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Opinión

O rompemos la inercia, o nos vamos al carajo, por Jaime Chincha

"Dina Boluarte sintió en la piel la amarga desprotección con la que vive la gente de a pie. Cada bala en la puerta, cada granada que detona la extorsión, cada muerte como la del empresario liberteño Santos Sánchez”.

larepublica.pe
CHINCHA

La agresión vivida por la presidenta Dina Boluarte, el sábado 20 de enero en el centro poblado de Minascucho, debió ser un rotundo parteaguas para la transmutación de una Policía que drena desde sus cimientos; lo que permite a la criminalidad seguir escalando en esta guerra sin cuartel, y sin final aparente en el horizonte mediato. De hecho, el asalto a los custodios del primogénito presidencial, David Gómez Boluarte, el lunes 8 de enero en la urbanización Santa Catalina, pudo ser el clarinazo para el ansiado contraataque a las bandas aragüeñas, y sus franquicias con Marca Perú que siguen cercándonos, robándonos y matándonos de toque a toque. Esperar una auténtica y exitosa política anticriminal en el Gobierno de la señora Boluarte es peor que esperar a Godot.

Ruth Bárcena Loayza, una viuda de 29 años que preside la Asociación de Familiares de Asesinados y Heridos del 15 de diciembre, puso en jaque mortal a la que —se supone, por una cuestión de manual— es la guardia policial mejor dotada del país. El pecho de Ruth estalló en mil pedazos dos años atrás, un sábado 17 de diciembre. Fue a las 4:05 horas de iniciado aquel día infame, cuando el cuerpo de Leonardo Hancco Chacca —su esposo, que llevaba mucha ilusión por los gemelos que crecían en la barriga de Ruth— no pudo seguir soportando ese otro estallido; la bala que le cayó en el tórax, y que destruyó en otros mil pedazos tres de sus órganos, aquel jueves 15; por eso lo de la asociación que lleva como insignia ese otro día, tan o más infame que el sábado de la expiración de Leonardo. Los gemelos serían también óbito poco tiempo después.

“Tuvo una hemorragia interna al recibir el impacto. Los médicos tuvieron que quitarle una parte del intestino, del hígado y del páncreas. También le quitaron ambos riñones”, relata Ruth, al justificar por qué se abalanzó contra la presidenta Boluarte, estrujándole las ropas y diciéndole: “Aquí estoy, señora Dina, exijo justicia por la muerte de mi esposo, pido justicia, no me escucha, yo soy la viuda de Leonardo Hancco”. Todo ese dolor, sin embargo, por más profundo, por más injusto, no justifica el traqueteo presidencial.  

Una Boluarte aturdida que, apenas si podía pensar en seguir lanzando dulces —para la quietud de las masas organizadas por Wilfredo Oscorima, el gobernador de turno—, no podía, o no quería, ser capaz de entender el réquiem de Ruth. Solo tendría cabeza para, con el poder como analgésico de la deshonra, cortar esas otras cabezas que Alberto o Nicanor —por separado, como ya es cuestión de Estado— le mostrarían la cara de la revancha que debe merecer un zarandeo así. Horas después, las cabezas de los generales Jorge Angulo y Roger Arista estarían en una bandeja de plata; frente a los ojos desorbitados de una jefa suprema que se quedó con varios caramelos en el bolsillo. Cosas de un país “en calma y en paz”, de acuerdo al nonato ‘plan Boluarte’. 

Lo que sí parió Dina fue una resolución suprema que, para el general Angulo, produjo todo menos armisticio. Boluarte —Dina o Nicanor, da igual a estas alturas— culpó a Angulo de que “(con) la evaluación de los estados de emergencia decretados, se concluye que no han logrado disminuir la criminalidad que viene afectando gravemente a la ciudadanía a nivel nacional”. Dina Boluarte sintió en la piel la amarga desprotección con la que vive la gente de a pie. Cada bala en la puerta, cada granada que detona la extorsión, cada muerte como la del empresario liberteño Santos Sánchez, cada Maldito Cris; cada cosa de estas —una más macabra y aterradora que la otra— a cualquiera le provoca pedir la cabeza de quien debió, en nombre de este Estado que también drena, estar allí para impedirlas.

La diferencia es que la presidenta tiene el poder para zanjar la cuestión; el de a pie se las arregla como puede o es arrasado por los forajidos que se fortalecen con la barahúnda que han causado las hepáticas destituciones, firmadas por la presidenta en ejercicio. La diferencia es que el remedio que encontró Boluarte es peor que el virus mortal de la extorsión que —solo entre 2022 y 2023— reportó 19.401 denuncias en su nombre. Ni siquiera fue capaz de, con la honestidad del susto ayacuchano, poner por escrito que Ruth Bárcena e Hilaria Ayme fueron el motivo. La diferencia entre ser estadista o ser una ciudadana de a pie con la banda presidencial sobre sí; como si de un accidente en la historia se tratase.

Lo cierto es que, según Hildebrandt en sus trece, la Dirección de Inteligencia sí le anticipó a Boluarte que en el sur encontraría de todo, menos amor. Pese a ello, empecinadamente —acaso una involuntaria provocación—, la presidenta quiso reescribir su propia versión de Willy Wonka, lanzándose al agridulce vacío de las defunciones por las que, más temprano que tarde, tendrá que testificar ante un Poder Judicial donde, según su propio presidente, “puede haber jueces que cometen irregularidades por ignorancia” (sic).

Lo otro cierto es que ni rotundo parteaguas, ni contraataque a las bandas aragüeñas. Las ilegales remociones de Angulo y Arista solo fueron la vendetta que ya se iban cocinando a fuego lento. El general Angulo se le habría plantado al ministro Víctor Torres —a quien uno ve y siente el verdadero terror, si es que él es quien debe protegernos de la delincuencia galopante—, cuando este quiso colocar a generales amigos que no daban la talla; a lo Castillo. El general Arista, por su parte, habría sido la piedra en el zapato de Nicanor Boluarte. El hermanísimo, o el número dos de este Gobierno —según testimonios mostrados por ‘Cuarto poder’—, encontró el momento oportuno para saldar cuentas con quien consideraba, de acuerdo a fuentes bien enteradas del mamarracho, el informante de Otárola y el surtidor de los reportajes que lo muestran como el amo y señor de los prefectos y subprefectos. “Él está en su total libertad de recibir, discúlpenme el término criollo, a quien se le pegue la gana. Es su cumpleaños. Lo raro sería que en ese cumpleaños se pactaran cosas ilícitas. Situación que no ha sucedido”, según la presidenta que nos tocó por constitucional infortunio.

Y es que el espejo del Ecuador nos sigue esperando, ya lo advertimos. Allá, la clase política mantiene aún tregua y cohesión frente al narcotráfico que quiere arrebatarles el poco Estado que aún les queda. Aquí, convivimos con cárteles aún más variopintos y perversos; mafias de la trata, barones de la minería ilegal y un sinfín de escorias que nos están debilitando. Le toca a la clase política peruana, si es que aún existe, encarar a la señora Boluarte y plantearle el armisticio que tanto bien podría hacernos: un gabinete de consenso —entre derechas, caviares, liberales y progresistas; no estamos para discriminarnos por ideologías—, que bien podría consensuar en un Acuerdo Nacional que deje la hibernación. O rompemos la inercia, o nos vamos al carajo. Así de claro.