Fragmento

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