Fuego de mi vida, ahora tienes 18 meses. Ahora hablas, corres, te ríes, bailas como la que más. Cada mañana te levantas a abrazar a tu lémur de peluche, buscas el libro con el que quieres empezar el día y nos despides con besos ‘soplados’ cuando salimos al trabajo.
La primera vez que pude tenerte en mis brazos hace 18 meses, tras unas horas largas desde tu nacimiento, recuerdo haber cantado bajito, para mí, el estribillo de una canción de Ismael Serrano: “El mundo es una pesadilla, y yo he sido tan feliz. El mundo se derrumba y gira, pido disculpas por vivir”. Desde entonces, fuego de mi vida, el mundo es una pesadilla aún más horrible. Pero tú sigues haciéndome tan feliz.
Hija mía, no seré yo quien te edulcore la historia o te pinte pajaritos para darte una infancia feliz. No lo hicieron tus abuelos conmigo, que crecí entre el temor a Sendero Luminoso y al grupo Colina. Crecer en una comunidad política trae consigo la inmensa responsabilidad de conocer la historia y de ser parte de ella. Cada momento de nuestras vidas se entrelaza con un momento de la vida de esa comunidad. Somos ciudadanas, Candela mía, no espectadoras o meras habitantes.
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En vez de eso te contaré una historia, una que me gusta repetir y que seguro cuando crezcas te sabrás de memoria. Un día, con apenas 6 años, tu abuela, mi mamá, pintó para mí una pequeña cédula de votación con las palabras SÍ y NO. Tendió una cortina junto a mi mesa de juegos y me explicó, no recuerdo con qué palabras, que Alberto Fujimori, el dictador, había hecho escribir una nueva constitución. Entré tras la cortina y marqué NO. La cajita que fungía de ánfora recibió mi voto y yo empecé a aprender lo que es ser ciudadana.
Candela de mi vida, tú eres una ciudadana. Tú naciste en democracia. Una democracia defectuosa, débil, asediada, pero democracia.
Pero con apenas unas semanas de nacida te tocó ver un autogolpe de Estado, la traición de un presidente en el que muchos hombres y mujeres de eso que llaman “el Perú profundo” (pero que deberíamos llamar el Perú invisible o el Perú ignorado) habían puesto sus esperanzas de representación, de que ‘uno como ellos’ al fin gobernara para ellos.
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Falló él en sus intenciones, pero la convulsión fue aprovechada por otros, por otra. Se llama Dina Boluarte y antes que presidenta se siente reina. Su trono se asienta en la sangre y el dolor de quienes la enfrentaron. Más de 50 vidas perdidas.
Me gustaría tanto poder contarte cosas buenas de la primera mujer presidenta del país. Tú, que a menudo eliges alguno de tus cuentos sobre mujeres fuertes y valiosas (Clara Campoamor, Rosa Park, Jane Goodall) y que creces acompañada de una tribu de mujeres valiosísimas. Pero no, hija mía, nuestra primera mujer presidenta no ha hecho nada bueno por las mujeres. De hecho, es posible que gracias a ella, su autoritarismo y los anticuerpos que genera, las futuras mujeres que postulen a presidentas, gobernadores o alcaldesas encuentren más resistencia entre la gente.
Claro, no lo hizo ella sola. Como bien has escuchado de mis clases desde que vivías en mi vientre, vivimos gobernadas por una coalición autoritaria conformada por varios partidos políticos que, a través de sus grupos en el Congreso, cambia las reglas del país a su antojo y conveniencia. A cambio de dejarles hacer y deshacer, ellos la protegen y hacen como que no ven su corrupción, codicia e ineficiencia.
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Mientras tanto, en solo un año, 600.000 peruanos y peruanas más han pasado a ser pobres, de los cuales 250.000 son pobres extremos. Muchos de ellos son niños y niñas como tú, pero que viven hoy con más anemia, más hambre, más dengue. Con menos atención médica, educación y menos dinero. Nunca olvides que, como tú, son ciudadanos y ciudadanas y que, por tanto, es nuestra obligación hacer algo porque su vida sea buena, sea digna, sea feliz.
Candela mía, desde que mamá se hizo adulta siempre pudo votar confiando en que su voto valía lo mismo que el de los demás y que quienes se encargaban de contarlos lo respetarían. Las más de las veces mi candidato o candidata perdía, pero así es la democracia, unas veces pierdes, pero respetas los resultados para que siempre exista una opción de que, la siguiente elección, quizás tus ideas sean las que ganen. Lo importante, recuérdalo, es que votes con el corazón convencido de que lo haces por el bien común.
Hoy es posible que quienes cuentan los votos sean elegidos por los que quieren competir por esos mismos votos. Cuesta mucho creer que en este nuestro país eso signifique la elección de los mejores y no la de los más convenientes para unos cuantos. Nunca cedas a la tentación de cambiar las reglas para ganar tú, porque entonces, no importa lo que te hagan creer, ya no estarás haciéndolo por el bien común, sino por tu único provecho.
Yo sé que esto suena feo, también que eres pequeñita y que no parece que puedas tú hacer mucho. Pero me gusta cantarte aquello de “pise como si bailara, siguiendo los sueños que usted eligió soñar, pero si el camino se oscurece de injusticia, tendrá que aprender también a zapatear”. Por zapatear, hija mía, perdimos a muchos. A muchas. Pero también por zapatear recuperamos antes la democracia. Pudimos abrazarnos en las calles de alegría ante el triunfo. Porque zapatear suena más fuerte cuando somos muchos y muchas.
Hija mía, el mundo es una pesadilla, pero eso no nos puede desanimar, sino empujar a hacer más por él. Hay que ponerle a la democracia el mismo empeño que le pones al trepar esas grandes escaleras hasta llegar a la cima de un parque en el que todos los niños son más grandes que tú. Tú no te achicas, con el resguardo y el aliento de papá trepas hasta llegar arriba, y aunque te dé miedo te lanzas y terminas en una sonrisa. Así sentimos el reto de construir la democracia y así de sonrientes podríamos llegar a sentirnos. Por eso no nos rendimos. Por eso no me rindo y tu sonrisa me acompaña.
¿Que por qué te cuento yo todo esto justo ahora? Porque mañana es el Día de la Madre y también cumples 18 meses y para mí tenerte, amarte, cuidarte, criarte, ha sido desde el principio un acto de amor y de política. Porque mientras más creces, más responsable me siento de que seas una ciudadana plena que abraza inmenso a todos y todas con el mismo amor que abraza al lémur. Que comparta todo lo que aprenda en sus libros. Que sople besos y vientos de justicia y democracia por donde pase.
Aunque el mundo sea una pesadilla, fuego de mi vida, tú sigue siendo, y haciendo, feliz.