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Opinión

Viacrucis navideño

“Había terminado mi visita navideña de 10 días a mi hija en Florida. Tiempo maravilloso que tuvo como base un Airbnb. Padre e hija juntos mataperreando por la ciudad en la que, a pesar de que se acababa el verano, el sol te sigue exigiendo ser feliz”.

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“Había terminado mi visita navideña de 10 días a mi hija en Florida. Tiempo maravilloso que tuvo como base un Airbnb. Padre e hija juntos mataperreando por la ciudad en la que, a pesar de que se acababa el verano, el sol te sigue exigiendo ser feliz”.

Había terminado mi visita navideña de 10 días a mi hija en Florida. Tiempo maravilloso que tuvo como base un Airbnb. Padre e hija juntos mataperreando por la ciudad en la que, a pesar de que se acababa el verano, el sol te sigue exigiendo ser feliz.

Temporada alta y pandemia. Había conseguido el pasaje más barato que pude. Una línea aérea de ida y dos de vuelta, con escala en Medellín. El uber me deja en el aeropuerto, con la tristeza de la separación haciendo estragos en mi mente. Me bajo y traslado mi maletota hacia el counter. Cola enorme, pero voy avanzando.

De pronto, meto la mano a mi canguro y me doy cuenta de que no tengo mi celular. Se me hiela la sangre. Ahorita aparece, como siempre, dicta mi pensamiento mágico. No apareció. Se cayó el mundo, allí está mi PCR, mi declaración jurada de salud, mi pasaje y buena parte de mi vida. No soy nadie. Ni siquiera me sé el celular de memoria de mi ex.

Salgo, levanto la mano, tomo un taxi, un conmovido uber que acababa de dejar un pasajero. Me queda hora y media para llegar y volver desde la casa de mi ex, no la hago. Llego a casa de mi ex, el uber que ella me había conseguido la había llamado para avisar el olvido de mi celular. Esperanza. Coordinamos para que me lo entregue donde me había dejado. Aprovecho y le doy otro besito a mi hijita y, con las mismas, parto de nuevo al aeropuerto para no perder un vuelo que creía perdido.

En el camino, me doy cuenta de que me había quedado con la llave del auto de mi ex, le aviso con el altavoz. Me cae otra resondrada. El uber le dice, señora, yo se la dejo de regreso, el señor está ya con demasiada presión, pobre, no siga. Sentí que, de la nada, había aparecido un ángel comprensivo.

Llego al aeropuerto, el otro uber me entrega el celular, le doy una propina, el panorama empezaba a componerse. Llego al counter, por un pelo no cerraron el vuelo. Ud. va antes a Colombia, me dice la cubana, tiene que llenar los formularios colombianos, señor. Pero, ¡yo voy a Lima! No importa, tiene escala en Medellín.

Justo en ese momento no tengo internet ni mis lentes para la presbicia. Además, su maleta pesa mucho, le tengo que cobrar, señor. Le doy mi tarjeta de crédito, no pasa. Señora, ya métame un tiro, acabe con esta agonía. Tranquilícese, ya pasó la tarjeta, complete los formularios en el avión. Tres horas después llegó a Medellín. El circuito Viva Air me esperaba, para cobrarme hasta el check in y otra vez el peso de mi maleta para llegar de madrugada.