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Opinión

El Sodalicio y el APRA, por Pedro Salinas


La verdad es que con el Sodalicio nunca se sabe. Yo, por lo menos, no lo sé. Para comenzar, ya no existe. Pero como en la serie The Walking Dead, los zombis siguen dando vueltas por ahí.

La cosa viene a cuento porque estamos en el Perú, ya saben, y aunque me digan que la secta de Figari fue disuelta y todo eso, ahora resulta que los apristas -en la misma tonada que algunos agentes de la extinta fundación figariana- han decidido odiar a coro a Jordi Bertomeu, actual Comisario vaticano para la liquidación de los bienes sodálites.

Si no se han enterado, se los cuento en corto. El día que se hizo efectiva la supresión del Sodalicio (14/4/25), días antes del fallecimiento del papa Francisco, el catalán Bertomeu ofreció unas declaraciones en su idioma materno en la RAC1, una radio de Barcelona. La entrevista, rebotada fundamentalmente en la prensa extranjera (más interesada que la peruana en el Caso Sodalicio), versaba sobre las conclusiones de la investigación vaticana sobre el culto figariano y sus ramificaciones.

He oído algunos extractos de la entrevista porque, con un poquito de atención, algo se entiende. Por ejemplo, escuchándola aprendí que, “presidente corrupto” se dice “president corrupte”. Y suena casi igual que en español. En cambio, Alan en Cataluña se dice igual, solo que pronunciando más la ele y con un acentito en la segunda a. Como Alain Delon. O algo así.  

Ahora bien, por alguna razón, los apristas escucharon “president corrupte” e interpretaron “Alan García”. No me pregunten por qué. Y a los que pregunten, hagan memoria. Como sea. A partir de ahí, qué creen, han enviado una carta al nuncio apostólico Paolo Gualtieri conminándolo para que le exija a Bertomeu una rectificación, pues “sus imputaciones atentan gravemente contra el honor del expresidente Alan García Pérez”. De lo contrario, reclamarán ante el Estado peruano para declararlo “persona non grata”.

Y en su carta al embajador vaticano le dicen que el dos veces presidente fue “un hombre íntegro”, “inocente de toda imputación”, y que esto y que lo otro. Por algún motivo no tradujeron “Fujimori”, “Toledo”, “Castillo”, o tantos otros para escoger. No. Su oído captó “president corrupte”, y ellos dijeron al unísono: “¡se está refiriendo a Alan!”

Si el episodio les puede parecer pintoresco o no, anecdótico o no, y que no tiene nada que ver con el Sodalicio, pues quién soy yo para juzgar algo así, tan chiflado, digo.

Eso sí. Va siendo hora de recordar a algunos amnésicos, que, por edad o desvergüenza, nos quieren pintar a un Alan García “íntegro” e “inocente”. Porque esa no es la verdad. Para García, la democracia era sinónimo de descaro y venalidad.

A ver. Dejemos por un momento sus “errores”: el despilfarro, el desgobierno, la hiperinflación de su primer gobierno (que llegó hasta 7,650% en diciembre de 1990 y nos hizo descender hasta el infierno) que produjo la desaparición absoluta de la inversión extranjera. Porque eso hizo. Nos llevó a la bancarrota, que fue mucho más grave que la experimentada durante la Guerra del Pacífico. O, si quieren, dejemos de lado su monumental y probada incompetencia en la lucha contra el terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA.

Solo recordemos algunas cositas nada más, que no tienen que ver con sus “errores de gestión”. Como, por ejemplo, las declaraciones del líder histórico aprista, Andrés Townsend Ezcurra, evocando esos tiempos: “Quienes manejan arbitrariamente el partido hace más de diez años, han acreditado una pavorosa irresponsabilidad y un desenfreno incontenible por el enriquecimiento ilícito. Un partido que predicó y practicó la moral se vio dominado por corruptos e inmorales. Si su jefe, que tanto gravitara en la vida política del país, que hubo de morir en casa fraterna pero ajena, volviera por un instante a la vida, podría ver con asombro y repugnancia cómo los supuestos líderes que se auparon al poder partidario después de su muerte solo buscaban, por todos los medios, cuantiosas fuentes de desvergonzado enriquecimiento” (Expreso, 9/2/93).

¿Casos más específicos? Los sobornos por el tren eléctrico, destapado por la justicia italiana y basado en el testimonio del ciudadano italiano Sergio Siragusa, quien aseguró entregarle su “comisión” a Alan. ¿Más? Pues faltarían páginas. Por lo demás, se han escrito publicaciones abultadas sobre la corrupción en los regímenes de García Pérez. Ahí están, si no, El Caso García, de Pedro Cateriano, cuya primera edición de mayo de 1994, que luego relanzó Planeta, en 2017, luego de 23 años, no solo no rectificó una sola línea, sino demostró que todos los hechos denunciados contra García permanecían irrefutables.

O, como escribió Rosa María Palacios en el prólogo: “Queda muy claro, al terminar el libro, cuál es el origen de la fortuna personal de García, desde la compra amañada de la casa de Chacarilla del Estanque hasta las coimas del tren eléctrico (…) Si García hubiera sido investigado (…) y procesado como correspondía, y nunca ocurrió, estaría tan preso como Fujimori”.

Y eso que el denominado long seller de Cateriano no abarca el festival de coimas durante su segunda administración con el escándalo Lava Jato. Pero ahí están las innumerables investigaciones de IDL-Reporteros, y su director Gustavo Gorriti, a quien odian con odio Jarocho, justamente por eso. Por los ampayes a García y su régimen inmundo, que, es verdad, con sus dotes camaleónicas y su lengua ágil, que eran como poderes mutantes, sedujo igual a buena parte del empresariado nacional. E hizo simbiosis con lo más pestilente del fujimorismo. No solo ello, sino compitió con las ideas rancias y retrógradas del cardenal Juan Luis Cipriani.

Como pergeñó Fernando Rospigliosi en un prólogo de un librito mío titulado Alanadas (Planeta, 2011), en el que hacía un recuento de las animaladas de Alan: “García es en el fondo un admirador de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, de sus métodos corruptos para controlar el Poder Judicial, las Fuerzas Armadas, el Congreso, los medios de comunicación (…) Comparte con ellos su falta total de escrúpulos y una deshonestidad a toda prueba”.

Así es que no me vengan los apristas desmemoriados a referirse al difunto susodicho como si su tránsito por la política peruana hubiese sido una suerte de faro ético patrocinado por una marca de detergente.

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