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Opinión

El ocaso de las alianzas electorales

El desafío será dotarlas de sentido democrático, visión de futuro y voluntad colectiva.

Editorial
Editorial

La fecha límite para la inscripción de alianzas políticas rumbo a las elecciones generales de 2026 ha llegado a su fin. Solo cinco coaliciones lograron cumplir con los requisitos formales ante el Jurado Nacional de Elecciones: Unidad Nacional (PPC, Unión y Paz, Peruanos Unidos), Fuerza y Libertad (Batalla Perú y Fuerza Moderna), Ahora Nación (Ahora Nación y Salvemos al Perú), Venceremos (Voces del Pueblo, Nuevo Perú) y el Frente de los Trabajadores y Emprendedores (Primero la Gente, PTE).

En la práctica, el escenario quedará conformado por al menos 38 candidaturas presidenciales, la mayoría de ellas compitiendo de forma aislada en lo que, por vocación democrática, debería ser una contienda articulada y programáticamente coherente.

Sin embargo, es justo reconocer que las alianzas formalizadas representan un esfuerzo por consensuar diferencias en torno a una plataforma común. Aun así, es pronto para evaluar su real calidad. La prueba de fondo será el contenido de sus programas que sean de utilidad para el país, su coherencia democrática interna y su voluntad de representar intereses colectivos, no cálculos de corto plazo.

No obstante, la ausencia de mayores coaliciones sólidas evidencia una crisis de representación. Es importante que las fuerzas políticas asuman la responsabilidad frente al panorama de extrema fragmentación del voto, mayor debilitamiento de la legitimidad institucional y una futura configuración parlamentaria aún más alejada del interés general.

La política peruana se ha convertido en un archipiélago de intereses individuales. Las alianzas no prosperan porque no existe un proyecto de país común.

En este contexto, los incentivos perversos son elocuentes: competir con sello propio asegura acceso al financiamiento público, exposición mediática y cuotas de poder, incluso con un respaldo social ínfimo. Lamentablemente, la lógica del bien común ha sido desplazada por la ambición personal.

Urge recuperar el sentido estratégico de la política. El Perú necesita organizaciones que comprendan que el poder no se construye acumulando egos ni improvisaciones, sino tejiendo acuerdos duraderos y articulando visiones.

Pero, más aún, requiere una ciudadanía que deje de premiar el aislamiento y empiece a exigir responsabilidad democrática, coherencia ideológica y vocación republicana.

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