La escritora argentina presentó su nuevo libro de cuentos, Cenizas de carnaval, un libro que transita por el dolor, la soledad, el amor, entre otros ambientes de la vida,En actos aniquiladores, el nuevo libro de Mariana Travacio escoge a sus víctimas desde las primeras páginas. No hay oportunidad para reaccionar. Y es como se concibe, de alguna forma, la literatura: como la acción de apretarnos el cuello hasta el final de todo. Cenizas de carnaval (Tusquets) se desarrolla en una rutina fúnebre, sin personajes específicos, donde solo importan los objetos y los sentimientos. Es un palacio de acciones, de preguntas, de cuartos vacíos, de puertas que no dejamos de tocar. Es ese telón de hierro que nos aplasta en cuanto intentamos cruzar la autopista. Hay muchos sentimientos fuertes en cada cuento. Y mientras más pequeños, más dolorosos. ¿Cuánto de ti hay en todo? No lo sé. Dicen que un escritor no escribe sobre lo que no conoce. Es posible. Como sea, me interesaba, en Cenizas de carnaval, explorar la noción de incertidumbre, esos escasos detenimientos que tenemos, esa certeza desvaída que a veces encontramos en rutinas mínimas. Hubo, también, cierto deseo de trabajar los conceptos de memoria y de identidad. Algo de eso, creo. Sí, la memoria es un ingrediente interesante, además de lo cotidiano. Siento que no tratas de mostrar algún sentimiento personal. Y eso me pareció muy meritorio. Por eso iba mi primera pregunta. Comprendo. Me gustó, de tu pregunta, ese viso poético: sentimientos fuertes: más dolorosos cuanto más pequeños. Suelo partir, para escribir un cuento, de imágenes. Imágenes que me han conmovido, por alguna razón. La galería de personajes que componen este libro surgen de diversas anécdotas, muy cotidianas, por otra parte. Pero sí, son anécdotas, y no son personales, específicamente. De todos modos, pienso en voz alta, ahora, contigo, si me han conmovido, evidentemente es porque tuvieron esa posibilidad de “llamarme”. Pienso en la conmoción en el sentido literal de “moverse con”. De algún modo, es eso que te llama y que te obliga a moverte en consonancia con eso. En este caso, a escribir desde allí, desde esa imagen que te ha conmovido. Como lector te das cuenta que lo cotidiano puede ser muy doloroso. El revisar las preguntas que a diario uno se plantea. O quizás aquel mal momento que pasas en el trabajo. A diario juntamos fisuras, que quizás el sueño no pueda curar. En efecto. Coincido con lo que dices. A veces basta ver la vida con apenas un poco de extrañamiento para darte cuenta de que es todo bastante atroz. Esto sí es un sentimiento que me persigue. Pero hay que encontrar la mirada perpleja. O no hay que perderla, para poder seguir. Creo que la escritura, en todo caso, habilita eso: la perplejidad en la mirada, la perplejidad sobre una realidad que, si no, se vuelve fagocitante. Como decía un viejo y querido profesor: la literatura existe porque la realidad no es habitable. Completamente. Si puedo transformar tus cuentos en objetos, diría que son un juego de cuchillos, donde se encuentra tamaños considerables y de uso especial. ¿Te gusta esta figura? Me parece una figura muy generosa: la agradezco. Como narradora, que estos cuentos sean considerados como un juego cuchillos me resulta halagador. No sé si fue la intención. Fue lo que me salió. Escribo sin pensar, como decía Flannery O’ Connor: escribe primero, piensa después. Hay algo de eso que me mueve a escribir y que es bastante visceral. Supongo que no escribimos lo que queremos: escribimos, si acaso, apenas, lo que podemos. El final en cada cuento no está presente. Recurres a que tus lectores reúnan piezas y que intenten crear los suyos. No sé si fue una intención, pero ¿lo pensaste después? Exactamente. Los finales ocurren: se imponen. No es algo que tenga pre-pensado. Como decía Marguerite Duras: si sabes lo que vas a escribir, antes de hacerlo, no valdría la pena. Nunca sé hacia dónde va mi escritura. Sólo sé de dónde parte: de una conmoción primaria sobre algo: una imagen, un voz, una cadencia, una gramática. Algo de eso que me conmueve. De ahí parto. Y voy viendo, sobre la marcha, qué surge. Funciona, la escritura, como un descubrimiento: como una necesidad de encontrar, en el camino, eso que me llamó a escribir. Normalmente lo encuentro sobre el final: cuando la escritura se detiene. Cuando la pulsión de escritura se detiene, entonces quiere decir que el final -¿el sentido?