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Opinión

La última polémica del camarada Jorge

¿Qué mensaje da el Gobierno con el trato a Rafael Dumett? Uno muy peligroso: que, a partir de ahora, quienes aspiren a ganar el Premio Nacional deberán "comportarse"; es decir, guardar silencio.

La última polémica del camarada Jorge
La última polémica del camarada Jorge

En El camarada Jorge y el Dragón, Rafael Dumett comienza a trazar el perfil de una de las criaturas más brillantes, contradictorias, atrabiliarias, despreciables y, por lo mismo, fascinantes que ha producido el Perú del último siglo: Eudocio Ravines. Político y periodista, Ravines ha pasado a la historia por sus oscilaciones ideológicas, que lo llevaron a profesar el aprismo, romper con Haya de la Torre y adscribirse al comunismo, coordinar directamente con la Unión Soviética y suceder a José Carlos Mariátegui en la Secretaría General del Partido Socialista Peruano, cuyo nombre cambió a Partido Comunista tras distanciarse de Mariátegui, para ser perseguido y desterrado por los gobiernos de Sánchez Cerro y Óscar R. Benavides, y, finalmente, luego de múltiples pellejerías, convertirse en un defensor del libre mercado, furibundo anticomunista y propagandista de la CIA.

Con una tensión que no decae, la novela describe la infancia de Ravines en la turbulenta Cajamarca de principios del siglo pasado, rodeado por su madre y sus tías, siempre a la sombra de su tío Belisario Ravines, héroe de la guerra con Chile, todopoderoso prefecto y barón de la guerra local. Es en la biblioteca de la casa hacienda de este donde descubre el mundo que se proyecta por encima de las fronteras de su provincia. Profundamente influido por la religión, comenzará a estudiar Teología con solo diez años y será deslumbrado por la lectura de La vida de Jesús, de Renán, que lo marcará a fuego.

Producto de una investigación minuciosa, obsesiva, como me demostró la última vez que conversamos en Madrid, adonde llegó a presentar la novela, El camarada Jorge y el Dragón transpira la fascinación que Eudocio Ravines produce en Dumett, que lo ha llevado a hurgar en húmedos archivos y a quemarse las pestañas leyendo hasta las fichas y sueltos periodísticos más insignificantes, siempre que echaran luces sobre el personaje. Es la primera parte de una saga dedicada a la vida de Ravines, que en las siguientes entregas mostrará los drásticos vaivenes de una trayectoria que, según la leyenda, lo condujo a ser deportado cinco veces, a participar en tres golpes de Estado y a ser considerado por Haya de la Torre como su némesis.

Las virtudes del libro hicieron que Dumett ganara el último Premio Nacional de Literatura que se falló en 2024, en la categoría novela. Aunque se lo entregaron por El camarada Jorge y el Dragón, sospecho que, entre las consideraciones, los cinco integrantes del jurado también tuvieron presente El espía del inca, su anterior ficción, un fenómeno editorial todavía reciente.

El problema comenzó luego de la concesión. Como indican las bases, el premio debía entregarse en un acto convocado por el Ministerio de Cultura. Pero los días, los meses y las semanas pasaron, y a pesar de que Penguin Random House, editorial donde Dumett publica, advirtió que el autor vive fuera del Perú y necesitaba cierta anticipación para preparar su viaje, la premiación no fue anunciada, lo que, de paso, ha terminado perjudicando a Mario Vargas Vilca y Carlos Huamán Flores, ganadores de las categorías no ficción y literatura en lenguas originarias.

Tres meses de promulgado el fallo, la falta de una respuesta ha dejado en claro que estamos ante una represalia contra un escritor por una razón alejada de su quehacer literario: Rafael Dumett es un duro crítico del Gobierno.

Desafortunadamente, no se trata de la primera medida que atenta contra la cultura y el arte en los últimos tiempos. Como recordó el propio Dumett en un evento que congregó a otros ganadores del Premio Nacional de Literatura, el suyo es el último episodio de una saga que ha incluido la cancelación de presentaciones de libros y muestras de cine, la mudanza del Archivo General de la Nación en contra de todas las opiniones informadas, la anulación del Premio Casa de la Literatura a Juan Acevedo, la negativa a velar los restos de Nicolás Yerovi en la sede del Ministerio de Cultura o el cambio en la ley de cine criticado por directores como Luis Llosa, Francisco Lombardi, Rossana Díaz Costa o Tito Catacora por el peligro de censura que implica su nueva formulación.

La relación entre poder y arte siempre será de tensión. Escritores, pintores, cineastas, humoristas o músicos, los creadores tienen el poder de construir mundos nuevos, más perfectos que el real, donde es posible el heroísmo, pero que, incluso cuando predominan la podredumbre, la corrupción y la inmoralidad, les abren los ojos a sus lectores, oyentes y espectadores, despertando en ellos una mirada inquisitiva que, a la larga, los convierte en mejores ciudadanos, propensos a cuestionar a la autoridad, a reclamar sus derechos y a aspirar una mejora en aquello que no funciona.

Para ser bueno, un creador debe ser libre, honesto y crítico. Lo contrario sería pasar a engrosar ese largo, penoso listado de intelectuales y escribas que, sobornados por los laureles, puestos burocráticos, subvenciones dinerarias o simplemente fascinados por la cercanía de la autoridad, cuando no temerosos de las represalias, han servido dócilmente a aventuras políticas de todo pelaje, como el fascismo, el nazismo, el estalinismo o el macartismo, hasta procesos más recientes como el castrismo, el chavismo o el kirchnerismo, redactando panegíricos, firmando panfletos, suscribiendo manifiestos, atacando a los disidentes y adulando a sus jefazos para mantenerse en la órbita de su consideración.

¿Para qué sirve el Premio Nacional de Literatura? La misma convocatoria lo dice: para incentivar la creación literaria, la circulación de la producción editorial de calidad y reconocer las mejores obras publicadas en nuestro país. Es decir, para recompensar el talento y la calidad artística, esa capacidad que tiene la literatura para construir historias verosímiles, persuasivas e hipnóticas, que consigan emanciparnos de nuestra realidad.

¿Qué mensaje da el Gobierno con el trato a Rafael Dumett? Uno muy peligroso: que, a partir de ahora, quienes aspiren a ganar el Premio Nacional deberán "comportarse"; es decir, guardar silencio, evitar las críticas y mostrarse mansos, cuando no obsecuentes. Esto, por supuesto, degrada al premio, sienta un mal precedente, envicia aún más el clima imperante y atenta abiertamente contra los fines que lo inspiraron.

Pero, además, por la forma en que se ha obrado, se convierte en un revés absurdo para la gestión de Boluarte. ¿Qué hubiera pasado si, simplemente, se hubiera convocado la entrega del premio, como correspondía, y Dumett lo hubiera recibido? ¿Esa ceremonia pública habría llamado la atención, obtenido tanta publicidad, despertado tanta polémica y ocasionado tantas críticas como la decisión de mezquinar un galardón que ya estaba concedido?

En otras palabras, actuando con un mínimo de sentido común, visión de Estado y tolerancia –que tanto parecen escasear en el Perú de esta época–, se habría evitado un episodio que ha ocasionado muchos perdedores, entre los que no se cuenta Rafael Dumett.

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