Cuando el miedo es la motivación principal en las decisiones de las autoridades, el agravio a la ciudadanía es el resultado final. Un agravio cada vez más violento conforme el miedo crece.
Más que acciones racionales con arreglo a fines concretos o con arreglo a esquemas valorativos (M. Weber) vemos cada vez más instintos primarios, acciones basadas en sentimientos egoístas, particularmente el miedo como motores de la acción pública. Nuestras autoridades parecen darse cuenta del repudio ciudadano. No querían mirarlo, pero les estalla en la cara y para protegerse agravian aún más a la ciudadanía.
Ejemplos tenemos varios en el último tiempo. Se habló mucho estos días de lo ocurrido en un bar en el distrito de Barranco en Lima con la congresista Chirinos o en la inauguración del Festival Internacional de Cine de Lima con la ministra Urteaga. Pero poco se comentó sobre lo que pasó en la pampa de Junín, en la conmemoración del bicentenario de la batalla que marca la consolidación del ejército libertador, antesala del triunfo en Ayacucho, donde realmente derrotamos al gobierno colonial.
1824 fue el año que sella la independencia final. 1821 fue la declaración en Lima, en la capital. Nuestro centralismo lo identifica como el momento clave y por eso marca la celebración formal del bicentenario. Pero sin duda, Junín y Ayacucho, en el centro del país, son los territorios donde se consolida plenamente. Hoy, Dina Boluarte y su gobierno son incapaces de representarnos dignamente en esta conmemoración, por el contrario, su miedo a la ciudadanía secuestra lo que debiera ser la celebración más importante del siglo.
La señora Boluarte, el mismo 6 de agosto, el día del bicentenario de la batalla de Junín, anuncia que no participará en las celebraciones. Manda a un opaco premier, Adrianzén, que hoy justifica la Ley de Impunidad recientemente promulgada por el presidente del Congreso, borrando todo lo que afirmó cuando era abogado en el sistema interamericano de derechos humanos. Cargado, no solo con la consciencia de sus propios actos, sino con la mochila de un gobierno que tiene como sello de nacimiento la muerte de 50 compatriotas, requirió una gran presencia policial y de medidas de seguridad extremas. Alguno tenía que estar en Junín, pero no correrían mayores riesgos.
Estas medidas de seguridad supusieron la anulación de los desfiles escolares. Niñas y niños que han crecido en Junín y que han sido educados con la historia de sus antepasados, que forjaron el ejército libertador con Bolívar y que ahí, donde ellas y ellos han crecido, se vivió una gesta que marca el inicio del fin del yugo colonial, quedaron fuera. Era SU día. Venían preparando el acontecimiento con ilusión, acontecimiento que simplemente fue secuestrado por el miedo de Boluarte y su gobierno.
Junto con ellas y ellos, autoridades locales, incluido el alcalde de Junín, así como presidentes y delegaciones comunales, no pudieron estar presentes en el acto formal. Se los robaron. Nos lo robaron.
Elio Zevallos, alcalde de Junín, en un pronunciamiento público cargado de indignación, señala: “Es inaceptable que este acto conmemorativo se haya llevado a cabo sin la participación de nuestras autoridades locales, eclesiásticas, comunidades campesinas, instituciones educativas y ciudadanos. Este desaire no solo humilla a nuestra población, sino que socava el propósito de conmemorar un acontecimiento tan significativo. ¡Junín merece respeto! ¡Nuestra población, que ha contribuido de manera significativa a la nación, también merece ser respetada!”.
Como señala el alcalde en ese mismo pronunciamiento, lo que hicieron Boluarte y Adrianzén fue un acto de discriminación, además de un abuso. La razón detrás: el miedo. La fobia que han desarrollado a estar en un espacio abierto, en contacto directo con la ciudadanía. (Por favor, resalten esto).
En diciembre se conmemorará el bicentenario de la batalla de Ayacucho. ¿Qué harán esta vez Boluarte y su gobierno? Peor aún cuando su wayki, el prestador de Rolex, acaba de ser casi linchado en Huanta y sacado por la policía en un helicóptero. Lo que debiera ser una fiesta popular, no solo peruana sino de las Américas, pues Ayacucho cerró el capítulo de la presencia española en nuestros territorios y permitió que se abrieran los caminos republicanos, terminará secuestrada por una presidenta de facto con 5% de aprobación y gobierno repudiado por todos.
Lo mejor que podrían hacer es no participar de las celebraciones y dejárselas al pueblo y sus autoridades locales.
El miedo como motor de la acción pública no es exclusivo de Boluarte. En la tierra de Bolívar, uno de los protagonistas de la batalla de Junín, se vive también un momento oscuro y doloroso. Maduro le da la espalda a la voluntad popular y el miedo a lo que las urnas han dicho lo lleva a reafirmarse en un gobierno dictatorial, sostenido por una alianza militar-policial. Rodeado de generales, lanza mensajes que más que autoridad reflejan el profundo pánico del régimen.
22 muertos y más de mil detenidos por protestar son un saldo escalofriante. No se puede cerrar los ojos ante esta realidad. Lo que resulta grosero es el doble rasero del canciller de Boluarte y gran parte de los políticos locales que condenan enérgicamente lo que pasa en Venezuela, pero aplauden la represión violenta que costó la vida de 50 peruanos. Doble rasero cargado de racismo.
Esperemos que la acción diplomática emprendida por los presidentes de Brasil y Colombia logre alguna salida dialogada y democrática, que evite un saldo mayor de muerte y de destrucción de vidas por medio de la criminalización.