- ha llegado. Funciona así. ¿En qué momento te das cuenta que un cuento está terminado? ¿O es orgánico como un poema? Sí, lo siento así. Un poco orgánico, un poco que me excede. Como te decía recién: simplemente, el final se impone. Sucede que ya no puedo seguir escribiendo. Y eso es todo. Allí ocurre el final. Eso, por un lado. Al menos, en términos de “final de anécdota”. Después, sí, viene la corrección, que es otro trabajo, de otro orden y que no sé si alguna vez se termina. Ese otro aspecto quizás nunca acabe. Pero sí el final de historia. Eso se detiene. Sobre todo en los cuentos, que son como pequeñas postales, recortes de lo cotidiano, meras figuras, o retratos acotados. Eso, en algún momento, se termina. Como la vida, quizás, ¿no? Que se detiene cuando ya no hay argumento. ¿Cuánto te ayuda la psicología en hacer tu literatura? Nunca lo supe. No es algo de lo que me sirva. Pero, por otro lado, supongo que escribimos con todo el acervo que tenemos disponible: con todo lo que somos, con la formación que tenemos, con las lecturas que llevamos a cuestas, con los recorridos que hemos hecho. Todo eso compone un murmullo del que nos servimos mientras escribimos. Visto así, es muy probable que la psicología intervenga, más que nada, y como todo lo demás, desde eso que te compone, o que te conforma: de lo que no te puedes sustraer. Hay quienes dicen que escribir es vivir en el límite, en el abismo. Bolaño decía que había que saltarlos, que había que quemarse en el éxtasis. ¿En qué momento te encuentras? Sí, es hermoso ese texto de Bolaño: dice que escribir es un oficio peligroso, que implica saltar al vacío. Hay otra cita, de Bolaño, muy bella, en torno a la escritura: La literatura, dice Bolaño, es como la pelea de los Samurais: saben, de antemano, que serán derrotados. La literatura es eso: saber que serás derrotado y salir a pelear de todos modos. Y es algo así, en efecto. Un escritor no tiene más que un puñado de caracteres de cuya combinatoria surgen las palabras que son la muerte de la cosa. Visto así, escribir es, ante todo, una disposición al fracaso.Y estoy totalmente de acuerdo con eso. No sé en qué momento me encuentro. Sólo sé que la escritura sucede y no es algo de lo que pueda sustraerme. Puedo inferir que para ti escribir es desaparecer lentamente. Escribir es vivir, para mí. No encuentro dicha por fuera de la escritura. O, puesto de otro modo: soy profundamente infeliz si no escribo. Pero con sus cuentos, Mariana… Cada quien tiene fantasmas que se presentan en distintos momentos. ¿Cómo es tu convivencia con ellos? Hay quienes creen, y no me alejo de esa mirada, que escribir es, también, una suerte de exorcismo. Es, de ese modo, un encuentro con los fantasmas de cada quien. Y sí, estoy de acuerdo. Muchas veces creo, o siento, al escribir, que se trata de eso: abrir la ventana, convidar a esos fantasmas con un café y ponerse a conversar con ellos. Bajarlos al papel, de algún modo, para encerrarlos allí. Esa función de la escritura es un exorcismo, sin dudas. Coincido. “Trago el veneno y sigo escribiendo”. Es una frase casi y para tatuarse. ¿Se lo han dicho? No me lo han dicho. Gracias por recordármela. Es, probablemente, un buen resumen de lo que venimos hablando. Cuando tengo un libro de cuentos en manos, suelo ir al último. Por esa curiosidad de lo que se ha pensado para el final, antes de darle imprimir. Lo terminé y me descolocó. Pude recién comprender el título. ¿Fue tu decisión dejarla para el último? ¿Entre gardenias? Sí. Bueno, sí. Un poco, quizás, por el modo de producción de los cuentos: esto que hablábamos hace un rato: que nunca sé hacia dónde va la narración. Quizás por eso los títulos de los cuentos suelen suceder al final, una vez que las narraciones se han terminado y me devuelven, sobre el papel, algún sentido. Imagino que su siguiente libro no lo tiene pensado. Estoy escribiendo dos novelas y algunos cuentos. Suelo trabajar por temáticas, que me llaman. Cenizas de carnaval fue producido en una etapa de interrogarme por las certezas, o las incertidumbres. Ahora estoy transitando temas asociados al fracaso, a los modos de fracasar. Pero son exploraciones, no más que eso.