El discurso de renuncia lanzado por Alberto Otárola a su vuelta de Toronto merece atención. Evitó criticar al gobierno que lo separaba del cargo. Destacó los logros de su gestión. Sugirió que la línea del gobierno era la suya, y que iba a durar. Más importante todavía, se ubicó como el rival de Antauro Humala, y el más consciente de ese peligro.
En cierto modo el expremier apunta a la paradoja de partir como precandidato presidencial del gobierno que le ha exigido dimitir. Al mismo tiempo conserva un cierto grado de influencia, pues no se ha peleado con Dina Boluarte, y su reemplazante es un político cercano. Además va a ser necesario en Palacio y la PCM por un cierto tiempo.
Tener aspiraciones políticas desde tan poca popularidad suena arriesgado, y lo es. Quizás está pensando que ese +10% que tiene en las encuestas es más de lo que van a traer muchos aspirantes. Que él y Boluarte no sean populares hoy no descarta la posibilidad de que al final del periodo hay un cierto pro-oficialismo de rebote. Otra paradoja.
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Colocarse tan temprano como rival tan decidido de Antauro es una movida interesante. Hoy 2024 Otárola no tiene nada que perder, mientras que otros precandidatos van a temer perder votos antisistema con un gesto parecido. Ese tipo de voto es clave en las segundas vueltas ajustadas que suelen darse. El ex premier tendría que hacer dramáticas piruetas.
Hay que reconocer que la presencia de un anti-Antauro le da una cierta direccionalidad a la campaña electoral silenciosa y paralizada que se viene desarrollando. También sugiere que la utilidad del actual Ejecutivo no tiene por qué terminar con la proximidad de su partida. La frase se cae de evidente: hay Otárola para rato.
¿Todo esto va a ocurrir en hombros de un partido formado por el hermano Nicanor? No necesariamente, ya que hay partidos de alquiler suficientes.
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Fuera del poder, los antiguos socios ya no se necesitan mutuamente. Tal vez Otárola no aspira a la escurridiza presidencia, sino a cinco años en el Congreso, con toda la protección que eso puede brindar.
Nada afecta más las aspiraciones políticas incipientes que aceptar una embajada, como se rumorea que es el caso. Como le gustaba repetir a Luis Alberto Sánchez: en el Perú para ser hay que estar.