Si alguna lección política y económica debiéramos extraer como nación de la crisis múltiple que sufrimos es que el país ya no puede insistir en su apuesta por el centro, dominante las últimas dos décadas.
El tenor promedio del periodo democrático surgido luego de la caída del fujimorismo, salvo la excepción del periodo 2006-2011, el gobierno de Alan García, no ha sido proinversión privada. Por el contrario, especialmente durante Humala y Vizcarra, se ha ralentizado la dinámica capitalista y se ha optado por el crecimiento de la regulación estatal.
En general, muy pocas reformas se han emprendido en el periodo 2000-2020. Se pueden contar con los dedos de la mano. Con Toledo fue con quien más se hicieron: la eliminación del régimen pensionario de la 20530, el inicio de los acuerdos de libre comercio (con las modificaciones internas que ello implicaba) y la regionalización; García, a pesar de su activismo económico, mantiene un saldo deficitario de reformas: apenas puede mencionarse los cambios en la carrera magisterial; Humala, por su parte, fue el gestor de la reforma educativa en serio, incluyendo la creación de la Sunedu y la reforma universitaria; con Vizcarra, debe citarse el esbozo de reformas judicial y electoral, que lamentablemente han terminado muy acotadas.
Y no hay más que contar. Si de algo puede preciarse la transición democrática no es de haber sido reformista. Ni en materia política ni en materia económica. Ha gozado del crecimiento económico producto de la inercia de las reformas de los 90 y del buen momento de la economía mundial gracias a la alta cotización de nuestras materias primas. Pero endógenamente, poco o nada.
De ese centro aguachento y antirreformista se debe huir. Es improrrogable. Le haría un inmenso daño al país insistir en el mismo formato. Ya hoy en día tantos años de centrismo explican, en gran medida, la vorágine populista que se aprecia en este Congreso. Es el resultado de no haber hecho reformas que extendiesen la modernidad a la política y a la economía. Sin una democracia eficaz y una economía de mercado extendida (capaz de reducir la pobreza y la desigualdad), era previsible que resurgieran propuestas heterodoxas, populacheras y cortoplacistas.
Si el centro nos ha traído, como su criatura, al populismo regulatorio que apreciamos en la actualidad, cinco años más de lo mismo solo nos conduciría al regreso de apuestas radicales que por el momento felizmente no tienen el arraigo que en otros países de la región se despliega (si la izquierda no cosecha del descrédito del statu quo es porque se halla pasmada por su propia mediocridad política, pero extender un lustro más de conformismo centrista sí podría conducirla a un crecimiento exponencial).
La coyuntura se muestra propicia para definiciones ideológicas. La sumatoria de todas las crisis (sanitaria, económica, social y política) ha generado una ciudadanía deseosa de cambios e irritada con el establishment, lo que amerita que se sinceren las posturas, por más disruptivas que puedan parecer. Particularmente, es hora de que la derecha liberal le proponga al país lo que en estos momentos corresponde, como es una apuesta por más mercado competitivo, que rompa la inercia del capitalismo mercantilista que nos rige secularmente.
-La del estribo: leer una reciente columna del gran periodista y amigo Víctor Patiño, El Búho del Trome, me hizo acudir a un libro de Alonso Cueto que estaba entre mis pendientes, Grandes miradas, un thriller sobre la entraña nauseabunda del fujimontesinismo. Muy recomendable.