(*) Profesor PUCP
A los 74 años, Sebastián Piñera ha fallecido al timón de su propio helicóptero cuando este cayó sobre el lago Ranco, ubicado a unos 900 kilómetros al sur de Santiago de Chile. La consternación es regional, incluso global, porque el expresidente nunca fue un personaje opaco, olvidable; más bien fue un político sagaz, un personaje mediático, un empresario hábil.
En enero del 2010, cuando cubría la segunda vuelta presidencial para este diario, lo vi bailando una canción de la antigua ‘nueva ola’ sobre el estrado de un mitin en Valparaíso. Parecía casi un adolescente, algo que encandilaba a sus votantes, quienes lo veían jovial y entusiasta frente a un Eduardo Frei parco, algo desangelado. Finalmente, Piñera lo venció por poco más de 3 puntos.
No fue un triunfo espectacular, pero marcó un giro en el Chile postdictadura de Pinochet. Las derechas variopintas, arrejuntadas detrás suyo, llegaban al poder por la vía electoral luego de 20 años en que la Concertación de Partidos por la Democracia, un frente de centroizquierda, cortó fácilmente el jamón electoral. Piñera, al fin, rompió esa suerte de maleficio.
PUEDES VER: Inicia el peritaje submarino al helicóptero en el que falleció el expresidente Sebastián Piñera
Lo hizo a fuerza de persistencia e inteligencia. En el 2005, ya había perdido con Michelle Bachelet, pero no se rindió y siguió siendo ese referente que el Chile más conservador necesitaba para descafeinarse de la era pinochetista. Había votado por el ‘No’ en el histórico plebiscito de 1988 que tumbó al tirano, aunque no es cierto que jamás lo defendió o se solidarizó con él.
En 1998, cuando el general estaba detenido en Londres, habló fervorosamente a su favor en un mitin, en el cual dijo que se trataba de un ataque a la soberanía chilena. Pero sus actos posteriores demostraron que no quería permanecer pegado a la tradición dictatorial. El año pasado, a los 50 años del golpe, firmó junto al presidente Gabriel Boric el Compromiso por la Democracia.
Era una carta firmada por varios políticos, sobre todo de centro izquierda, que sus congéneres de derecha se negaron a suscribir. Piñera sí lo hizo, e incluso trató de convencerlos, lo que como en otras ocasiones lo convirtió en un puente con esos sectores duros que, hasta ahora, matizan o añoran, los funestos tiempos golpistas. A la vez, tuvo sus períodos de dureza.
Cuando en el 2019 estallaron las masivas protestas en el país, desató una represión que costó más de 30 muertos. Fue su forma de responder a una violencia en ocasiones extrema, pero que sólo representaba una fracción del enorme movimiento de oposición al ‘modelo chileno’ que él siempre defendió. Pocos días antes, había dicho que Chile era un ‘oasis en América Latina’.
Se encontró con que no y hasta se rumoreó su renuncia. Pero permaneció en el puesto, aceptó parte de las demandas y se dispuso a darles un curso, al menos parcialmente. Que la Constitución que entonces las calles exigían haya naufragado en dos referéndums no significa que triunfó. Pero sí implica reconocer que resistió el álgido momento hasta que se fue.
Enfrentó las consecuencias de un violento terremoto en el 2010, gestionó –y mediatizó- el rescate de los mineros atrapados en una mina por más de dos meses ese mismo año, enfrentó eficazmente la pandemia de covid-19. Promovió la Alianza del Pacífico y Prosur, un organismo hoy venido a menos. Aceptó decorosamente el fallo de La Haya que involucró a su país y al nuestro. También estuvo implicado en el sonado caso de evasión fiscal llamado Pandora Papers.
Con todo, Piñera fue un mandatario que respetó las reglas democráticas, que mejoró la economía, que no quiso ser un derechista clásico, ultramontano y negacionista. Dejó otros legados curiosos, como las ‘Piñericosas’, dichos de sus discursos que llegaban a ser desopilantes, como llamar ‘tusunami’ a un tsunami o asumir que en Chile había leopardos.
No descartaba lanzarse otra vez a la presidencia. Ahora que ya no está, es asombroso que José Antonio Kast, un pinochetista casi de manual, quede como uno de los referentes de las derechas sureñas, que en cierto modo han quedado huérfanas con la partida del ex mandatario.