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Opinión

Instituciones mórbidas, Rosa María Palacios

“De todos los órganos dañados, es el Congreso el que mayor impacto tiene en la salud de la democracia peruana”.

larepublica.pe
Rosa María Palacios.

La democracia se parece al cuerpo humano. Sus órganos, separados según sus funciones y ubicación, trabajan juntos formando un sistema y un conjunto de sistemas, que deben mantener la armonía para garantizar la sobrevivencia. Las enfermedades pueden atacarlo, pero si tiene los sistemas defensivos activados, el mismo cuerpo combate la enfermedad y resuelve el desafío. Un órgano importante puede llegar a fallar, pero con las medidas terapéuticas adecuadas ese órgano puede sanar u hoy en día incluso ser reemplazado.

Un paciente con obesidad mórbida, sin control alguno sobre ella, debe saber que va a morir. Sus órganos dejarán de funcionar uno a uno. La grasa visceral dañará su páncreas, hígado, riñones, hasta que la falla sea sistémica y su corazón no dé más. Si el paciente quiere salvarse de tan ingrato destino, puede tomar medidas. Hay un abanico de posibilidades. Su médico le explicará que es urgente bajar de peso, reducir el índice de masa corporal y el porcentaje de grasa, sobre todo la visceral. Si está a tiempo, intentará una dieta y ejercicios, la fórmula con menos riesgos a la salud, pero que requiere determinación y disciplina. Si es muy tarde, se le ofrece al paciente, como último recurso, una operación radical que reduce el tamaño del estómago u otros tratamientos con todos los riesgos que hay que evaluar y que no garantizan el éxito a largo plazo.

Un síntoma de que la enfermedad avanza es la pérdida del funcionamiento correcto de los órganos. Traslademos esta idea a la democracia peruana. El diseño del Congreso en la Constitución de 1993 incluía su posible disolución para darle al pueblo la posibilidad de premiar o castigar al presidente. La convocatoria a elecciones, solo en manos presidenciales, restauraba el equilibrio entre poderes cuando una mayoría parlamentaria obstruccionista impedía gobernar. Este Congreso destruyó esta institución con la bendición del Tribunal Constitucional. Hoy es imposible disolver el Parlamento. ¿Si se modifica el diseño del estómago, este va a funcionar igual? No, ¿verdad? Eso exactamente es lo que está pasando con la democracia peruana. Células dañinas, que siempre se pudieron combatir dentro del sistema (porque eran pocas, marginales, defectuosas) son ahora las que se multiplican a toda velocidad y toman el control de todos los órganos, matándolos poco a poco.

De todos los órganos dañados, es el Congreso el que mayor impacto tiene en la salud de la democracia peruana. Sus miembros controlan otros órganos, que deberían ser autónomos, pero que han terminado siendo dependientes del Congreso. ¿Qué puede pasar con un órgano sano cuyo funcionamiento depende de otro órgano dañado? Pues inevitablemente terminará dañándose de la misma manera. Ahí tenemos el TC y la Defensoría como ejemplo. Pero pronto veremos a la JNJ, a la ONPE y Reniec en el mismo trance destructivo. La enfermedad salta de órgano en órgano hasta hacer metástasis.

El Ejecutivo, por su parte, el órgano que gestiona todos los servicios del Estado y administra todos sus bienes, no tiene capacidad para ejecutar sus propias acciones. Es como un sistema circulatorio lleno de obstrucciones de grasa en las arterias o como un sistema muscular con hipotonía severa. Está, existe, pero no funciona como debería funcionar. Lo que es peor, en cualquier momento colapsa. Su debilidad es extrema, aunque el paciente se niegue a reconocer la enfermedad.

Cuando la medicina es preventiva, los costos son pocos y los beneficios enormes. Se diagnóstica y se opera en salud, no en enfermedad. Eso es lo mismo que hace una reforma. Se reconocen los problemas, se fija la meta a la que se quiere llegar y se traza un camino. La Comisión de Alto Nivel para la reforma política que presidió Fernando Tuesta en el verano del 2019 diagnosticó a la democracia peruana. El paciente tenía ya algunos daños y enfermedades crónicas, pero existía tratamiento y una prognosis positiva, si se tomaban medidas a tiempo. Pero no solo no se tomaron. Lo poco que se pudo avanzar se ha desmantelado íntegro. Como el obeso mórbido que baja 5 kilos para luego subir 25, terminamos peor. Ya no hay elecciones PASO, los partidos políticos son inimputables, la paridad desapareció de las fórmulas presidenciales, se vuelven a requerir 800.000 firmas para formar un partido, y un largo etcétera que es de llorar.

¿Puede un órgano dañado repararse a sí mismo? Solo en etapas iniciales de una enfermedad. Pero cuando las células malignas avanzan descontroladas, solo caben medidas radicales. En medicina, la amputación. En política, disrupciones que son de distinto signo ideológico, pero que siempre conducen a cataclismos sociales. Las guerras y las revoluciones lo cambian todo. También las pandemias. No somos, tal vez 300.000 muertos después, los mismos que en el verano del 2020. Menos con un millón de peruanos huyendo del país desde entonces.

Dina y Nicanor Boluarte, Patricia Benavides y los fiscales supremos, Gustavo Adrianzén y su gabinete, los 130 congresistas, todos y muchos más en la política local, están de paso. Tarde o temprano sus mandatos terminarán. Los longevos, como los Fujimori o los Acuña u otros incumbentes de la política menuda creen que estarán para siempre. Nadie lo está. ¿Y qué van a dejar al país? ¿El recuerdo de unos psicosociales para tirar barro y el tráfico de influencias para salvarse de condenas judiciales?

Lo países no mueren. Pero pueden matar a millones cuando no tiene límites el poder de hacer daño. Estamos en ese punto en donde las reformas (las que hagan órganos sanos) ya están llegando muy tarde y la población, hoy desganada, harta y ausente, se levantará para demandar una radicalidad donde Antauro Humala va a parecer un niño recién nacido. Que no se diga que no se advirtió.