
Una noticia desoladora, y a la vez indignante, irrumpió en el firmamento mediático hace unos días: resulta que durante el sitio de Sarajevo (1992-1996), la capital de Bosnia-Herzegovina, unos señores adinerados, en otras circunstancias aparentemente ‘respetables’, llegaban a esta ciudad para, literalmente, ‘cazar’ seres humanos, previo pago de abultadas sumas de dólares.
¿Qué monstruoso impulso puede anidar en las entrañas de una persona capaz de hacer eso? En el portal The Conversation, el profesor de Educación Fernando Díez ofrece algunas explicaciones de esta conducta macabra y despiadada. Entre ellas, la búsqueda ciega de adrenalina, un narcisismo maligno, un sadismo disfrazado de aventura, y sobre todo la deshumanización.
Desde hace unos años había versiones de que esto ocurría, pero el caso ha sido destapado con más datos y testimonios por el escritor Ezio Gavazzeni. Los crueles, miserables, perpetradores habrían sido principalmente italianos, aunque él mismo señala que también había británicos, norteamericanos, canadienses, franceses. En suma, eran del Occidente poderoso y ‘civilizado’.
Una fiscalía de Milán, en colaboración con una de Sarajevo, ya investiga esta historia de horror que, como ha escrito el historiador catalán Francesc-Xavier Soria, implica la mercantilización de absoluta de la vida humana, el último lujo para quien ya lo tiene todo. Menos compasión. Según las primeras pesquisas, el costo por dispararle a niños –‘objetivos’ más pequeños- era mayor..
¿Qué nos hacemos con esta revelación que nos aproxima a Auschwitz y a otros horrores contemporáneos? Que ya ni siquiera exhibe la banalidad del mal de la que hablaba Hannah Arendt, sino una gélida y psicopática indiferencia. Yo hubiera esperado que, por ejemplo, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, diga algo. Que muestre un hilo de indignación.
Imagino que espera que se profundicen las investigaciones. Pero si el caso avanza, y se encuentra a alguno de los perpetradores, su silencio y el de otros jefes de Estado occidentales será ominoso. Estos ‘francotiradores por diversión’ constituyen la frontera última la crueldad humana, esa que puede asomar incluso en comentarios ligeros, y necios, sobre el uso de armas de fuego.

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