Las complicaciones de la pandemia harán que las elecciones presidenciales del próximo año sean, de lo extrañas que serán, inéditas en la historia política peruana.
La logística habitual de mítines, visitas a plazas y mercados, viajes a provincias y recorridos callejeros no podrá darse por las restricciones sanitarias. A la vez, no habrá campañas publicitarias, como no sean las que escuetamente se permitirá en las franjas electorales.
El resultado se va a definir en los medios de comunicación y en las redes sociales, las que reemplazarán al ágora de las calles para orientar al electorado. Ya los medios eran, de alguna manera, los grandes electores porque las actividades proselitistas señaladas tenían impacto, más que por sí mismas, por su revuelo mediático (al final de cuentas un mitin en una capital regional solo lo pueden ver veinte mil o más personas, pero su cobertura televisiva o radial centenares de miles o millones), pero ahora ocuparán ese papel compartiéndolo casi en exclusividad con los medios virtuales (básicamente redes sociales).
Lo preocupante de esta situación es que la amplificación mediática y por redes suele extremar la beligerancia de la campaña y, a consecuencia de ello, radicalizar las posiciones en competencia, como ya se ha visto en otros países. En medios y en redes gana el que mejor performance espectacular tiene y muchas veces ello pasa por el gesto ostentoso o la frase de impacto, no por el contenido de las propuestas o la sensatez de los discursos.
Ya de por sí, esta parece una elección predestinada a la entronización de apuestas populistas, radicales o autoritarias. Al centrarse la definición de la campaña en medios tradicionales o en redes sociales, acentuará esos rasgos.
Lo que en términos de conveniencia del país es lo menos indicado, es maná para los medios. En efecto, un candidato procaz debería mostrarnos una evidente disfuncionalidad –falta de control–, lo que debería alejarlo de los estándares mínimos requeridos para ser un gobernante adecuado. Pero un personaje ofensivo, agresivo, hasta disparatado es “noticia” y como esta manda en los medios y en las redes, acercará al triunfo a quienes muestren esas características. Tendrá cobertura asegurada y presencia reiterada y permanente, lo que lo ayudará enormemente en su campaña.
La tormenta perfecta de crisis sanitaria, política, económica y social (conflictos e inseguridad ciudadana) ha reseteado las tendencias electorales preexistentes y en esa medida muestran un escenario propicio para cualquiera que se lance. Si a ello se le suma el hecho referido de que esta campaña se va a definir en los azarosos medios de comunicación y redes sociales (el reino impune de las fake news), el pronóstico no puede ser más incierto y a la vez preocupante.
Es una lástima, pero las elecciones del Bicentenario, que debieron dar pie a la consolidación de un esquivo republicanismo y a la vez a la construcción de un camino de modernidad liberal –también ajeno a nuestra tradición–, pueden terminar por darle pase al reino de la mediocridad improvisada, bajo las formas de populismos autoritarios o, lo que será peor, izquierdismos arcaicos y antidemocráticos. Culpa de muchos, pero particularmente de la clase política que nos ha gobernado los últimos años.
-La del estribo: valiosísimo el documental Canto de las mariposas, de la cineasta Nuria Frigola, que versa sobre la búsqueda espiritual de sus propias fuentes artísticas del notable pintor amazónico Rember Yahuarcani. Estuvo en el Festival de Cine de Lima y habrá que estar atentos a su futura distribución.