Para Tony, la lucha por ingresar a una institución de educación superior es tan urgente como aquella por salir de la zona rural donde nació, al norte del país, a siete horas de la ciudad si no hay lluvia. Tiene 17 años, cursa el quinto de secundaria y arrastra las insuficiencias de dos niveles académicos —2020 y 2021— caracterizados por una dinámica virtual distinta a la de los colegios de espacios urbanos: una llamada telefónica cada semana y por cada profesor. Esa comunicación era la pieza clave para atender las indicaciones y resolver las fichas de trabajo que un administrativo le alcanzaba solo si las condiciones climáticas se lo permitían.
Valía usar el celular de la madre, vecino o compañero de aula, es decir, cualquiera que facilitara una conversación más o menos fluida y, con suerte, unos minutos de internet para enviar una foto, la prueba de que el escueto material de estudio había nutrido un tanto su ánimo por aprender. Con una débil red móvil y una aguda carencia tecnológica, las clases remotas no resultaron una modalidad funcional.
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Además, la falta de un horario escolar y de un establecimiento de instrucción, a vista de sus padres, figuraba como una temporada libre para unir esfuerzos y sostener la trastocada economía de la casa: Tony debía pastorear, reunir la caña de azúcar y lampear los terrenos familiares. Y así, entre cuestionarios atemporales y ocupaciones incompatibles con su edad, la ya desmesurada brecha educativa se incrementaba con el paso de la vida pandémica.
Ahora, la aprobación de un proyecto de ley que dispone el ingreso libre a universidades, institutos, escuelas tecnológicas y pedagógicas públicas encarna una esperanza, una perspectiva de futuro más alentadora, una etapa de formación académica que no cesa con el año promocional. Por eso, frente a la baja posibilidad de asistir a un centro preuniversitario y de desarrollarse profesionalmente en su propio pueblo, Tony espera, tal como lo hacía con las llamadas semanales, una luz verde para desplegar el propósito que sus propias necesidades lo han llevado a formular: estudiar arquitectura.