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Opinión

¿Quedan peruanos como José Olaya?, por René Gastelumendi

"Si mil vidas tuviera, gustoso las perdería antes de traicionar a mi patria y revelar a los patriotas". 

larepublica.pe
RENÉ

A propósito de la festividad de ayer: el pescador chorrillano José Silverio Olaya Balandra tenía cuarenta y tantos años cuando murió fusilado por el delito de traición a la Corona española. El 27 de junio de 1823, cuando llevaba, entre otros recados, una carta del prócer Antonio José de Sucre para el —precursor de nuestra independencia— Narciso de la Colina, Olaya fue descubierto.

Parece que alguien lo delató como colaborador del Ejército Libertador. Dice la historia que fue emboscado por un piquete de soldados realistas en la calle de Acequia Alta (actualmente, el cruce de la cuadra 5 de los jirones Caylloma y Moquegua).

Sucre necesitaba imperiosamente comunicarse con los patriotas de Lima, pues quería conocer los movimientos de los realistas y los pertrechos con los que contaban. Olaya, de cuna tan patriota como humilde, se ofreció como emisario secreto entre el gobierno independiente refugiado en los castillos del Callao y los patriotas de Lima, ciudad ocupada por los realistas españoles.

Olaya llevaba escondidos los mensajes escritos, cartas con indicaciones en clave, cubriendo la ruta entre Chorrillos y Lima, simulando llevar pescado para su venta en la ciudad. La ruta, de 15 km, estaba muy vigilada por los realistas, de modo que el riesgo era muy grande. No obstante, Olaya hizo aquel recorrido muchas veces hasta esa mañana en que lo descubrieron.

Antes de ser apresado arrojó las cartas en una acequia, aunque hay versiones que aseguran que decidió tragarse las misivas. Reducido, más no derrotado, fue llevado al palacio del virrey ante la presencia del brigadier Rodil. Este intentó que delatara a los patriotas comprometidos con las cartas, ofreciéndole a cambio premios y mucho dinero. Al no convencerlo, recurrió a las amenazas.

Como Olaya no hablaba, fue torturado. Se dice que le propinaron 200 palazos, le arrancaron las uñas y lo colgaron de los pulgares. Pero Olaya no se amilanó ante el dolor y permaneció en silencio.

Incluso llevaron ante su presencia a algunas personas arrestadas por sospecha de estar comprometidas con los patriotas del Callao, pero ante cada una de ellas Olaya negó conocerlas. También su madre fue llevada hasta allí, pero ni aun con eso se quebró. Se dice que, en medio de las torturas, pronunció su célebre frase:

«Si mil vidas tuviera, gustoso las perdería antes de traicionar a mi patria y revelar a los patriotas». Fue sentenciado a pena de muerte por fusilamiento. A las 11 de la mañana del 29 de junio de 1823, lo fusilaron en un pasaje aledaño a la plaza Mayor de Lima, llamado Callejón de los Petateros, y que ahora tiene su nombre: Pasaje Olaya.