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Opinión

La muerte duele, por Marisol Pérez Tello

 No tiene lógica ni es de sentido común rendir honores a cualquier expresidente sentenciado por corrupción y violaciones a derechos humanos. Es tan incomprensible como la pensión vitalicia.

larepublica.pe
Fujimori sepelio | Renato Pajuelo

La muerte siempre duele, aunque duela por razones distintas. Duele por la ausencia, por los buenos recuerdos y el agradecimiento ausente, por los malos recuerdos a partir de lo no resuelto, de pedidos de perdón no verbalizados y de responsabilidades no asumidas.

Murió Fujimori, para mí no era momento de hacer balances, quizá porque compartí años en el Congreso con personas que sé que sufren sinceramente su muerte y con quienes trabajamos para la persecución contra la trata, la consulta previa, la ley de búsqueda de desaparecidos. Entre ellos, Kenji, Lucha Cuculiza, Karla, Luz y otros que mostraron siempre respeto en medio de nuestras diferencias políticas, que no nos hacían enemigos. Les duele además a amigos entrañables, Anita, Lalo, Álvaro y a mi madre. ¿Cómo no guardar silencio y respetar su dolor sin juzgar?

También hay personas que sufren y les duele con la misma intensidad, porque asocian su muerte a impunidad y al intento de destruir la memoria, son amigos y personas que aprecio, además de mis luchas internas. En 2017 entregué los restos de la masacre de Santa Bárbara (1991) y recuerdo aún los sentimientos que abruman, de quienes recibieron los osarios con los huesos de sus hijos, hermanos y no puedo ni quiero olvidarlo. Es difícil vivir con tanto dolor dentro y absurdo pretender procesarlo desde el grito al otro, que no siente lo mismo; esa no es la salida. Se complica cuando a la muerte le sumas honores y aumentas la distancia.

No tiene lógica ni es de sentido común rendir honores a cualquier expresidente sentenciado por corrupción y violaciones a derechos humanos. Es tan incomprensible como la pensión vitalicia. Su conducta no estuvo acorde con la responsabilidad de representar al país. Sin que eso niegue que hizo cosas buenas, las reformas de primera generación o la comisión Lanssiers.

Se termina su vida y con eso una etapa, pero no cambia nada porque se usó políticamente y cada quien gritó más fuerte desde su trinchera, sordos al otro, eso es lo que me duele a mí.