¿Se ha convertido el Perú en un Estado fallido? La agria sensación de los últimos tiempos se viene profundizando con cada día, en un ecosistema de actores políticos plagado de sombras, donde la corrupción y los intereses subterráneos parecen estar ganando la partida.
El gobierno que ofreció refundar el país, apoyado por una izquierda que dedicó los últimos treinta años a criticar el modelo y la corrupción asociada a los regímenes de Fujimori, Toledo, García, Humala y Kuczynski (resumida en los vladivideos y las delaciones del caso Lava Jato), se ha tardado apenas cien días en hundirnos en un laberinto de improvisación, opacidad, torpeza, degradación económica, descomposición política y falta de liderazgo.
Peor todavía, en este tiempo tan breve viene siendo vinculado de una manera cada vez más estrecha con la corrupción, desde la financiación de la campaña asociada a los «Dinámicos del Centro» hasta los nombramientos indebidos, las oscuras maniobras de Bruno Pacheco, la filtración de la evaluación magisterial y el intento de colaboración eficaz de la lobbista Karelim López, quien, según IDL-Reporteros, dijo haber hecho llegar al presidente una suma de dinero para facilitar el acceso a licitaciones y conocer otros hechos delictuosos de mayor calado.
PUEDES VER: Temporada de cambios
Este es un problema muy grave, pero se vería atenuado si el sistema de contrapeso de poderes propio de una democracia funcionara y al frente tuviéramos a una oposición que hiciera su trabajo. Pero, en vez de fiscalizar e interpelar a los ministros más cuestionados, defendiendo las reformas más importantes de los últimos tiempos (de la educación, el transporte o la política), tenemos a un Congreso contaminado por las mafias, que es cómplice del ataque sin cuartel contra la Sunedu, se apresuró a eliminar las primarias para las elecciones regionales y municipales del 2022 y viene tratando con un sospechoso guante blanco al cuestionado ministro Juan Francisco Silva.
Esto por no mencionar la falta de cohesión de las bancadas, maniobras como el intento de blindaje ante las acusaciones de agresión contra Luis Cordero, los disparates de algunos de sus líderes que promocionan una intervención extranjera para solucionar problemas internos o los esfuerzos por elegir un Tribunal Constitucional a la medida, que santifique hasta los peores y más sospechosos estropicios legales.
La experiencia demuestra que, hasta ahora, el Perú siempre encontró el camino menos gravoso para salir de las peores crisis que enfrentó (la transición democrática del 2000, la caída de Merino y el gobierno de Sagasti, por ejemplo). Pero ¿cómo detener el proceso de degradación que nos ha traído a un punto en que las alternativas comienzan a escasear? Parecen quedar pocos caminos, como el despliegue de la opinión pública y la protesta ciudadana, aunque sobran motivos para el pesimismo.