No es que nos falten controversias, ni que el Congreso no acumule barbaridades. Pero la decisión de un pequeño grupo de congresistas de acabar con el sistema de apoyo al desarrollo de la industria cinematográfica en el Perú es particularmente chocante.
Sin duda es posible mejorar la ley actual, como también plantear mecanismos para hacer más atractivo al país para producciones comerciales de todo tipo. Esto no significa reducir el cine nacional a una maquila de Hollywood, algo ridículo e insensato, pues así no funciona la industria.
Sostener una actividad compleja y con tiempos largos como el cine requiere especialistas que puedan moverse de un proyecto a otro cuando sea necesario; no se trata de esperar a que llegue alguien con un proyecto internacional. Precisamente por eso, la atracción de inversiones requiere contar con profesionales capaces de participar en esos procesos, con la experiencia y entrenamiento adecuados para ese mercado de demanda globalizado. Entrar a él solo es posible con actividad profesional constante que suba el nivel general.
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Ese mercado de locación alternativa es altamente competitivo y lo que el Perú ofrece es más bien poco. Ciertos paisajes, sin duda, pero con eso no es posible competir con países como Canadá, ni con los mercados finales que requieren escenas producidas en ellos, como China. Sin personal técnico de calidad, no sería viable traer producciones que no sean las que usen específicamente los paisajes peruanos, algo que, como es evidente, es ocasional.
Pero cuando hay producciones que podrían usar nuestros paisajes de manera genérica, se necesita competitividad profesional y apoyo del Estado, en todos sus niveles; eso pasa, pero no se agota por leyes para esos fines.
En otras palabras, para que tengamos más inversión extranjera necesitamos una industria local. Para ello, hay que hacer cine, de todo tipo, en todo el Perú. No bastará con algunas películas comerciales en Lima, sino también con una base profesional precisamente en los lugares que hacen diferente a nuestro país, es decir, la zona Andina y la Amazonía. Pensar que las artes creativas se componen de mano de obra barata, disponible sin esfuerzos ni continuidad, es profundamente ignorante, reflejo meramente de inmensos prejuicios ideológicos.
Al parecer, la visión tras este engendro de ley es que el Perú debe ser una suerte de Disney Pacha, un parque de diversiones a disposición de turistas donde nada se haga sino para el negocio ajeno. Nada de creatividad propia, de expresión, incluso de negocio para nosotros. Que vengan turistas y se tomen fotos con llamas en vez de darle voz a todo el país refleja una mirada reaccionaria, autoritaria y antidemocrática.