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Opinión

El nefasto impacto de la mentira, por Andrés Valle

"Es curioso notar cómo determinados partidos políticos que tuvieron como bandera la intangibilidad de la Constitución Política, estos últimos meses han puesto sus votos en el Congreso para despedazar el cuerpo de la Carta Magna".

larepublica.pe
INVITADO

Mentir en la esfera privada, al interior de una familia, usualmente tiene consecuencias que, en su mayoría, quedan al interior de la misma. En tiempos navideños se suele atribuir los regalos a Papá Noel, quien aparece mágicamente en la Nochebuena y deja los esperados juguetes alrededor del árbol que simboliza la Navidad. Los padres mienten en aras de dar una alegría a sus hijos con ocasión de las fiestas. Desde siempre cuestioné esta tradición porque, en los hogares vulnerables, resta méritos a quienes, con mucho esfuerzo, pueden, a duras penas, dar un presente para sus niños. Los pudientes, en cambio, pueden, en muchos casos, aprovechar la ocasión para compensar la falta de tiempo invertido en los vástagos con bienes materiales. Y amanecer con una ruma de sorpresas que cumplen las solicitudes de sus largas listas de pedidos, y también entregar los suyos de forma directa. Un paraíso de la abundancia.

Estas mentiras han sido toleradas y hasta celebradas por la sociedad.

Cuando son los niños quienes mienten en lo cotidiano, las consecuencias no pasan de una reprimenda, una privación y quizá un castigo más severo. Aquí surge la pregunta: ¿será que los progenitores predican con el ejemplo? Tengo dudas, y fundadas, sobre el particular. La diferencia es que ellos son los jueces y, por tanto, no hay autoimposición de penas; son impunes.

Distinto es el caso del dominio público y, concretamente, en la esfera política. Por años, los políticos, y no por casualidad, han caído en la categoría de mentirosos.

Sin ir muy lejos, en los últimos meses, se han detectado innumerables casos en que los personajes públicos, representantes de los poderes del Estado, mienten con gran descaro. Y, detectados, cambian de versión en búsqueda de quedar exculpados. Sobran ejemplos. Todos los días. No existe credibilidad en ellos, y la repercusión en la población en general es inmediata. Al parecer, además de carecer de un mínimo de criterio moral para actuar en la vida pública, tratan de confundirnos. Buscan argumentar, presentar los hechos y acomodarlos para lograr sus propósitos. No se trata de una argumentación inteligente y sostenida en premisas verdaderas, sino todo lo contrario: se distorsiona la realidad, se presenta desdibujada, se relata con falacias descaradas y se pretende así persuadir a una colectividad saturada de mentiras, de embustes, de contradicciones. La mentira se ha convertido en una práctica cotidiana, generalizada y sostenida sin pudor alguno.

Contrastemos estas afirmaciones con ejemplos recientes.

Ningún representante del Poder Ejecutivo asistió a la tradicional, y venida a menos, Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE). Según se dice, por ocupaciones propias del cargo. Otros sostienen que prefirieron eludir ciertas preguntas incómodas asociadas a la seguridad ciudadana, la captura de ciertos personajes públicos y otros tantos más, donde la mentira quedaría en evidencia. La mentira no avergüenza; la contrastación contra la verdad lo hace.

Los resultados de las encuestas arrojan una pésima opinión de la población acerca de sus gobernantes. No hay justificación sostenible. Aquí se usa también el embuste como último recurso. Incluso se trató de engañar a los ciudadanos sosteniendo que, luego del APEC, habría una repentina recuperación de credibilidad. No ocurrió. Llegamos al peor resultado posible: un apoyo equivalente al margen de error.

En fin, las consecuencias de mentir son notorias, también en el mundo de las promesas que sabemos no vamos a cumplir. Es curioso notar cómo determinados partidos políticos que tuvieron como bandera la intangibilidad de la Constitución Política, estos últimos meses han puesto sus votos en el Congreso para despedazar el cuerpo de la Carta Magna. Más mentiras.

Corresponde también hacer una evaluación preliminar del sector privado. Si bien las cifras reputacionales de las encuestas no son catastróficas, la población mayoritariamente desconfía de ellos, del empresariado. Surgen sus explicaciones: “No sabemos transmitir nuestra contribución”, “No podemos reemplazar al Estado”, “Justos pagan por pecadores”, “Nosotros arriesgamos nuestro patrimonio todos los días cuando apostamos por el Perú”.

No es materia de este artículo debatir acerca de las afirmaciones antedichas. Lo cierto es que el deterioro del país sigue creciendo, al punto que la CADE de 2024 se llamó “De la degradación a la reconstrucción de nuestro futuro”, mientras que, solo una década atrás, se denominó “Hagamos del Perú un país del primer mundo”. ¿Qué falló? Tenemos algunas pistas. Algunos querrán sostener que se debe a “El factor Castillo”. No parece ser una afirmación seria. Lo concreto es que hay un cambio de discurso. Un grupo no menor de empresarios dice que hoy tiene un rol en la política. Bienvenido sea. Algún existencialista diría que el hombre es lo que él se hace. Por tanto, corresponderá ver las acciones antes que los pensamientos y buenos deseos.

Para terminar, citemos a una famosa filósofa del siglo XX, Hannah Arendt, quien con gran lucidez nos dice: “El embustero no dice las cosas como son porque quiere cambiar el mundo. Se aprovecha de la innegable afinidad que existe entre nuestra capacidad para la acción para cambiar la realidad y esa misteriosa facultad que nos permite decir ‘brilla el sol’ cuando en realidad está lloviendo a cántaros. Nuestra habilidad para mentir, pero no necesariamente nuestra habilidad para decir la verdad, es uno de los pocos datos evidentes y demostrables que confirman la libertad humana”.

Ella nos muestra, tristemente, que es inherente a la condición humana mentir para lograr objetivos en el mundo de la política. Lo vemos con claridad desde hace varias décadas y con total nitidez en este presente cada vez más deteriorado. La mentira de gobernantes y políticos ha causado total descrédito al sistema. Nadie cree en ellos y, aún peor, parte de la población ha pasado de la desazón a la rabia. Un sentimiento muy peligroso. El impacto de mentir puede ser devastador para una sociedad. Y más aún, para una frágil y sin instituciones, como la peruana.

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