La biografía de Eudocio Ravines suele ser conocida a brochazos. Deportado por Augusto B. Leguía, en 1928 formó parte de la célula aprista en París. Pronto rompió con el APRA para integrarse al Partido Socialista Peruano de José Carlos Mariátegui. Volvió al Perú en 1930, donde reemplazó a Mariátegui en la secretaría general del partido. A la muerte de este, procedió a cambiarle el nombre a Partido Comunista Peruano y, renunciando a los dictados de su fundador, lo sometió a las órdenes de los jerarcas de Moscú.
Sus escarceos políticos lo llevaron a ser perseguido y desterrado por Sánchez Cerro, Óscar R. Benavides y Manuel Prado. Pero, luego de recorrer la Unión Soviética, ser testigo de la guerra civil española y tomar conocimiento del pacto Ribbentrop-Mólotov entre Hitler y Stalin, abjuró de aquella ideología y abrazó el extremo opuesto con la fiereza de un converso, apoyando las dictaduras de Pinochet y Videla, y llegando a entablar un vínculo con la CIA.
¿Qué llevó a Ravines a seguir esa línea cimbreante, traicionando una y otra vez aquello en lo que parecía haber creído con tanta firmeza? ¿Por qué este personaje complejo, fascinante, fundamental para comprender el siglo XX en el Perú (y Latinoamérica), goza de un repudio unánime y va camino al olvido más absoluto? Estas preguntas están en el origen de El camarada Jorge y el dragón, la nueva novela de Rafael Dumett, primera parte de un tríptico sobre Ravines.
Reconstruir la vida de un personaje tan profundamente contradictorio, mentiroso y antipático es una tarea compleja, que Dumett ha emprendido con la minuciosidad de un entomólogo. Esta primera entrega desarrolla su infancia y juventud. Nacido en Cajamarca, hijo de un pierolista melancólico, dueño de una memoria prodigiosa y lector insomne de la Biblia, a la muerte de su padre fue acogido por su tío Belisario Ravines, héroe de la guerra del Pacífico, poderoso hacendado y prefecto local, en cuya vasta biblioteca pasó días y noches.
Dumett demuestra un enorme oficio en la recreación de esos primeros años (su relación con el tío Belisario, la tía Adela, la tía Laura y el primo Segundo; sus lecturas formativas, en especial Vida de Jesús, de Renán), decisivos en la construcción del intrincado personaje que terminaría siendo ‘Shito’. Se trata de un trabajo monumental, muy cuidado en fondo y forma, en el que la administración de la información permite al propio lector componer una imagen poliédrica y desprejuiciada de Ravines. De este trabajo monumental, solo echo en falta un mayor desarrollo de la masacre de Llaucán, ese sangriento episodio que convirtió al tío Belisario en un apestado y, sin haber participado directamente, fracturó para siempre la vida de Eudocio.
Para Dumett, la novela histórica no es un puro recuento, que se limita a desempolvar episodios viejos y llamativos, sino un mecanismo que nos permite entablar vasos comunicantes con el pasado, descubriendo similitudes insospechadas que iluminan al presente. Tratándose de un propagandista que intentó disfrazarse de periodista, un verdadero prócer de las técnicas de manipulación y desinformación tan empleadas en nuestros días, en el caso de Ravines estos vínculos son manifiestos.