En los últimos meses una serie de hechos económicos sorprende a propios y extraños. El último es el Premio Nobel de Economía que se acaba de otorgar a tres académicos que radican en EE. UU.: David Card, Joshua Angrist y Guido Imbens. Ellos han demostrado que es falsa la creencia de que el aumento del salario mínimo es inconveniente porque “alienta el desempleo”.
¿Cómo lo hicieron? Utilizando diferentes técnicas económicas y las relacionaron con casos concretos que la gente puede entender. Es famoso el estudio de Card (y Krueger) de 1994: analiza el alza del salario mínimo en Nueva Jersey y lo compara con el vecino Pensilvania, que no lo subió. Resultado: el alza no tuvo efectos negativos en Nueva Jersey, que era lo que la ortodoxia vaticinaba.
Otro. 130 países acaban de aprobar que las empresas transnacionales deberán pagar un impuesto mínimo a la renta del 15%, no importa dónde estén, lo que va a afectar sobre todo a los paraísos fiscales. Cierto, como lo ha dicho José Antonio Ocampo, la mayor parte del aumento de la recaudación (cerca del 80%) irá a los países industrializados y, ojo, las empresas mineras y de hidrocarburos están excluidas de su aplicación. Igual, es un paso en la dirección correcta.
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Otro más. El Banco Mundial acaba de eliminar la publicación de su importante informe Haciendo negocios (Doing Business, en inglés), que elaboraba un ranking acerca de la facilidad que tienen los empresarios para emprender negocios y consultaba principalmente a abogados de empresas y a inversionistas financieros.
Hace años había denuncias de manipulación de la data para favorecer a algunos países. Pero esta vez la denuncia fue contra altos funcionarios del BM que habrían “subido” a China en el ranking. La cereza: la búlgara Kristalina Georgieva, alta funcionaria del BM, sería una de las responsables.
KG es hoy la directora del FMI. Y algunos países, entre ellos EE. UU. y Japón, habían pedido su cabeza. Así, todo se vuelve superpolítico. En la pandemia, KG recomendó a los “países en desarrollo” que usaran los impulsos fiscales y monetarios para reactivar la economía. Es célebre su frase: “Tengo un bazooka de un trillón de dólares para ayudarlos”. Hace poco el FMI recomendó un “super bono universal” para el Perú, de 2,760 soles, el 2.6% del PBI.
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Además, aprobó la emisión de US$ 650,000 millones para ser asignados a todos los países miembros. Se trata de un asiento contable que permite una liquidez adicional y debía ser usado para combatir la pandemia. Al BCR peruano le tocaron, en agosto, US$ 1,818 millones, los mismos que no deberían acumular polvo en sus bóvedas sino destinarse a su fin primigenio.
El nobel de Economía Joseph Stiglitz ha dicho que está en marcha una guerra sucia contra KG: un “golpe” para sacarla del cargo. Por el momento ha conseguido quedarse, pero ya está en marcha la “segunda temporada” de acusaciones. Agreguemos aquí que su apoyo financiero al Cambio Climático también ha recibido críticas, ya sabemos de quiénes.
Para terminar, pareciera que el paradigma neoliberal dominante desde los años 80 ha llegado a su fin, por lo menos en el aspecto ideológico (“fundamentalismo de mercado”): salario mínimo, impuesto global del 15%, crisis de credibilidad del BM y del FMI. Así lo demuestra también el comunicado de grandes empresas globales (Business Roundtable) del 2019, afirmando que la maximización de ganancias no debe ser su objetivo. Y también los sucesivos paquetes reactivadores de Biden en EE. UU., con marcados impulsos fiscales, “a la Keynes”.
Todo en el marco de una disputa por la hegemonía global entre EE. UU. y China, que enfrenta modelos económicos, políticos y el rol del Estado en la economía, la misma que transita hacia las nuevas tecnologías con fuertes impactos sociales (empleo). Agreguemos que lo señalado aquí es sobre la superestructura, sin análisis de los movimientos sociales en esta época de la postpandemia. El viejo topo está haciendo su trabajo.
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