El año pasado, la Encuesta de Gerentes de Semana Económica revelaba que el 71% de los encuestados aprobaba la gestión de Boluarte y el 29% la desaprobaba. Este año, los resultados son más consistentes con la opinión mayoritaria de la población y acaso también con el sentido común. Únicamente, el 12% la aprueba y 87% la desaprueba.
Boluarte fue impuesta por Cerrón en la plancha presidencial. Pocas semanas antes de las elecciones se fotografiaba con él y Castillo frente a la estatua de Mariátegui, y reivindicaba sus raíces marxistas, leninistas y mariateguistas. Boluarte puso su cuenta de ahorros personal para recaudar la caución para que el jefe de Perú Libre recupere su Libertad. Una vez en el Gobierno, Boluarte fue una figura reiterativa en los gabinetes y entusiasta defensora del Gobierno del profesor. Entonces, ¿cómo se explica que el 71% de los gerentes aprobasen su gestión?
Líderes empresariales preferían que nada se mueva, que nada cambie, vivir la tranquilidad paralizante de los cementerios, a cambio de librarse de Castillo. Veían con temor la posibilidad de un adelanto del cronograma electoral. Esa evaluación resultó errada, tanto en el campo económico como político.
El Perú requiere cambios radicales y reivindicaciones profundas. Esos cambios tienen que ser hacia la prosperidad y no un salto al vacío. Pasan por empoderar al ciudadano, a los productores emergentes, hacia una economía más libre y competitiva, con mercados más abiertos y menos concentrados, lo que he llamado economía popular de mercado. Aferrarse al statu quo y ser refractario al cambio es el camino más certero para entregarle el país a una alternativa retrógrada, empobrecedora, cercenadora de las libertades tanto políticas como económicas. Abrazar el cambio, radical y profundo, de capitalismo popular es el mejor camino hacia un sistema de crecimiento sostenible en el tiempo.