Quienes, desde una postura de izquierda radical, antes calificaban de entreguistas las políticas de privatización de Fujimori en adelante, quienes antes criticaban, por ejemplo, dogmáticamente, el “imperialismo yanqui”, ahora no hacen mucho ruido ante el vendaval de inversiones chinas que alcanzan los 30 mil millones de dólares.La izquierda no se alarma tanto por este otro imperialismo porque viene del oriente y, aunque con claras transformaciones, tiene un origen comunista, por lo menos desde el punto de vista histórico. Las inversiones chinas suelen estar acompañadas de condiciones que benefician principalmente a China, como el control sobre proyectos estratégicos o la exportación de materias primas a precios bajos o la exoneración del control en el país donde se invierte. Esto puede verse como una forma de "imperialismo moderno", similar a las relaciones de dependencia que se dieron en épocas de otros imperialismo, pero claro, no es “imperialismo yanqui”, es el Partido Comunista de Xi Jinping.
También es interesante que esta orilla del radicalismo nacional vea con simpatía al presidente saliente de los Estados Unidos, Joe Biden, que también nos ha visitado, no porque como diría Trump, es “comunista”, si no, porque es justamente, un demócrata opositor a un polarizador tan radical como el republicano Trump
Por otro lado, la postura de derecha extrema que ve “comunistas”, “caviares” y “proterrucos” hasta debajo de sus almohadas, desde un mantra, digamos, macartista (trumpista), no cuestiona el socialismo que, ojo con eso, aún persiste como política de gobierno del gigante asiático, tampoco se araña con “capitalismo de estado” con el que China se está almorzando al mundo. Mucho menos, se complica con la cita que Xi Jinping hizo de Mariátegui, cuando afirma que culturalmente el Perú está más cerca de China que de Europa. Lo reciben, le ponen alfombra roja, mientras que, por lo general, cuando un connacional hace lo mismo, así sea de manera referencial y dentro de un debate político, lo terruquean a la primera que pueden. Es más, el pragmatismo los obliga a relativizar aquello frente a lo que, en otras circunstancias y, otra vez, con connacionales, aplicarían la tajante frase de “con los terroristas o comunistas no se negocia”, pasando por alto la innegable sucesión entre Xi Jin Ping y Mao. Si la extrema derecha lucha contra el comunismo y percibía a China (especialmente después de la Revolución China de 1949) como un adversario ideológico y geopolítico clave, aceptar inversiones chinas puede interpretarse como una forma de acercamiento o de colaboración con un sistema comunista, lo cual iría en contra de la lucha dogmática que tanto pregonan.
¿Qué une a estas dos posturas a quienes el poder de China ha logrado consensuar? El dinero, la pequeñez de nuestra economía, el minúsculo peso geopolítico del Perú. El radical de izquierda acepta este imperialismo, se traga el sapo del “entreguismo” porque es China, un hito, un emblema en la historia de la izquierda mundial El radical de derecha de traga el sapo de las inversiones estatales chinas porque por ahora los beneficia, a pesar de que implica un acercamiento a una nación comunista cuya ideología siempre es vista como una amenaza. Sin embargo, las motivaciones económicas son tan grandes que aceptan la inversión así esto suponga, aunque ellos lo nieguen, una clara incompatibilidad con sus dogmas fundamentales y la posibilidad de que, tarde o temprano, en un eventual conflicto bélico mundial, China nos pase otro tipo de facturas