Dina Boluarte, como buen fantoche, queda al descubierto. Su presumida postura de solidez se desvanece ante la evidencia de su soledad. Se creía pieza clave del bloque de poder que ha tomado por asalto las riendas del país, pero en realidad resultó ser una pieza de segundo nivel que, según uno de sus principales patrocinadores, podría ser descartable desde abril de 2025.
Ella es la papa caliente con la que nadie se quiere quedar. Como en el juego, pasa de mano en mano hasta que se acaba la música. Quien la tiene en la mano, pierde. Su altísima desaprobación, tanto por la ineficiencia de su gobierno para resolver problemas críticos de la población como por la firme convicción en el país, particularmente en el sur andino, de su presumible responsabilidad en la muerte de decenas de compatriotas en la represión violenta tras su juramentación en el cargo, es un lastre para cualquier candidato o candidata.
La ocupante precaria del sillón de Pizarro resta. Lo que queda por ver es: ¿quién se queda con el pasivo?
Si está claro que Boluarte es una jugadora secundaria, aunque aún con un rol necesario, cabe preguntarse quiénes gobiernan en el Perú. La respuesta está en la singular articulación que se ha gestado en el Congreso entre Fuerza Popular, Alianza para el Progreso y Perú Libre. Si bien Renovación Popular, Avanza País, Podemos, Somos Perú y el Bloque Magisterial son parte de esta articulación, su relevancia es menor. A fin de cuentas, se enlazan con alguno de los tres jugadores antes mencionados.
Keiko Fujimori, César Acuña y Vladimir Cerrón son las cabezas del triunvirato al que se debe Boluarte y del que depende. Pero, como todo triunvirato, tienen fecha de caducidad. La articulación de sus intereses es temporal; podríamos decir que viene con una obsolescencia programada por el tiempo electoral.
Los tres necesitan desarrollar estrategias electorales propias e incluso contrarias entre sí. Tienen que diferenciarse para poder volver a atraer a las parcelas del electorado que votaron originalmente por ellos. Quizá justamente esta necesidad es la que hace que los partidarios de Perú Libre y de Fuerza Popular reaccionen tan virulentamente al apelativo de "fujicerronismo".
Quien logró pasar desapercibido, hasta cierto punto, es el tercer actor, Acuña. Con un peso clave en la actuación del Congreso, pero con menor estridencia que los otros dos. Quizá por la habilidad política de algunas de sus figuras, como el actual presidente del Congreso, Eduardo Salhuana, cuestionado por sus posibles vínculos con la minería ilegal, pero que maneja el barco legislativo con menos escándalo que sus predecesores. Es, además, el único que tiene figuras visibles en el gobierno de Boluarte.
Pero el tiempo electoral está a la vuelta de la esquina y la ansiedad por soltar la papa caliente aumenta. El primero en lanzar su grito de fuga del barco fue Cerrón. Con total transparencia, en televisión nacional, pese a estar en la “clandestinidad”, explica que en cuanto Boluarte convoque elecciones empieza el tiempo de su vacancia.
Lo que era un secreto a voces se vuelve una constatación. Perú Libre y otros partidos, como el Bloque Magisterial, no votaron por el adelanto de elecciones generales básicamente porque no querían que se acorte su mandato. El discurso de “no queremos adelanto electoral sin convocatoria a asamblea constituyente” era un distractor discursivo para evitar el consenso necesario en el Legislativo para votar por el adelanto.
La estrategia de radicalizar el discurso, buscando legitimar su negativa al adelanto electoral, solo era un mecanismo de estabilidad en el cargo. Servía tanto para el sector autoproclamado radical como para las derechas del Congreso. No les importaban las víctimas, no les importaba la indignación social, ni mucho menos el asalto al poder por parte de la derecha congresal de la mano de Boluarte. La convivencia en el Congreso les resultaba cómoda.
Por eso ahora anuncian que entre abril y junio de 2025 sí podrían procesar una vacancia de Boluarte. No se perfila ningún acontecimiento que lo detone, más allá de la convocatoria a elecciones. Una vez que Boluarte las convoque, lo cual por ley debe ser en abril, su utilidad para mantenerlos en el cargo caduca.
Pero este anuncio pone en aprietos a los otros dos jugadores. Keiko Fujimori y César Acuña tendrán que pensar muy bien su propia estrategia. ¿Cómo avanzar hacia la vacancia en abril sin quedar como parte del juego de Cerrón? Lo que podría haberse presentado como una moción multipartidaria, ahora quedaría como el acompañamiento a uno de los tres, dejándolos en un rol subalterno frente a la demanda popular de la salida de Boluarte.
Por otro lado, si no avanzan en el camino de la vacancia o salida de Boluarte, ¿cómo tener una estrategia electoral de cara a la ciudadanía sin cargar con los pasivos del gobierno actual? Porque los antecedentes de corto plazo, Vizcarra y Castillo, muestran con claridad que la sobrevivencia de un mandatario en Palacio sin una bancada mayoritaria depende exclusivamente de la voluntad del Congreso. Por tanto, si la mantienen es porque la apoyan.
Si los tres actores no se ponen de acuerdo, no lograrán una correlación que sume los 87 votos necesarios. La música aún suena y el juego sigue, pero el tiempo electoral se aproxima.
Boluarte también sabe esto —o al menos lo puede intuir—, con lo cual falta saber si tiene alguna jugada que ponga en aprietos a sus patrones y evite su salida anticipada de Palacio. Cosa que resulta difícil de creer dada la precaria performance que tuvo con los Rolex de su wayki. Pero en el Perú, nunca se sabe.