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Opinión

¿Por qué los peruanos elegimos tan mal?, por Miguel Palomino

“La cantidad de veces en que se ha abandonado la democracia por algún otro sistema, la humanidad ha tenido que llorar a miles de millones de muertos, además de otras desgracias”.

larepublica.pe
PALOMINO

Una verdad de Perogrullo es que si los peruanos hubiéramos elegido bien a nuestros gobernantes entonces nos habríamos evitado muchos de los problemas que nos aquejan. De ser así, buena parte del daño que hemos sufrido hubiera sido autoinfligido y no quedaría más que echarle la culpa a un electorado inconsciente y reacio a aprender.

Pero ¿es esto así? ¿Los peruanos somos tan malos en escoger a nuestros gobernantes? De ser así, la comparación con los resultados en otros países parecidos nos dejaría en evidencia. Pero la verdad es que no es así, en casi toda Latinoamérica los resultados son más o menos los mismos, si no peores. No es, pues, una característica de los peruanos el elegir mal.

¿Es acaso que la democracia no funciona? Aunque los últimos años han mellado la convicción en este principio fundamental, los invito a mentalmente reemplazarlo con cualquier otro sistema. Como dijo un famoso político “la democracia es el peor de los sistemas, excepto por todos los demás”. La cantidad de veces en que se ha abandonado la democracia por algún otro sistema, la humanidad ha tenido que llorar a miles de millones de muertos, además de otras desgracias, causadas por los iluminados que dirigían Gobiernos no democráticos.

Me atrevo a plantear algunas explicaciones de por qué hemos escogido “mal” a nuestros gobernantes desde el punto de vista de un economista. El problema no viene tanto del electorado como de las ofertas que tiene para escoger.

Para que un sistema democrático funcione bien, deben cumplirse ciertas condiciones que lo hagan viable. Un sistema es exitoso cuando está diseñado para serlo y será menos exitoso cuando sus principios básicos se encuentren en contraposición. Esto es cierto en buena parte de Latinoamérica (y del mundo), por lo cual pareciera ser un mal universal y, en parte, lo es. Con internet y las redes, el mundo está aprendiendo a vivir con una vorágine de “información” disponible cada segundo para cada uno de los gustos, y el Perú no es ajeno a este fenómeno. Pero, en el Perú, algo de particular ayuda a explicar su situación.

En el Perú, la institucionalidad y los partidos políticos están bajo ataque desde mucho antes de la internet. Con la elevadísima inflación, y después hiperinflación, que sufrió el Perú por más de una década se empezó a socavar la institucionalidad, ese conjunto de reglas que nos hacen capaces de vivir como sociedad. Después del mal segundo Gobierno de Belaunde (inflación promedio anual 100%) y del pésimo primer Gobierno de Alan García (inflación promedio anual de 720%), vino el de Fujimori.

Fujimori era enemigo de los partidos políticos, aún del propio, y usó un nuevo partido para cada elección. Así se abrió el camino para que cualquiera pudiera aspirar a la Presidencia, con partidos que no duraban ni para la siguiente elección al convertirse en alianzas electorales de conveniencia, sin compartir casi ningún propósito común. Además, Toledo lanzó la desastrosamente mala ley de regionalización y generalizó el problema.

Siguió Humala, con el problema añadido de que ahora existían gobernantes regionales totalmente divorciados de un partido político nacional y con intereses puramente regionales. Vizcarra, infelizmente, se aseguró de que no pudiera haber un Congreso o gobernantes regionales que se preocuparan por el futuro, prohibiendo la reelección.

Así llegamos a los últimos años, con seis presidentes, con incontables congresistas, gobernadores y alcaldes presos o acusados de graves delitos. Sí, el pueblo votó por ellos, ¿pero qué alternativas tenía? Es necesario que se alteren las reglas electorales para que se fuerce a encontrar consensos partidarios a nivel nacional con representación regional y con la oportunidad de reelección que le dé un sentido de continuidad básico sin el cual no se puede pensar en el futuro del país. Si no, estaremos condenados a votar por casi desconocidos agrupados casi por casualidad, con dinero para financiar una campaña y sin ideas, excepto probablemente cómo lucrar de sus puestos.

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