Podríamos decir que la narrativa de la izquierda peruana traza una línea moral entre el fujimorismo y el antifujimorismo. Si uno es fujimorista es un inmoral porque los sapos que se tiene que tragar alguien para apoyar su gobierno, hasta hoy, y por siempre, son moralmente inaceptables. La izquierda, en su discurso, no transa con ello. Si tienes el atrevimiento de recordar no solo lo malo, si no, también los logros de la gestión del difunto, de inmediato eres tachado por el purismo que no tienen contra los dictadores de izquierda. El pico de esta posición es poner al mismo nivel de criminalidad a Abimael Guzmán con Alberto Fujimori. Tanto es así, que la arrogada superioridad moral, que la izquierda pretende monopolizar, te exige llamar dictadura al gobierno de Dina Boluarte, al mismo tiempo que, en su momento, romantizó una satrapía como la de Fidel Castro.
Por su parte, la narrativa del fujimorismo es que, si eres antifujimorista o, lo que es peor, si simplemente no le revientas cohetes al gobierno de Alberto Fujimori, trazan su propia línea y te conviertes desde terruco, proterruco, rojo, comunista, caviar, progre hasta izquierdista a secas. Si no olvidas la parte oscura de su gobierno y además aceptas claramente que fue un dictador, pasas a ser también un odiador. Para el fujimorismo acérrimo, recordar es odiar, hacer memoria, es odiar, es ser antifujimorista y automáticamente un izquierdista. Te llaman odiador, pero, paradójicamente, son ellos los que odian la memoria. Señores Fujimoristas, hay derecha que no es fujimorista, no monopolicen la derecha.
Si votaste en blanco entre Keiko o Castillo, si le llamas dictador tanto a Maduro, Castro, como a Fujimori o Pinochet, eres tibio. Los liberales, tanto en lo económico como en lo social, no tenemos sitio, no tenemos equipo, lugar, tribu. Prácticamente no tenemos cabida. El fujimorismo cree que eres izquierdista, la izquierda barranquina cree que relativizas la moral y la izquierda provinciana cree que eres neoliberal. Los bandos te exigen hinchaje, camiseta, no consensos, no conversación. Ambos bandos sueñan con eliminarse los unos a los otros, aniquilarse. Lo observamos dentro de nuestras familias, en las redes sociales, en la calle, en los chats de amigos. Si entrevistas a Sigrid eres imparcial, si entrevistas a Cuculiza eres imparcial, si entrevistas a las dos, eres imparcial por las preguntas. Es decir, por algún lado te agarran. Así hasta la eternidad. Al menos hasta nuevas dictaduras, nuevos terrorismos, situaciones ante las que gira el recuerdo de Fujimori y que la dan forma a esta hemiplejia contemporánea.
Nadie como Alberto Fujimori para polarizar al Perú y nadie como Keiko Fujimori para encender y mantener vigorosa esa polarización entre Fujimorismo y antifujimorismo, este es el mayor legado político que nos deje el “chino”. Ambas narrativas están en tensión permanente y cada vez que postula Keiko Fujimori, el sistema electoral, la segunda vuelta, alimenta todavía más la dicotomía(o estás conmigo o estás contra mí), la hemiplejia, la polarización. La guerra. Todo indica que Keiko Fujimori va a postular, así que agárrense.