El dato más relevante del 2023 es que ha sido el año más cálido jamás registrado en la historia humana, con una temperatura media global 1,4 °C superior a los niveles preindustriales. Muy cerca del límite de 1,5 °C, por encima del cual los científicos consideran que las consecuencias serían catastróficas.
Esas consecuencias catastróficas ya las estamos viviendo: 11.000 muertos por inundaciones en Libia, 15.000 millones de dólares en pérdidas por el huracán en Acapulco, cientos de barcos de comercio internacional detenidos en el canal de Panamá por la sequía y una capital, Montevideo, que se quedó sin agua potable. El cambio climático ya está causando tragedias humanas y pérdidas económicas.
La pregunta es por qué no percibimos el nivel de peligro global que está frente a nuestros ojos. Vamos a dejarle a nuestros hijos e hijas un mundo peor que el que recibimos de nuestros abuelos, pero preferimos pasar la Navidad y el Año Nuevo dopados por el consumismo. Enfrentamos una emergencia sin precedentes, estamos mirando al abismo y, en vez de retroceder, nos acercamos cada vez más en un impulso incomprensible de autodestrucción.
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La causa es de sobra conocida: la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) ocasiona más del 80% de la contaminación que daña el clima global. La solución, por tanto, es obvia: dejar de quemar combustibles. Sin embargo, allí tenemos a los Gobiernos de todo el mundo, que incluyen al peruano, con planes para explorar y abrir nuevos pozos de petróleo y gas. Allí tenemos al siempre creciente mercado de automóviles vendiendo miles de unidades cada año. Allí tenemos a los municipios eliminando ciclovías y promoviendo más espacio para los motores que contaminan.
Si un propósito de Año Nuevo vale la pena, es que este 2024 sea el año del punto de inflexión: que tomemos como humanidad las decisiones valientes que se requieren para detener esta locura.