A la memoria de Augusto Escribens
Las encuestas caen una tras otra y arrojan el mismo resultado: un repudio colosal tanto al Poder Ejecutivo como al Legislativo. Ambas instancias reciben una aprobación de alrededor del 5%. En el caso de la presidencia, es evidente que la abdicación de sus responsabilidades y decisiones, aunadas a su frivolidad y desdén por la verdad, la convierte en el blanco designado de la ira popular. Ni reina ni gobierna. Tan solo se atavía y posa frente al espejo, como en un relato de los hermanos Grimm, pero desprovisto de magia. Para rematar el deterioro de su imagen, se va de viaje a la China.
Podría pensarse que un personaje tan hondamente desacreditado, beneficia a los ocupantes del palacio legislativo, quienes a todas luces son los encargados de tomar las decisiones gubernamentales. Sin embargo, no es así. La desvergüenza con que desmantelan el aparato del Estado, en beneficio propio y de las organizaciones criminales para las que trabajan, no son un secreto para nadie. Día a día se van apoderando de las instancias que deberían proteger a la ciudadanía, suscitando el rechazo mas no la legítima sublevación de los perjudicados. A saber, todos nosotros los peruanos que asistimos, impotentes y paralizados, a esa arremetida contra las instituciones laboriosamente reconstruidas en estas primeras décadas del siglo XXI.
Cabe entonces preguntarse cuál es esa extraña fuerza que nos mantiene inmovilizados, inermes, incapaces de salir a las calles a luchar por recuperar la democracia que nos está siendo confiscada por bandas de truhanes. Porque es evidente que hay una paradoja entre esa desaprobación masiva evidenciada por las encuestas, y nuestra actitud resignada, desmoralizada, atemorizada. Agregue el lector los adjetivos que encuentre convenientes. Intentemos, por lo menos, desentrañar esa paradoja que subyace a nuestra penosa condición de ciudadanos carentes de agencia. Es cierto que no tenemos un líder o un partido capaz de aglutinarnos, permitirnos un espacio para organizarnos y tomar las decisiones indispensables para salvaguardar lo que hemos recuperado entre todos. ¡Pero los truhanes tampoco lo tienen! Ellos están tan atomizados como nosotros. La diferencia es que su codicia y afán de saquear el erario público los unen, exhibiendo lo superficiales de sus discursos políticos e ideológicos.
Somos dos grupos frente a frente. El de los depredadores se da cuenta que sus víctimas los observan en silencio, atenazados por algo que va más allá del miedo a ser objeto de su violencia, como ya se ha visto con los cincuenta muertos de la última vez que salimos a protestar. No creo que esa sea la única razón por la que seguimos este espectáculo decadente de rapiña y violación de nuestras leyes fundamentales, con tamaña pasividad.
Tampoco me parece que sea tan solo cuestión de liderazgo y organización. Me atrevo a pensar que aquello que nos desune es más fuerte que el desprecio producido por estas exacciones. Lo que Carlos Iván Degregori llamaba los hondos y mortales desencuentros, puede dar una pista para intentar comprender nuestra incapacidad de reacción.
El podcast Radio Ambulante, uno de cuyos editores es nuestro compatriota y escritor Daniel Alarcón, tiene una apasionante serie sobre Bukele en El Salvador, a la que han llamado “Bukele: El Señor de los Sueños”. Escuchándolo es fácil comprender cómo los salvadoreños, desesperados por la violencia de las maras, optaron por renunciar a su libertad a cambio de cierta tranquilidad. Es mejor, parecen haber pensado, sacrificar la democracia para poder vivir en paz. Tal parece que la ecuación no fue tan simple. La cantidad de abusos contra personas ajenas a las pandillas ha dejado a miles de familias desesperadas. Además, ya se han demostrado los acuerdos del presidente salvadoreño con los líderes de las maras. No obstante, Bukele sigue teniendo una popularidad desmedida en Latinoamérica. Pero acá no hay ni la sombra de un “manodurista” como él. Peor aún, la violencia de bandas como el ‘Tren de Aragua’ se incrementa y nos angustia con un ritmo feroz y creciente, como el de una campana tocando a rebato. Mi impresión es que los salvadoreños terminarán pagando muy cara esa decisión de ponerse en manos de un demagogo carismático y mentiroso, pero esa es otra historia y ya la hemos visto muchas veces en estas y otras latitudes.
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La nuestra tiene otros componentes.
Acaso el más saltante sea la insistente fragmentación en la que vivimos los peruanos. Nuestro sistema de castas invisibles, que no se nombran en voz alta pero todos conocen, nos impide actuar de manera concertada. Nos divide la racialización, las clases sociales y la herencia colonial. Nos miramos con desconfianza y miedo. El Latinobarómetro lo refleja en sus encuestas. Año tras año, somos uno de los países más desvinculados de la región. En Masa y poder, el escritor Elías Canetti lo explica en la frase inicial de su libro: “Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido”.
Esta paradoja es el equivalente del enigma que la esfinge le plantea a Edipo. Si somos capaces de resolverla, tolerando la ambivalencia y abrazando nuestra extrema diversidad, podremos derrotar a esa fuerza interna que nos separa. Esa superación dialéctica nos permitirá, a su vez, salir del entrampamiento en el que estamos sumidos. En términos psicoanalíticos, sería el equivalente a encontrarnos en lo que Winnicott denominó un espacio transicional. Entonces, solo entonces, podremos salir juntos a defender aquello que nos vincula y nos está siendo arrebatado.