Las declaraciones del canciller Javier Gónzáles Olaechea en la embajada de Canadá no son tan solo desatinadas o contrarias a los principios de la diplomacia, tal como han señalado diversos especialistas. Si bien la ley contra las ONG no se promulgó (todavía), nuestro representante en el ámbito internacional se permitió, en la propia embajada de Canadá, criticar su Comisión de la Verdad, junto con la peruana. Ese día se conmemoraba el Día Nacional de Canadá y el canciller era el invitado de honor. Fue precisamente esto último lo que aprovechó para pisotear: el honor de representarnos a todos los peruanos.
Tanto la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, como la CVR de Canadá, en la que se reconocen los innumerables abusos contra los niños de los pueblos originarios en internados que eran auténticos centros de tortura, han sido refrendadas por los respectivos gobiernos. Tuve la suerte de visitar, en la ciudad de Vancouver, el MOA (Museo de Antropología). Es parte de la universidad de la Columbia Británica. El edificio es de una arquitectura espléndida, en una zona boscosa en las afueras de la ciudad. La visita guiada -obligatoria- no se limita a mostrar las espléndidas piezas de las colecciones exhibidas. La guía fue muy enfática -y varios de los textos también- en la deuda de Canadá con los pueblos originarios, víctimas de toda suerte de abusos y exacciones. En particular los citados niños, quienes eran arrebatados de sus hogares y sometidos a torturas y en muchos casos la muerte.
Pretender negar la memoria canadiense, con el objetivo de hacer lo propio con la peruana, es un mayúsculo despropósito que solo perjudica nuestra imagen internacional, así como los intercambios comerciales y culturales del Perú. Exactamente, lo contrario de lo que debe hacer un ministro de Relaciones Exteriores. Acaso lo más lamentable es que ya no nos sorprende. El régimen actual ha retomado la senda del negacionismo y el olvido. Como si de esa manera se pudiera borrar los crímenes cometidos durante el Conflicto Armado Interno, en primer lugar por Sendero Luminoso, como lo dice desde la primera página el informe de la CVR, pero también por las FFAA e incluso los ronderos.
El propósito de estas arremetidas violentas es el de invisibilizar los crímenes cometidos por el Estado peruano y no es algo exclusivo de nuestro país. Tengo un ejemplo a mano. En la película Oppenheimer cuyo nivel es sobresaliente, se observan los remordimientos del llamado “padre de la bomba atómica” (convengamos en que se puede ser recordado por mejores causas), por haber bombardeado Hiroshima y Nagasaki. Pero además por haber usado la física para construir un instrumento de destrucción masiva, que podría terminar siendo la perdición del planeta que habitamos.
Sin embargo, ni en el filme ni en libro en el que ésta se inspiró (Prometeo Americano: El Triunfo y Tragedia de Robert J. Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, que obtuvo el premio Pulitzer), se menciona a los llamados downwinders (algo así como “los que viven en la dirección del viento”). Se trata de miles de personas, principalmente hispánicas (es decir inmigrantes provenientes de México u otros países de Latinoamérica) y pertenecientes a los pueblos originales de los EEUU (a saber amerindios). Resulta que estos habitantes de las inmediaciones del ensayo nuclear en el desierto Jornada del Muerto, de 1945, en Nuevo México, no fueron advertidos del ensayo Trinity del Proyecto Manhattan. Hasta el día de hoy no se les ha reconocido como víctimas de dicha explosión, cuyas cenizas contaminaron su agua, aire y cultivos, produciendo una gran cantidad de casos de cáncer que continúan al día de hoy. Tal como afirma Tina Córdova, fundadora del Tularosa Basin Downwinders Consortium: “Uno no se pregunta quién va a tener un cáncer, sino cuando te va a tocar.”
En 1990 los EEUU promulgaron la ley RECA, sobre la indemnización de personas expuestas a la radiación de los ensayos nucleares. Aunque es posible que ahora se les reconozca, el asunto es que han sido invisibilizados todos estos años, mientras los enfermos de cáncer seguían muriendo como producto de la radiación en el medio ambiente. No se les menciona en el filme ni en el citado libro.
La pandemia, la experiencia que hemos tenido de lo distópico, el tema del reciente congreso de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis, deja huellas que aún no acertamos a discernir. Ahora sabemos algo y ese saber nos atraviesa.
Ese saber incluye una percepción de la vulnerabilidad social que nos circunda, la cual solemos desmentir o incluso estigmatizar, a fin de poder continuar trabajando y pensando en un entorno codificado, estructurado, familiar. Sin poderlo reconocer, éramos parte de esa fábrica de indignidad. El concepto de interseccionalidad puede acudir en nuestro auxilio. Permite pensar en las extremas condiciones de vida en las que se entrelazan fenómenos de racialización, clase social o género, sedimentan en el cuerpo social como desmentida, negación, alucinación negativa o lisa y llanamente invisibilización, como en el caso de los downwinders. Pero sobre todo hacer algo al respecto.
Esto es lo que el canciller peruano ha ido a hacer en la embajada de Canadá. No solo a arrastrar por los suelos la imagen de nuestro país -puede que, en su obtusa ideología, él piense que está haciendo lo contrario-, sino a arremeter contra todo esfuerzo de preservar la memoria de las atrocidades cometidas contra los más vulnerables. Solo que es la primera vez que escucho que algún alto funcionario peruano lo haga con dos países a la vez.