Algunos cargos públicos parecen anular el pensamiento crítico logrado en años de universidad o de experiencia práctica. Es el caso de Morgan Quero, actual ministro de Educación que ha sido asesor de gabinete presidencial y también del despacho ministerial del Midis.
Para explicar la baja popularidad de su jefa, la presidenta Dina Boluarte, ha recurrido a una explicación pueril y antojadiza. Se trata, según él, del resultado del acoso político y la violencia contra la mandataria. Es decir, que el 90% de ciudadanos que la rechazan por su mala gestión al frente del Gobierno son acosadores que encuentran en ella un blanco perfecto para dar rienda suelta a su negatividad y errada percepción, agudizadas por su condición de mujer.
Pese a lo absurdo de la explicación, habría que recordarle a Morgan Quero que cada acto presidencial que ha llevado cada vez más abajo a la mandataria y que la ha convertido en la peor calificada de la historia ha sido cometido por ella abusando de su posición, mintiendo reiteradas veces para excusarse, responsabilizando a otros y descuidando su labor, para dar espacio a cirugías y procesos de embellecimiento.
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También habría que decirle al primer ministro, Gustavo Adrianzén, que las acusaciones por ese aún no explicado intercambio de Rolex y joyas selectas contra mayores presupuestos para Wilfredo Oscorima no se trata de un conjunto de fotos. Las piezas “prestadas” están físicamente en la Fiscalía, que las ha incautado. Y ya existe una denuncia constitucional del fiscal de la Nación por el grave delito de corrupción, por ese caso particular.
Los funcionarios asalariados de este Gobierno deberían pensar más y más lejos. Llegará el momento de dejar el buen sueldo, la seguridad policial y todos los beneficios del cargo; y tendrán que salir de la burbuja para convertirse nuevamente en ciudadanos de a pie. Y será el momento en el que tendrán que rendir cuentas por sus actos. El poder es finito y efímero.