Algunos congresistas exaltados han definido su línea con esos términos. Seguro soñaron con Grau y Bolognesi, pero suena a palabrería hueca. Saben que no tienen los votos para vacar y que un buen grupo prefiere gozar de los privilegios hasta el 2026. Entonces, ¿por qué lo hacen? La respuesta es sencilla, por pose, porque prefieren el gesto melodramático ante sus tribunas antes que afrontar la situación con seriedad.
Pero la frase es un avance en la violencia verbal: ahora es a matar. Por su lado, los insultos de estos días han estado centrados en la vida íntima de la primera ministra. Francamente es el colmo, además que incurran en ello periodistas mujeres que se sienten ultrajadas cuando alguien las ofende. La doble moral y la incontinencia verbal se han desbordado. El problema es que tiene consecuencias políticas.
Ese desborde de palabras intimidantes es parte de riesgosas maniobras legales. El Congreso amenaza con vacar o suspender, mientras que el Ejecutivo lo hace con la interpretación sobre la confianza y cerrar el Parlamento. Ambos intuyen que –si se atrevieran– el resultado sería que ambos caerían y habría nuevas elecciones. Por eso no dan el paso. Pero se ponen al borde y en cualquier momento pueden caer en el precipicio. Ambos poderes son manejados por personal alterado e inexperto que busca algo imposible en la precaria democracia peruana, salvarse a sí mismo a través de la eliminación del rival.
Así, están cerca del suicidio y la OEA no podrá evitarlo. Solo serviría si hubiera cierta voluntad de diálogo, pero si adentro no hacemos nuestra parte nadie puede obligarnos desde afuera. Por ello, lo más probable es que en algún momento ambos poderes terminen de anularse entre sí y no haya otra salida que la clásica de las democracias, elecciones generales.
Nadie puede saber exactamente cuál será la coyuntura y menos los detalles. Pero la tendencia es clara. Ambos se dirigen al choque y la ciudadanía no va a permitir que uno quede indemne. Así, la frase “matar o morir” de ese par de congresistas es un anticipo inconsciente del fin de sus carreras. Van a salir de escena y les será difícil regresar.
En estas circunstancias algunas fuerzas consideran que se requiere reformas políticas y la Coalición Ciudadana ha presentado un conjunto de sugerencias. La lógica es clara. Si se convoca a elecciones con las reglas actuales –que se asumen como deficientes– el resultado también será negativo. Es verdad. Pero no parece posible que estos congresistas, a quienes se pide que se vayan a su casa por incompetentes y corruptos, aprueben un paquete de reformas orientadas a que nunca más vuelvan al poder. Es pedir peras al olmo. Más bien, una mirada realista conduce a pensar que tarde o temprano habrá elecciones y que lo más probable es que se lleven adelante con las reglas actuales. Así recién lleguen en 2026, es mejor estar preparados para ese desenlace.
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Por ello, es preferible definir un programa de reformas y buscar apoyos en actores políticos con sentido. Mi apreciación es que sería necesario empezar por las preocupaciones reales de la gente en términos de ingresos, salud, educación, vivienda y trabajo; antes que por fórmulas legales. Pero es indudable que las demandas sociales y políticas deben ir juntas. Esas reformas son la bandera que es preciso levantar. Ya no se trata de pedirle a otro que haga esto o aquello. Por ejemplo, mis camaradas de izquierda creen que aún se debe exigir que Castillo cumpla sus promesas. Otra utopía. No lo hará. Por el contrario, fin de año es el momento para preparar la salida racional que represente el sentido nacional y popular que hierve en el país.