Cargando...
Opinión

Limpiar el espejo, por Cecilia Méndez

“Esta es nuestra realidad política, epidermis de una realidad social en deterioro acelerado, con la que ni la imaginación más maligna y florida puede ya competir”.

larepublica.pe
Candidatos se disputan la alcaldía de Lima este 2 de octubre en las Elecciones 2022. Foto: composición/difusión

Por: Cecilia Méndez

El vertedero inmundo sigue creciendo. Está el beodo evasor de impuestos aspirante a Bukele peruano; el que enfrenta juicios por asesinato y violación y hace campaña promoviendo ejecuciones extrajudiciales en memes; está aquel cuyo hijo lo denunció por agresión sexual y psicológica. Fascistas los unos, dizque izquierdista el otro, aspiran a gobernar la capital de la república. Están, de otro lado, el congresista acusado, con contundentes evidencias, de violar a una trabajadora en su propia oficina de un Congreso que acaba de cumplir doscientos años; una presidenta del Congreso que asiente servilmente a usar su cargo para satisfacer los intereses particulares del dueño de un partido; está su sucesor, el exmilitar que se rehúsa a asumir responsabilidad alguna en el asesinato de decenas de campesinos –hombres, mujeres y niños– por el que fueron condenados dos oficiales bajo su mando, además de promover leyes para beneficiarse económicamente, pero es considerado un héroe (Hildebrandt en sus trece, 16-09-22). Están los corrompidos de siempre, los que lucran de sus puestos públicos, los que legislan para alimentar sus negocios particulares y mafias, los que enfrentan juicios penales pero llegan a presidir comisiones congresales. Y está, ciertamente, el demagogo que llegó a ser jefe de Estado con el cuento del maestro rural y el campesino pobre que se gana la vida honradamente, pero cuyo círculo más íntimo está fugado de la justicia, sobrinos incluidos. Por si ello fuera poco, la fiscal de la nación que lo investiga, ni bien llegada al cargo, saca de su puesto, en flagrante conflicto de interés, a la fiscal que investigaba a su hermana jueza por presuntamente recibir coimas de narcotraficantes y cuyo desbalance patrimonial es notorio y público. Una fiscal que remueve también, sin que medie explicación, a fiscales que investigaban sonados casos de corrupción en la administración de justicia y redes de narcotráfico, ocasionando una cadena de renuncias de fiscales probos. Pero la noticia no existe para los “grandes medios”; silencios selectivos que no hacen ningún bien a nuestra raquítica democracia y contribuyen, más bien, a perpetuar la impunidad en la administración de justicia. La lista sigue pero no hay espacio para más; usted podrá completarla…

Esta es nuestra realidad política, epidermis de una realidad social en deterioro acelerado, con la que ni la imaginación más maligna y florida puede ya competir. Y lo peor es que esto no es lo peor. Lo peor es que los aludidos niegan esta realidad con vehemencia. Niegan ser lo que son, niegan hacer lo que hacen: matando al mensajero, culpando a la víctima, declarándose víctimas de un complot. Y cuando no les queda otra que admitir sus iniquidades, niegan su responsabilidad en tonos destemplados. Pero sus gestos los delatan y la ciudadanía, por supuesto, se da cuenta, como lo muestra el más de 90% que desaprueba al Congreso. Pero la abrumadora mayoría de congresistas no se dan por aludidos; tal es la angurria por seguir gozando de los privilegios que pagan nuestros impuestos. Algunos han llegado a preguntarse ¿cuál crisis?, si la culpa toda es del presidente, dicen, mientras corean su monotema favorito: ¡vacancia presidencial, ya! En el desierto de sus cerebros son ellos los que han terminado vacando al país. Alguien que los quiere debe limpiarles el espejo.

Si los políticos, incluida la prensa, asumieran su responsabilidad por las consecuencias de sus actos, qué duda cabe, este sería un país más justo, un país digno. Pero se rehúsan a hacerlo, tanto así que uno de ellos se suicidó para no enfrentar su propio juicio. Que fuera el jefe del partido más importante del Perú en el siglo XX es revelador del momento.

En el Perú existen, han existido siempre, espacios democráticos y decentes en la administración de justicia. Pero la corrupción endémica al interior de las propias instituciones judiciales hace que los fiscales y jueces probos no siempre puedan hacer su trabajo solos. Si la dictadura fujimorista pudo caer y el dictador llegó a ser enjuiciado en un juicio considerado internacionalmente modélico, fue por la filtración de un “vladivideo” a la prensa y las movilizaciones masivas de la ciudadanía por la democracia en el año 2000. Si, más recientemente, el exfiscal de la nación Chávarry tuvo que retractarse de la destitución de los fiscales del caso Lava Jato, Rafael Vela y José Domingo Pérez, fue porque la ciudadanía se movilizó en protesta.

Pero, siendo ello determinante, no es suficiente para consolidar la justicia. El plano institucional es imprescindible, pero no basta. Porque Fujimori puede estar preso pero nunca se arrepintió de sus crímenes y el fujimorismo no solo sigue vivo sino que ha retomado prácticamente la cabeza del Congreso. Asimismo, Abimael Guzmán purgó condena tras un juicio con todas las de la ley, pero murió sin arrepentirse del baño de sangre que causó y hay quienes piensan que nada malo hizo, aunque por suerte son los menos.

Este lavarse las manos ha perpetuado un estado de guerra que hoy cobra relevancia en el protagonismo político que vienen teniendo actores militares con pasados discutibles en la guerra interna, ya sea como jefes del Congreso, candidatos a la alcaldía de Lima, o posibles candidatos presidenciales. Y, como si no hubieran existido decenas de miles de muertos y unos veinte mil cuerpos sigan sin ser hallados, producto de los horrores de la guerra interna, hay políticos que buscan popularidad jugando a la violencia, como en el infame meme publicitario en el que el candidato a la alcaldía de Lima, Urresti, mata a un hombre hincado de rodillas ante él. Las buenas opciones escasean, pero un poco de escrúpulos a la hora de emitir el voto puede salvarnos de caer más bajo aún.